¿Por qué escribo? Escribo para ser feliz me paguen o no por ello. Es una enfermedad haber nacido así. Me gusta hacerlo. Lo cual es aún peor. Convierte la enfermedad en un vicio. Además, quiero hacerlo mejor de lo que nadie lo haya hecho jamás. (Ernest Hemingway)

No escribo porque me sobra el tiempo, lo hago porque me hace realmente feliz. El verme esenciada en mis personajes, más humana, más cruel...realmente no tiene precio.





domingo, 23 de diciembre de 2012

Capítulo 9: Dos llaves, una carta y una historia



El alma de una suicida
Capítulo 9: Dos llaves, una carta y una historia

Quedé pasmada ante lo que me contaba. Nunca hubiera pensado que esa mujer ya no existiera.
Me alejé de ahí sin dudar. No tenía ninguna pregunta que hacer a esa  joven. Volteé a ver, se la veía solitaria, como si le faltara algo. La sombra que me observaba, también se había escabullido por algún rincón del barrio.
Me sentía frustrada ante lo que sucedía, la anciana estaba muerta, Melinda desaparecida y yo no tenía ninguna noticia nueva de Alfonso. Al parecer el mundo entero conspiraba en mi contra.
Reí ante mis propios pensamientos y caminé, sin rumbo alguno, por las deshabitadas y sucias calles.
-¿Algo ha pasado en mi ausencia?-pregunté a Tim al llegar a casa.
-Sí. Te han dejado una nota en la puerta-respondió subiendo por las escaleras-la dejé en la mesa.
¿Una nota?, me acerqué con rapidez a la gran mesa y cogí el ultrajado papel entre mis manos. La anotación era lo suficientemente clara, como para no dudar de mi siguiente destino: la casa de la suicida.
                          Me encontrarás en la casa de la mujer de mi ex novio
                                                     Con cariño: Violeta.
Arrugué el papel y lo escondí en el fondo de mi pantalón. Salí de mi casa con la adrenalina a cuestas. Tomé el primer taxi que vi a la mano, solo quería abrazar a mi amiga.
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No tardé en llegar al angosto edificio, ennegrecido de hollín y de aspecto miserable al que había visto tiempo atrás. Caminé unos metros más. Encontré con facilidad la escalera espiral, con cuidado subí cada escalón, aun tenía el mal recuerdo en que rodaba en el hospital.
-¿Melinda?-pregunté en voz alta, mientras intentaba no resbalar-¿estás por aquí?
Dos finos brazos me ciñeron con fuerza. Ese aroma sin duda era el de mi amiga. La abracé con más ahínco del que ella estaba utilizando.
-Estas aquí-susurró sin soltarme, envuelta en lágrimas-estás bien.
-¿No debería estarlo?-interrogué.
-No olvides que la que desapareció primero, fuiste tú-reprochó-tuve que inventar que tenía una hermana.
-Lo imaginé-sonreí burlona.
Retrocedió algunos pasos, y me observó cabizbaja, ¿qué me diría?
-Mañana regreso a Cuba-manifestó con tristeza.
-¿Qué? No. Tú no te puedes ir. Tienes- titubeé- tienes muchas cosas que contarme.
No quería creer lo que me afirmaba, ¿Por qué justo hora deseaba irse?
Ella me debía muchas explicaciones.
-Vamos afuera-pidió agarrando mi mano-necesito decirte algunas cosas.
Prácticamente me arrastró hacia la salida. Caminamos un poco, mudas, absortas. Le hizo señas al primer taxi que transito por ahí, y solicito la parada al frente de la universidad. Me obligó a sentarme, y dio un largo suspiro.
-¿Por qué?-interrogué, antes de que ella empezara a hablar.
-No me entenderás nunca-afirmó-solo quiero que te olvides de todo lo que tiene que ver con esa suicida. Olvídala. Deshazte de ese libro. No te metas en más problemas.
-Estábamos juntas en esto, ¿Lo olvidaste?-interrumpí con rabia-¿Qué pasó con la promesa de encontrar a la hija de la dama?
-Debes dejar todo eso. Olvídate de ello-pidió llorosa-has como si nunca existió, continua tus estudios y olvida todo lo demás.
-¿Por qué ahora me vienes a decir todo esto?-pregunté casi gritando.
-Porque ahora lo comprendo todo-murmuró.
-¿Qué comprendiste?-interrogué inquieta-cuéntamelo.
-Mejor es que no lo sepas-farfulló-lo lamento.
Se levantó y huyó en un taxi. Me dejó atónita, confusa y sobre todo: más sola que nunca. No quería hablar con nadie, ni con mi propia sombra. Lo único que deseaba era encontrar explicaciones.
El atardecer vacío y melancólico del cementerio, me recibió destrozada. Lágrimas al viento envueltas de lluvia, se deslizaban hasta llegar al húmedo suelo de las marchitas rosas que destruía a mi paso. Caminé cerca de la lápida, en la que meses atrás, había hurtado la llave de la casa de Alfonso, pero de seguro ahora no me serviría para sacar la carta que necesitaba. Llegué a la tumba de Don Ignacio y me recosté ahí, no esperaba que él saliera, pero al menos aquel lugar me reconfortaría un poco.
-¿Elisse?-preguntó Jeremy, al llegar con margaritas, las favoritas de su abuelo, en sus manos-¿Qué sucede?
No lo podía engañar. Menos cuando mis obvios ojos, mostraban la pena que me aniquilaba por dentro.
-Nada-susurré agonizante.
Se me acercó y se sentó a mi lado. Me dio dos de las blancas flores y empezamos a quitarle de uno a uno los pétalos.
Intentar calmar la tristeza que ambos reflejábamos era caso perdido, y para aumentar los males, me sentía mal de que él estuviera así y viceversa.
-¿Crees que el dolor algún día se acabe?-le pregunté, deshojando la margarita.
-Espero vivir lo suficiente para responderte-susurró.
-Esto nos hace daño-manifesté-venir a un cementerio y destruir flores nos produce más dolor.
-Lo sé-comentó cabizbajo-pero preferiría no saberlo.
-¿Quieres comer helado?-interrogué de repente-dicen que calma las penas.
-Prefiero una botella de ron-farfulló.
-¿Qué paso con la promesa de que ninguno de los dos bebería?-reclamé confundida-bien recuerdas lo que sucedió la última vez.
-No canalizamos el exceso pero aún así estábamos lo suficientemente cuerdos aquella noche. Decir que todo estaría bien, también fue una promesa-reprochó en voz baja.
-Dijiste que estarías bien-contesté herida-y eso también era una promesa.
-Por todas las promesas rotas-tomó la última margarita y la rompió con rabia.
Nos levantamos de ahí. Luego de ello, caminamos hasta que la lluvia cesó por completo. Regresamos a pie, mientras intentábamos desvanecer el abatimiento.
-Recuerda que eres mi mundo-susurró a mi oído antes de irse.
Me aferré a la puerta mientras lo veía irse. Su caminar era el de siempre: paso lento, sus manos dentro de los bolsillos del abrigo y su rostro melancólico. Me dolía demasiado verlo así.
Melinda con seguridad se iría al día siguiente y ni siquiera me despediría de ella, no tenía pistas, ni respuestas…me frustraba a mí misma.
-¿Estás bien?-me preguntó Tim preocupado.
-No lo sé-contesté apartándome de su vista.
Subí las escaleras, con los pocos ánimos quedándose en cada escalón. Me lancé a la suave y fría cama y saqué la nota que en la mañana me había emocionado tanto. Las frágiles palabras, me infringía los pensamientos de las peticiones de Melinda. Los vivos me ocultaban cosas, y los muertos también.
¿Podría ser menos infeliz? Por supuesto, yo estaba demasiado alejada de lo que todos llamaban felicidad.
-Elisse será mejor que lleves tu ropa a lavar ahora, llevo rato con la lavadora encendida-mencionó Jacob desde el pasillo.
-Está bien-respondí.
Encontré la llave de la casa de Alfonso en la chompa gris, saqué el papel de Melinda de mi pantalón y lo rompí en muchos pedazos. No quería saber nada más sobre ello. Agarré mi chaleco de cuero y me sorprendí a mi misma encontrando una vieja y sucia  hoja doblada.
 Intentaré relatar todo, no deseo omitir detalles. Las lágrimas tal vez surquen mucho por mis mejillas, pero eso no desvanecerá el dolor que se oculta en lo profundo de mi pecho.
 La vida siempre nos ha traído cosas lindas,  pero ella misma nos complica todo...
 En el último honor por el alma de mi amada. Si estás leyendo esto, jamás olvides que aún te espero. Yo sé que sigues por ahí, caminando por las frías calles. Creo sentirlo.
Tu recuerdo aún sigue plasmado en mi alma y yo sé que continúo en la tuya.
                                          Por siempre tuyo, Alfonso.
Reminiscencia:
¿Qué porque escribo esto? Ni si quiera lo sé...
Quizás intente desvanecer el que alguna vez creí que sería un vago e impreciso recuerdo…Siempre creí que la vida es una historia, esta es la mía, la tuya y la de él…
Mi amada Amelia, ruego a ese dios que todos dicen que está en el cielo, porque estés bien. No creo en él, pero creo en lo que siento, y yo te siento de alguna rara forma viva…no escribo para nadie más esto, solo para ti, aunque tal vez me equivoque… este es el pasado, el presente y espero, el anhelado futuro…

Lo leí varias veces, unas cincuenta como mínimo, ¿Cómo lo habría olvidado?, tiempo atrás, la primera vez que entré a aquella casa,  había encontrado un montón de hojas. Aquellas debían ser las de la  historia que yo tanto quería encontrar.
La medianoche llegó pronto. Me deslicé por el árbol, como siempre, y partí por la libertad de las calles. La emoción corría por mis venas, deseaba saber todo lo que había sucedido y aún me inquietaba el enterarme que Alfonso había tenido razones para alejarse de la dama, pero ahora, estaba a punto de conocer todo.
La escaza neblina me recibió. No tardé en llegar a mi destino. Los nervios se despuntaron en mi cuerpo, al sentir que mis dudas y preguntas serian saciadas.
El olor del tiempo consumido, ahora solo me parecía el aroma de una promesa a punto de cumplir.
-¿Hay alguien aquí?-pregunté con emoción, sacando la llave de mi bolsillo.
Nadie me respondió. Lo que me ayudaba aun más a controlar mis nervios. Si en aquel momento conocería todo la verdad, podría recorrer unas mil veces más aquellas calles maltrechas.
Me deslicé por el zaguán como un verdadero felino, los peldaños ya no me parecían una molestia. Llamé con los nudillos a la puerta. Nadie contestó. Todo parecía tan perfecto.
Me detuve al final del angosto y largo pasillo. Aun existían muchas puertas por las que no había entrado, pero primero debía ir por aquella historia. Me adentré a la habitación que tenía pinta de estantería.
Las hojas perfectamente ordenadas que había visto la última vez y que esperaba ver, no estaban.
¿Quién habría podido hurtarlas?, ¿Acaso alguien más tenía la llave de la casa?
Regresé por los pasos que me habían guiado la antigua vez. Al entrar en la biblioteca, los cuadros que pulcramente se encontraban volteados, tampoco estaban. Mi corazón latía aceleradamente. No podía estar segura si en aquel lugar en el que me encontraba, no estuviera alguien más. Lo mejor sería salir lo más pronto posible de ahí.
Caminé con rapidez por un pasillo diferente del que había estado, en una mesita alcancé a observar un estuche precioso de algún material resistente. Intenté tomarlo en mis manos, cegada por el brillo majestuoso que desprendía, pero aquel relicario no podía moverse, estaba como pegado al tablerito. Vi por la rendija, Melinda no estaba equivocada, una blanca y pequeña carta se encontraba en su interior.
Decidí salir lo antes posible. El saber que alguien entraba y salía de esa casa, me intranquilizaba los sentidos. Regresé por el pasillo hasta el zaguán, no sin antes cerrar la puerta. Me sentía como Aladino esperando que los ladrones no me atraparan. Aunque de seguro, en este caso, yo era la intrusa.
-¿Qué haces despierta ñaña? –curioseó Tim, al verme en la cocina en plena madrugada.
-Vine por leche-aseguré.
-Creí que no te gustaba la leche-admitió sarcástico.
-A mí me gusta mucho-mentí sacando la leche del refrigerador y tomando a grandes sorbos.
-Si tú lo dices-dijo saliendo confundido hacia su cuarto.
Vomité el líquido aparentemente blanco en el lavadero, mientras intentaba a punta de agua, sacarme el mal sabor de boca. Saqué todo lo que había en los bolsillos de mi chaleco de cuero sobre la gran mesa, los pedazos de la nota de Melinda, la llave de la casa de Alfonso y la primera hoja de aquella historia.
“Quizás intente desvanecer el que alguna vez creí que sería un vago e impreciso recuerdo…Siempre creí que la vida es una historia, esta es la mía, la tuya y la de él…”
Aquellas frases me hacían inquietar aún más. Si esa era la historia de Alfonso y Amelia, ¿Quién era él? De seguro el novio de la suicida, si es que él escribió esas líneas, conocía a la última persona que refería en la hoja, ¿Pero quién era esa persona?
Recogí todo de la mesa, y lo volví a guardar en mi chaleco. Subí a mi habitación, esperando que la dama me proporcionara algo de información. Cogí el libro, y me dispuse a escribir.
-Amelia, necesito saber muchas cosas.
No respondió. Volví a escribir un par de veces la misma oración, intentando que me diera alguna contestación. El sueño casi me vencía.
Una hora después, al fin respondió.
-¿Qué deseas saber?-leí, con los ojos entreabiertos. Me encontraba demasiado cansada.
-He encontrado una carta y una historia últimamente-admití-¿existe alguna otra persona a la que frecuentaba Alfonso?
-No lo sé-escribió-y no me interesa saber que hacia ese tonto.
-Creo…creo que en realidad te amaba-aventuré a decir.
-¿Amar?, si él me hubiera amado no me hubiera dejado como una maldita tonta, esperándolo. Y por supuesto, no se hubiera llevado a mi pequeña.
-Pero…-intenté decir algo bueno.
-Pero nada-refutó- yo nunca le hice algo malo, mi único error fue enamorarme irrevocablemente de él, ¿Te parece que debía pagar aquel pecado con ese sufrimiento?, no seas tan ingenua… no me interesan las razones, el no tenía por qué llevarse a mi hija.
La suicida rechazaba cualquier comentario bueno que dijera sobre su antiguo novio. Cualquier argumento o razón que le mostrara, era completamente rehusado por ella.
-Yo sé que esto te lastima-debía encontrar cualquier información de su parte-¿él te dejo algo?
-¿Algo como qué?-escribió-si te refieres a un corazón roto, un alma fragmentada, mil puñales en mis emociones y anhelos perdidos. La respuesta es sí.
-No me refería a eso-acepté-más bien yo decía algo como… ¿una llave?
-¿Una llave?-leí. Añorando que la respuesta fuera afirmativa.
-Exacto, una llave pequeña-establecí-como de un relicario.
-Recuerdo una llave pequeña, me la entregaron en una especie de collar-bingo, había dado con la llave que necesitaba-fue cuando mi pequeña desapareció.
-¿Y qué hiciste con la llave?-interrogué.
-La boté…-determinó.
No. No podía ser cierto lo que me señalaba, ¿Cómo iba a encontrar una llave que la habría tirado en cualquier lugar?
-¿Recuerdas en donde?-pedí sin ánimos.
No esperé a que respondiera, me quede dormida sin dudar. Me desperté recuperada de energías, me acerqué al libro de la suicida esperando hallar una buena respuesta, mi suerte era mucho mejor.
-En realidad la dejé en unos de los talonarios de cuentas de la librería donde trabajaba-leí emocionada.
Comencé a bailar de la alegría, encima de mi cama. Jacob y Tim me miraban desconcertados por mis acciones, pero no me importaba, tenía una nueva esperanza.
Desayuné apurada, tenía que ir a la universidad y luego a encontrar aquella llave en la librería. Me sentía con la suficiente suerte, como para encontrar lo que buscaba.
-Hola mi amor-saludé sonriente, con un fuerte abrazo.
-¿Estás bien?-cuestionó aturdido-te veo con mas ánimos que de costumbre.
-Claro que sí-señalé mis radiantes ojos-estoy feliz.
-Me alegra-admitió, dedicándome una gran sonrisa.
Las clases se hicieron más cortas que de costumbre, el mundo estaba favorablemente a mi lado. No sé si era suerte, karma, destino o casualidad, pero fuese lo que fuese, me hacía feliz.
-Don Germiné-saludé contenta.
-Muchacha hace tiempo que no te escuchaba-sonrió-¿Te puedo ayudar en algo?
-Es que quería saber si usted me podría prestar unos talonarios-pedí suavemente.
-Claro, tengo todos desde que abrí la librería, ¿de qué tiempo quieres?-interrogó.
-Bueno-eso iba a sonar raro-de unos doce, quince eh…
-¿meses?-preguntó.
-Bueno, a decir verdad-admití con vergüenza-años, quince, o más años.
-Tú te pareces a una mujer-se sonrió por entre la barba-vino hace mucho tiempo, se parecía a ti. Siempre buscando algo.
-¿Una mujer?,-¿Quién podría ser?- ¿se acuerda de ella?
- Recuerdo su voz melodiosa, pero nada más-asintió- ella quería saber de Amelia y de Alfonso.
Lo que me faltaba, tenía a un hombre y ahora, también a una mujer que estaban tras la pista de Alfonso.
 -Dile a Osvaldo que te lleve a la bodega, hay encontraras con todo lo que necesitas-manifestó sereno-toma todo lo que deseas…
-Muchas gracias-dije antes de retirarme.
¿Quién podría ser aquella mujer que deseaba conocer la misma historia que yo? Demasiadas dudas divagaban en mi cabeza, suficientes como para desquiciarme.
Osvaldo de seguro se sorprendería por mi visita repentina. Al parecer el único libro que me importaba desde hace más de medio año era el de la suicida.
-¿Has venido por mas información?-preguntó receloso, al verme entrar en la librería.
-Sí y no…-barbullé.
-¿eh?-murmuró desconfiado.
-Necesito información pero tú no me la darás toda-aclaré-Don Germiné me dijo que tú me guiarías a la bodega.
-Con que eso…-susurró-entonces sígueme.
Me sentí tan emocionada por encontrar aquella llave, que casi no vi el camino. Llegamos de inmediato a una gran habitación repleta de hojas, cuadernos y libros.
-Hasta aquí llega mi travesía-aseguró-procura no terminar bajo una pila de libros.
-No te preocupes. Hoy me siento con suerte-sinceré sonriente.
-Para tu edad, eres bastante rara e ingenua-se aventuró a decir en voz baja-eres la única que conozco, que vendría a buscar entre un montón de libros y hojas algo qué de seguro no va al caso. Si continúas así, te volverás un completo misterio para mí.
Sonrió de medio lado y se retiró por la pequeña puerta por la que entramos. Su comentario me había confundido, pero tenía muchas cosas que buscar.
Me fue fácil encontrar los de un par de años atrás e incluso los del mes anterior, sin embargo, los de más de diez años atrás estaban revueltos y eran lo suficientemente grandes, como para decidir no abrirlos en aquella penumbra.
-Me llevaré estos-le aseguré, cuando me vio perplejo al notar los pesados talonarios en mi regazo.
-Me he equivocado…tú ya eres un misterio-avisó con la boca entreabierta.
Sonrió ante sus acotaciones y salí de la librería con rapidez. Muchos libros me esperaban dentro del local, pero no era el momento para pensar en eso.
Pasé casi una semana, revisando hoja por hoja y documento por documento. El collar no se encontraba. Aún tenía un par que revisar, mas mi esperanza se estaba disolviendo.
El correr de la pluma en mi mano me sacó de todas mis ocupaciones.
-Elisse, sabes, siempre he querido saber muchas cosas más, me suicidé muy joven y muchas cosas se quedaron en duda, como cosas mitológicas o sucesos por resolver-leí encantada, me alegraba contarle cosas.
Pasé gran parte de la tarde, enseñándole todo lo que alguna vez quiso saber. Así continué en los siguientes días.
Si en mi pasado no hubiera tenido el pasatiempo de leer tantos libros, de seguro hubiera reprobado mis exámenes.  Casi no atendía las clases. No atendía  ni al mismo tiempo, menos el espacio. El alma de aquella dama, era como si fuera la mía propia.
Sin darme cuenta, me estaba convirtiendo en el fantasma de mi casa. Solo salía para ir a la universidad y al regresar me internaba en mi habitación para reanudar las conversaciones con la suicida. Jeremy llamaba pocas veces, o al menos eso me parecía, yo ya me encontraba en otro mundo, por así decir. No había leído un libro en meses, ¿Cuántos nuevos habrían llegado?, ¿Cuántos, llenos de polvo, estarían esperando mi regreso, esperando ser leídos?, las preguntas de mi mente se hacían nulas cuando sentía el escribir de la dama.
-Elisse, ve a comer-imploraba mi hermano menor desde el umbral de mi puerta-ya olvide la última vez que te vi en la mesa.
-Más tarde bajo, no te preocupes-manifesté sin abrirle.
-Siempre dices lo mismo-mencionó mi hermano mayor, ¿Hasta él estaba preocupado?
-Bajaré más tarde, lo prometo-había olvidado desde cuando, les vivía diciendo lo mismo.
Olvide cenar. La verdad es que ni apetito tenía, solo deseaba escribir.
Me sentí obligada a medianoche de picar algo. Al levantarme de mi cama, me había dado cuenta que no tenía fuerzas ni para ello. Mi amiga del libro, me repetía constantemente que no olvidara mi vida, pero lo que ella no sabía es que ya no me importaba.
-¿Ya comiste?-escribió cuando amaneció.
-Estoy comiendo-sí, le estaba de nuevo mintiendo.
-Elisse-llamaba mi madre desde las escaleras-vamos a salir de casa.
-Vayan con cuidado-expresé.
-Tú vienes con nosotros-me explicó, solo hace una hora había escuchado gritos nuevamente, ya que mi padre debía haber venido dos meses atrás, así que la idea más racional era acompañarles.
-Voy-me despedí de la dama del libro y bajé enseguida.
El trayecto en el carro estuvo silencioso. Por primera vez me daba cuenta que había adelgazado bastante, podía ver mis costillas bajo la fina blusa. En la casa de mi tía todo estaba como siempre, lo único que les preocupaba a mis primas era que no había ido a visitarlas con la intención de leer cualquier nuevo libro que hubiesen adquirido. Me sorprendí a mí misma, al engullir la comida de forma exagerada, podría jurar que vacié el refrigerador de mi tía. Cuando regresé, ya me sentía con fuerzas, leí unos temarios para el examen que se me avecinaba.
Los días que siguieron, la dama y yo nos divertíamos haciendo preguntas.
-¿Cuál es tu flor favorita?-había sido mi turno de preguntar.
-La verdad, nunca me habían gustado las flores. Pero una mañana Alfonso me sorprendió con un gran ramo de lirios, y desde entonces, le cogí cariño a aquella flor. Dos días antes de desaparecer me dio otro ramo, se lo veía contento. En sus adentros, creo que me los estaba dando en forma de despedida.
-Los lirios son hermosos-comenté intentado que ya no recordara a aquel hombre. No quería que ella se sintiese mal.
Recordé con horror que desde hace unas semanas atrás debía terminar de revisar los talonarios. Mi búsqueda de la hija de Amelia, se había retrasado bastante tiempo.
-Disculpa, tengo cosas que hacer-avisé, cerrando el libro.
Bajé con rapidez a la cocina. Dos semanas atrás, había guardado en la estantería de los cereales los últimos dos talonarios que no había revisado.
-Vienes a comer-me miró Jacob sorprendido-¿Te preparo algo?
-A decir verdad-sinceré-vengo por unos documentos que dejé alzados.
-Ah...otra vez eso-se resignó a decir-te has pasado días en lo mismo, ¿Se puede saber que intentas encontrar?
-Un collar. Es de una amiga de hace años, lo dejó ahí-mentí-necesito encontrarlo.
-Si te ayudo a buscar, ¿prometes comer lo que cocinaré esta noche?-preguntó con seguridad.
-Dalo por hecho-asentí.
Le di una de las carpetas, mientras yo cogía la otra. Encontré formularios, recibos y otros documentos, pero algún collar con una llave pequeña no apareció. Jacob, por su parte, revisaba unas inscripciones y hojas de vida de aquel entonces.
-Dime que buscas-interrogó perplejo.
-Un collar-¿Qué le sucedía?-ya te lo he dicho.
Me miró perplejo, mientras veía alguna hoja en mano, enseguida volvía a verme, ¿Qué le ocurría?
Bajé mi cabeza, al ver la penetrante mirada que me enviaba mi hermano, ¿Sabría acaso algo sobre lo que estaba yo haciendo?, di un vistazo a varios documentos más. Sentí algo entre mis manos que Jacob depositaba, sonreí alegre, acababa de encontrar el collar con la pequeña llave plateada como adorno.
-Ya que lo he encontrado, comenzaré a hacer la cena-avisó llevándose la carpeta que el revisaba.
-¿Por qué te la llevas?-le pregunté confundida.
-Ya tienes el collar, imagino que no la necesitas-aclaró-¿O buscabas algo más?
-No-manifesté-apúrate, o me quedaré dormida para cuando este lista la comida.
Subí alegre a mi habitación. A pesar que había descuidado bastante la búsqueda de la hija de la dama, estaba obteniendo algo imprescindible para ello.
-Hola Amelia-saludé alegre.
-Hola, tu corazón late muy rápido-leí-¿Estas feliz por algo en especial?
-Sí-afirmé-pero es un secreto.
La voz de Jacob me obligó a cerrar el libro. De seguro deseaba que comprara alguna cosa para la cena.
Guardé la llave del collar junto a la de la casa de Alfonso, ahora ya eran dos.
-¿Necesitas algo?-pregunté sonriente.
-Si no es mucha molestia, necesito que vayas al supermercado por tomates-pidió entregándome un bolsito con dinero que mamá dejaba para emergencias-y si puedes traer zanahorias y habichuelas me harías un inmenso favor.
Salí cual niña de cinco años de mi casa. Metí mis manos a los bolsillos de mi chaleco para sentir el par de llaves que había reunido, ¿Qué clase de información encontraría en aquella carta?, muchas más preguntas de las que ya tenía, se formulaban con el paso de los segundos. Seguía inquietada, necesitaba saber sobre la historia que se encontraba en el escritorio de aquella casa y que había desaparecido, ¿Quién y con qué fines la habría tomado?
No me tomo más de diez minutos la visita al supermercado. Sonreí emocionada al ver a Jeremy a un par de metros, corrí y lo abracé con fuerza por la espalda.
-Me encanta verte tan radiante, tan llena de alegría-comentó dándose la vuelta para ver mi rostro.
-A mi también-volví a sonreír con emoción.
-¿Te toca hacer la cena?-interrogó, al verme con las compras en mano.
-Jacob me lo ha pedido de favor-mencioné-al parecer está cocinando especialmente para mí.
-Me alegra-sonrió burlón-un pajarito me dijo que no estabas comiendo bien.
-¿Acaso ese pajarito, es un demonio de un metro veinte conocido como Tim?-cuestioné sarcástica.
-Eh-titubeó-no es bueno que revele la identidad de mi informante-aseguró riendo-¿por qué será que te encanta controvertir mis fundamentos?
-Porque mi familia está hecha de lenguas largas-advertí, inflando mis mejillas.
-Mejor será que lleves eso a casa-pidió-no vaya a ser que Jacob se enoje y decida no cocinarte.
-No lo creo, hasta se está esmerando y todo-informé.
Me dedicó una amplia sonrisa y un cálido beso en la frente. Retomó su camino, mientras lo miraba embelesada.
Antes de alejarse lo suficiente, se dio media vuelta para que lo escuchara.
-Eres mi mundo-gritó sonriente.
Caminé con la suave brisa, envolviéndome. No existían las razones para no estar alegre.
Abracé a un árbol y subí a su copa, para vislumbrar mejor la noche. Mi teléfono empezó a sonar.
-¿Qué sucede?-pregunté al ver que la llamada era de Jacob.
-Mi padre ha llamado. No tardará en llegar-avisó inquieto-regresa pronto.
Cerró la llamada antes de que pudiera contestarle. Decidí bajar del árbol para no preocupar más a Jacob y regresar antes que mi padre.
Un taxi se paró en la esquina de la calle de mi casa, mi padre bajo y demasiado contento besó largamente a la mujer que lo acompañaba. Me acerqué un poco más para presenciar la feliz escena.
Esa no era mi madre.

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