El alma de una suicida
Capítulo 9: Dos
llaves, una carta y una historia
Quedé
pasmada ante lo que me contaba. Nunca hubiera pensado que esa mujer ya no
existiera.
Me
alejé de ahí sin dudar. No tenía ninguna pregunta que hacer a esa joven. Volteé a ver, se la veía solitaria,
como si le faltara algo. La sombra que me observaba, también se había
escabullido por algún rincón del barrio.
Me
sentía frustrada ante lo que sucedía, la anciana estaba muerta, Melinda
desaparecida y yo no tenía ninguna noticia nueva de Alfonso. Al parecer el
mundo entero conspiraba en mi contra.
Reí
ante mis propios pensamientos y caminé, sin rumbo alguno, por las deshabitadas
y sucias calles.
-¿Algo
ha pasado en mi ausencia?-pregunté a Tim al llegar a casa.
-Sí.
Te han dejado una nota en la puerta-respondió subiendo por las escaleras-la
dejé en la mesa.
¿Una
nota?, me acerqué con rapidez a la gran mesa y cogí el ultrajado papel entre
mis manos. La anotación era lo suficientemente clara, como para no dudar de mi
siguiente destino: la casa de la suicida.
Me encontrarás en la
casa de la mujer de mi ex novio
Con cariño: Violeta.
Arrugué
el papel y lo escondí en el fondo de mi pantalón. Salí de mi casa con la
adrenalina a cuestas. Tomé el primer taxi que vi a la mano, solo quería abrazar
a mi amiga.
más--->
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No
tardé en llegar al angosto edificio, ennegrecido de hollín y de aspecto
miserable al que había visto tiempo atrás. Caminé unos metros más. Encontré con
facilidad la escalera espiral, con cuidado subí cada escalón, aun tenía el mal
recuerdo en que rodaba en el hospital.
-¿Melinda?-pregunté
en voz alta, mientras intentaba no resbalar-¿estás por aquí?
Dos
finos brazos me ciñeron con fuerza. Ese aroma sin duda era el de mi amiga. La
abracé con más ahínco del que ella estaba utilizando.
-Estas
aquí-susurró sin soltarme, envuelta en lágrimas-estás bien.
-¿No
debería estarlo?-interrogué.
-No
olvides que la que desapareció primero, fuiste tú-reprochó-tuve que inventar
que tenía una hermana.
-Lo
imaginé-sonreí burlona.
Retrocedió
algunos pasos, y me observó cabizbaja, ¿qué me diría?
-Mañana
regreso a Cuba-manifestó con tristeza.
-¿Qué?
No. Tú no te puedes ir. Tienes- titubeé- tienes muchas cosas que contarme.
No
quería creer lo que me afirmaba, ¿Por qué justo hora deseaba irse?
Ella
me debía muchas explicaciones.
-Vamos
afuera-pidió agarrando mi mano-necesito decirte algunas cosas.
Prácticamente
me arrastró hacia la salida. Caminamos un poco, mudas, absortas. Le hizo señas
al primer taxi que transito por ahí, y solicito la parada al frente de la
universidad. Me obligó a sentarme, y dio un largo suspiro.
-¿Por
qué?-interrogué, antes de que ella empezara a hablar.
-No
me entenderás nunca-afirmó-solo quiero que te olvides de todo lo que tiene que
ver con esa suicida. Olvídala. Deshazte de ese libro. No te metas en más
problemas.
-Estábamos
juntas en esto, ¿Lo olvidaste?-interrumpí con rabia-¿Qué pasó con la promesa de
encontrar a la hija de la dama?
-Debes
dejar todo eso. Olvídate de ello-pidió llorosa-has como si nunca existió,
continua tus estudios y olvida todo lo demás.
-¿Por
qué ahora me vienes a decir todo esto?-pregunté casi gritando.
-Porque
ahora lo comprendo todo-murmuró.
-¿Qué
comprendiste?-interrogué inquieta-cuéntamelo.
-Mejor
es que no lo sepas-farfulló-lo lamento.
Se
levantó y huyó en un taxi. Me dejó atónita, confusa y sobre todo: más sola que
nunca. No quería hablar con nadie, ni con mi propia sombra. Lo único que
deseaba era encontrar explicaciones.
El
atardecer vacío y melancólico del cementerio, me recibió destrozada. Lágrimas
al viento envueltas de lluvia, se deslizaban hasta llegar al húmedo suelo de
las marchitas rosas que destruía a mi paso. Caminé cerca de la lápida, en la
que meses atrás, había hurtado la llave de la casa de Alfonso, pero de seguro
ahora no me serviría para sacar la carta que necesitaba. Llegué a la tumba de
Don Ignacio y me recosté ahí, no esperaba que él saliera, pero al menos aquel
lugar me reconfortaría un poco.
-¿Elisse?-preguntó
Jeremy, al llegar con margaritas, las favoritas de su abuelo, en sus manos-¿Qué
sucede?
No
lo podía engañar. Menos cuando mis obvios ojos, mostraban la pena que me
aniquilaba por dentro.
-Nada-susurré
agonizante.
Se
me acercó y se sentó a mi lado. Me dio dos de las blancas flores y empezamos a
quitarle de uno a uno los pétalos.
Intentar
calmar la tristeza que ambos reflejábamos era caso perdido, y para aumentar los
males, me sentía mal de que él estuviera así y viceversa.
-¿Crees
que el dolor algún día se acabe?-le pregunté, deshojando la margarita.
-Espero
vivir lo suficiente para responderte-susurró.
-Esto
nos hace daño-manifesté-venir a un cementerio y destruir flores nos produce más
dolor.
-Lo
sé-comentó cabizbajo-pero preferiría no saberlo.
-¿Quieres
comer helado?-interrogué de repente-dicen que calma las penas.
-Prefiero
una botella de ron-farfulló.
-¿Qué
paso con la promesa de que ninguno de los dos bebería?-reclamé confundida-bien
recuerdas lo que sucedió la última vez.
-No
canalizamos el exceso pero aún así estábamos lo suficientemente cuerdos aquella
noche. Decir que todo estaría bien, también fue una promesa-reprochó en voz
baja.
-Dijiste
que estarías bien-contesté herida-y eso también era una promesa.
-Por
todas las promesas rotas-tomó la última margarita y la rompió con rabia.
Nos
levantamos de ahí. Luego de ello, caminamos hasta que la lluvia cesó por
completo. Regresamos a pie, mientras intentábamos desvanecer el abatimiento.
-Recuerda
que eres mi mundo-susurró a mi oído antes de irse.
Me
aferré a la puerta mientras lo veía irse. Su caminar era el de siempre: paso
lento, sus manos dentro de los bolsillos del abrigo y su rostro melancólico. Me
dolía demasiado verlo así.
Melinda
con seguridad se iría al día siguiente y ni siquiera me despediría de ella, no
tenía pistas, ni respuestas…me frustraba a mí misma.
-¿Estás
bien?-me preguntó Tim preocupado.
-No
lo sé-contesté apartándome de su vista.
Subí
las escaleras, con los pocos ánimos quedándose en cada escalón. Me lancé a la
suave y fría cama y saqué la nota que en la mañana me había emocionado tanto.
Las frágiles palabras, me infringía los pensamientos de las peticiones de
Melinda. Los vivos me ocultaban cosas, y los muertos también.
¿Podría
ser menos infeliz? Por supuesto, yo estaba demasiado alejada de lo que todos
llamaban felicidad.
-Elisse
será mejor que lleves tu ropa a lavar ahora, llevo rato con la lavadora
encendida-mencionó Jacob desde el pasillo.
-Está
bien-respondí.
Encontré
la llave de la casa de Alfonso en la chompa gris, saqué el papel de Melinda de
mi pantalón y lo rompí en muchos pedazos. No quería saber nada más sobre ello.
Agarré mi chaleco de cuero y me sorprendí a mi misma encontrando una vieja y
sucia hoja doblada.
Intentaré
relatar todo, no deseo omitir detalles. Las lágrimas tal vez surquen mucho por
mis mejillas, pero eso no desvanecerá el dolor que se oculta en lo profundo de
mi pecho.
La vida siempre nos ha traído cosas
lindas, pero ella misma nos complica
todo...
En el último honor por el alma de mi amada. Si
estás leyendo esto, jamás olvides que aún te espero. Yo sé que sigues por ahí,
caminando por las frías calles. Creo sentirlo.
Tu recuerdo aún sigue plasmado en mi
alma y yo sé que continúo en la tuya.
Por
siempre tuyo, Alfonso.
Reminiscencia:
¿Qué porque escribo esto? Ni si quiera
lo sé...
Quizás intente desvanecer el que
alguna vez creí que sería un vago e impreciso recuerdo…Siempre creí que la vida
es una historia, esta es la mía, la tuya y la de él…
Mi amada Amelia, ruego a ese dios que
todos dicen que está en el cielo, porque estés bien. No creo en él, pero creo
en lo que siento, y yo te siento de alguna rara forma viva…no escribo para
nadie más esto, solo para ti, aunque tal vez me equivoque… este es el pasado,
el presente y espero, el anhelado futuro…
Lo
leí varias veces, unas cincuenta como mínimo, ¿Cómo lo habría olvidado?, tiempo
atrás, la primera vez que entré a aquella casa,
había encontrado un montón de hojas. Aquellas debían ser las de la historia que yo tanto quería encontrar.
La
medianoche llegó pronto. Me deslicé por el árbol, como siempre, y partí por la
libertad de las calles. La emoción corría por mis venas, deseaba saber todo lo
que había sucedido y aún me inquietaba el enterarme que Alfonso había tenido
razones para alejarse de la dama, pero ahora, estaba a punto de conocer todo.
La
escaza neblina me recibió. No tardé en llegar a mi destino. Los nervios se
despuntaron en mi cuerpo, al sentir que mis dudas y preguntas serian saciadas.
El
olor del tiempo consumido, ahora solo me parecía el aroma de una promesa a
punto de cumplir.
-¿Hay
alguien aquí?-pregunté con emoción, sacando la llave de mi bolsillo.
Nadie
me respondió. Lo que me ayudaba aun más a controlar mis nervios. Si en aquel
momento conocería todo la verdad, podría recorrer unas mil veces más aquellas
calles maltrechas.
Me
deslicé por el zaguán como un verdadero felino, los peldaños ya no me parecían
una molestia. Llamé con los nudillos a la puerta. Nadie contestó. Todo parecía
tan perfecto.
Me
detuve al final del angosto y largo pasillo. Aun existían muchas puertas por
las que no había entrado, pero primero debía ir por aquella historia. Me
adentré a la habitación que tenía pinta de estantería.
Las
hojas perfectamente ordenadas que había visto la última vez y que esperaba ver,
no estaban.
¿Quién
habría podido hurtarlas?, ¿Acaso alguien más tenía la llave de la casa?
Regresé
por los pasos que me habían guiado la antigua vez. Al entrar en la biblioteca,
los cuadros que pulcramente se encontraban volteados, tampoco estaban. Mi
corazón latía aceleradamente. No podía estar segura si en aquel lugar en el que
me encontraba, no estuviera alguien más. Lo mejor sería salir lo más pronto
posible de ahí.
Caminé
con rapidez por un pasillo diferente del que había estado, en una mesita
alcancé a observar un estuche precioso de algún material resistente. Intenté tomarlo
en mis manos, cegada por el brillo majestuoso que desprendía, pero aquel
relicario no podía moverse, estaba como pegado al tablerito. Vi por la rendija,
Melinda no estaba equivocada, una blanca y pequeña carta se encontraba en su
interior.
Decidí
salir lo antes posible. El saber que alguien entraba y salía de esa casa, me
intranquilizaba los sentidos. Regresé por el pasillo hasta el zaguán, no sin
antes cerrar la puerta. Me sentía como Aladino esperando que los ladrones no me
atraparan. Aunque de seguro, en este caso, yo era la intrusa.
-¿Qué
haces despierta ñaña? –curioseó Tim, al verme en la cocina en plena madrugada.
-Vine
por leche-aseguré.
-Creí
que no te gustaba la leche-admitió sarcástico.
-A
mí me gusta mucho-mentí sacando la leche del refrigerador y tomando a grandes
sorbos.
-Si
tú lo dices-dijo saliendo confundido hacia su cuarto.
Vomité
el líquido aparentemente blanco en el lavadero, mientras intentaba a punta de
agua, sacarme el mal sabor de boca. Saqué todo lo que había en los bolsillos de
mi chaleco de cuero sobre la gran mesa, los pedazos de la nota de Melinda, la
llave de la casa de Alfonso y la primera hoja de aquella historia.
“Quizás intente desvanecer el que
alguna vez creí que sería un vago e impreciso recuerdo…Siempre creí que la vida
es una historia, esta es la mía, la tuya y la de él…”
Aquellas
frases me hacían inquietar aún más. Si esa era la historia de Alfonso y Amelia,
¿Quién era él? De seguro el novio de la suicida, si es que él escribió esas
líneas, conocía a la última persona que refería en la hoja, ¿Pero quién era esa
persona?
Recogí
todo de la mesa, y lo volví a guardar en mi chaleco. Subí a mi habitación,
esperando que la dama me proporcionara algo de información. Cogí el libro, y me
dispuse a escribir.
-Amelia,
necesito saber muchas cosas.
No
respondió. Volví a escribir un par de veces la misma oración, intentando que me
diera alguna contestación. El sueño casi me vencía.
Una
hora después, al fin respondió.
-¿Qué
deseas saber?-leí, con los ojos entreabiertos. Me encontraba demasiado cansada.
-He
encontrado una carta y una historia últimamente-admití-¿existe alguna otra
persona a la que frecuentaba Alfonso?
-No
lo sé-escribió-y no me interesa saber que hacia ese tonto.
-Creo…creo
que en realidad te amaba-aventuré a decir.
-¿Amar?,
si él me hubiera amado no me hubiera dejado como una maldita tonta,
esperándolo. Y por supuesto, no se hubiera llevado a mi pequeña.
-Pero…-intenté
decir algo bueno.
-Pero
nada-refutó- yo nunca le hice algo malo, mi único error fue enamorarme irrevocablemente
de él, ¿Te parece que debía pagar aquel pecado con ese sufrimiento?, no seas
tan ingenua… no me interesan las razones, el no tenía por qué llevarse a mi
hija.
La
suicida rechazaba cualquier comentario bueno que dijera sobre su antiguo novio.
Cualquier argumento o razón que le mostrara, era completamente rehusado por
ella.
-Yo
sé que esto te lastima-debía encontrar cualquier información de su parte-¿él te
dejo algo?
-¿Algo
como qué?-escribió-si te refieres a un corazón roto, un alma fragmentada, mil
puñales en mis emociones y anhelos perdidos. La respuesta es sí.
-No
me refería a eso-acepté-más bien yo decía algo como… ¿una llave?
-¿Una
llave?-leí. Añorando que la respuesta fuera afirmativa.
-Exacto,
una llave pequeña-establecí-como de un relicario.
-Recuerdo
una llave pequeña, me la entregaron en una especie de collar-bingo, había dado
con la llave que necesitaba-fue cuando mi pequeña desapareció.
-¿Y
qué hiciste con la llave?-interrogué.
-La
boté…-determinó.
No.
No podía ser cierto lo que me señalaba, ¿Cómo iba a encontrar una llave que la
habría tirado en cualquier lugar?
-¿Recuerdas
en donde?-pedí sin ánimos.
No
esperé a que respondiera, me quede dormida sin dudar. Me desperté recuperada de
energías, me acerqué al libro de la suicida esperando hallar una buena
respuesta, mi suerte era mucho mejor.
-En
realidad la dejé en unos de los talonarios de cuentas de la librería donde
trabajaba-leí emocionada.
Comencé
a bailar de la alegría, encima de mi cama. Jacob y Tim me miraban
desconcertados por mis acciones, pero no me importaba, tenía una nueva
esperanza.
Desayuné
apurada, tenía que ir a la universidad y luego a encontrar aquella llave en la
librería. Me sentía con la suficiente suerte, como para encontrar lo que
buscaba.
-Hola
mi amor-saludé sonriente, con un fuerte abrazo.
-¿Estás
bien?-cuestionó aturdido-te veo con mas ánimos que de costumbre.
-Claro
que sí-señalé mis radiantes ojos-estoy feliz.
-Me
alegra-admitió, dedicándome una gran sonrisa.
Las
clases se hicieron más cortas que de costumbre, el mundo estaba favorablemente
a mi lado. No sé si era suerte, karma, destino o casualidad, pero fuese lo que
fuese, me hacía feliz.
-Don
Germiné-saludé contenta.
-Muchacha
hace tiempo que no te escuchaba-sonrió-¿Te puedo ayudar en algo?
-Es
que quería saber si usted me podría prestar unos talonarios-pedí suavemente.
-Claro,
tengo todos desde que abrí la librería, ¿de qué tiempo quieres?-interrogó.
-Bueno-eso
iba a sonar raro-de unos doce, quince eh…
-¿meses?-preguntó.
-Bueno,
a decir verdad-admití con vergüenza-años, quince, o más años.
-Tú
te pareces a una mujer-se sonrió por entre la barba-vino hace mucho tiempo, se
parecía a ti. Siempre buscando algo.
-¿Una
mujer?,-¿Quién podría ser?- ¿se acuerda de ella?
-
Recuerdo su voz melodiosa, pero nada más-asintió- ella quería saber de Amelia y
de Alfonso.
Lo
que me faltaba, tenía a un hombre y ahora, también a una mujer que estaban tras
la pista de Alfonso.
-Dile a Osvaldo que te lleve a la bodega, hay
encontraras con todo lo que necesitas-manifestó sereno-toma todo lo que deseas…
-Muchas
gracias-dije antes de retirarme.
¿Quién
podría ser aquella mujer que deseaba conocer la misma historia que yo?
Demasiadas dudas divagaban en mi cabeza, suficientes como para desquiciarme.
Osvaldo
de seguro se sorprendería por mi visita repentina. Al parecer el único libro
que me importaba desde hace más de medio año era el de la suicida.
-¿Has
venido por mas información?-preguntó receloso, al verme entrar en la librería.
-Sí
y no…-barbullé.
-¿eh?-murmuró
desconfiado.
-Necesito
información pero tú no me la darás toda-aclaré-Don Germiné me dijo que tú me
guiarías a la bodega.
-Con
que eso…-susurró-entonces sígueme.
Me
sentí tan emocionada por encontrar aquella llave, que casi no vi el camino.
Llegamos de inmediato a una gran habitación repleta de hojas, cuadernos y
libros.
-Hasta
aquí llega mi travesía-aseguró-procura no terminar bajo una pila de libros.
-No
te preocupes. Hoy me siento con suerte-sinceré sonriente.
-Para
tu edad, eres bastante rara e ingenua-se aventuró a decir en voz baja-eres la
única que conozco, que vendría a buscar entre un montón de libros y hojas algo
qué de seguro no va al caso. Si continúas así, te volverás un completo misterio
para mí.
Sonrió
de medio lado y se retiró por la pequeña puerta por la que entramos. Su
comentario me había confundido, pero tenía muchas cosas que buscar.
Me
fue fácil encontrar los de un par de años atrás e incluso los del mes anterior,
sin embargo, los de más de diez años atrás estaban revueltos y eran lo
suficientemente grandes, como para decidir no abrirlos en aquella penumbra.
-Me
llevaré estos-le aseguré, cuando me vio perplejo al notar los pesados
talonarios en mi regazo.
-Me
he equivocado…tú ya eres un misterio-avisó con la boca entreabierta.
Sonrió
ante sus acotaciones y salí de la librería con rapidez. Muchos libros me
esperaban dentro del local, pero no era el momento para pensar en eso.
Pasé
casi una semana, revisando hoja por hoja y documento por documento. El collar
no se encontraba. Aún tenía un par que revisar, mas mi esperanza se estaba
disolviendo.
El
correr de la pluma en mi mano me sacó de todas mis ocupaciones.
-Elisse,
sabes, siempre he querido saber muchas cosas más, me suicidé muy joven y muchas
cosas se quedaron en duda, como cosas mitológicas o sucesos por resolver-leí
encantada, me alegraba contarle cosas.
Pasé
gran parte de la tarde, enseñándole todo lo que alguna vez quiso saber. Así
continué en los siguientes días.
Si
en mi pasado no hubiera tenido el pasatiempo de leer tantos libros, de seguro
hubiera reprobado mis exámenes. Casi no
atendía las clases. No atendía ni al
mismo tiempo, menos el espacio. El alma de aquella dama, era como si fuera la
mía propia.
Sin
darme cuenta, me estaba convirtiendo en el fantasma de mi casa. Solo salía para
ir a la universidad y al regresar me internaba en mi habitación para reanudar
las conversaciones con la suicida. Jeremy llamaba pocas veces, o al menos eso
me parecía, yo ya me encontraba en otro mundo, por así decir. No había leído un
libro en meses, ¿Cuántos nuevos habrían llegado?, ¿Cuántos, llenos de polvo,
estarían esperando mi regreso, esperando ser leídos?, las preguntas de mi mente
se hacían nulas cuando sentía el escribir de la dama.
-Elisse,
ve a comer-imploraba mi hermano menor desde el umbral de mi puerta-ya olvide la
última vez que te vi en la mesa.
-Más
tarde bajo, no te preocupes-manifesté sin abrirle.
-Siempre
dices lo mismo-mencionó mi hermano mayor, ¿Hasta él estaba preocupado?
-Bajaré
más tarde, lo prometo-había olvidado desde cuando, les vivía diciendo lo mismo.
Olvide
cenar. La verdad es que ni apetito tenía, solo deseaba escribir.
Me
sentí obligada a medianoche de picar algo. Al levantarme de mi cama, me había
dado cuenta que no tenía fuerzas ni para ello. Mi amiga del libro, me repetía
constantemente que no olvidara mi vida, pero lo que ella no sabía es que ya no
me importaba.
-¿Ya
comiste?-escribió cuando amaneció.
-Estoy
comiendo-sí, le estaba de nuevo mintiendo.
-Elisse-llamaba
mi madre desde las escaleras-vamos a salir de casa.
-Vayan
con cuidado-expresé.
-Tú
vienes con nosotros-me explicó, solo hace una hora había escuchado gritos
nuevamente, ya que mi padre debía haber venido dos meses atrás, así que la idea
más racional era acompañarles.
-Voy-me
despedí de la dama del libro y bajé enseguida.
El
trayecto en el carro estuvo silencioso. Por primera vez me daba cuenta que
había adelgazado bastante, podía ver mis costillas bajo la fina blusa. En la
casa de mi tía todo estaba como siempre, lo único que les preocupaba a mis
primas era que no había ido a visitarlas con la intención de leer cualquier
nuevo libro que hubiesen adquirido. Me sorprendí a mí misma, al engullir la
comida de forma exagerada, podría jurar que vacié el refrigerador de mi tía.
Cuando regresé, ya me sentía con fuerzas, leí unos temarios para el examen que
se me avecinaba.
Los
días que siguieron, la dama y yo nos divertíamos haciendo preguntas.
-¿Cuál
es tu flor favorita?-había sido mi turno de preguntar.
-La
verdad, nunca me habían gustado las flores. Pero una mañana Alfonso me
sorprendió con un gran ramo de lirios, y desde entonces, le cogí cariño a
aquella flor. Dos días antes de desaparecer me dio otro ramo, se lo veía
contento. En sus adentros, creo que me los estaba dando en forma de despedida.
-Los
lirios son hermosos-comenté intentado que ya no recordara a aquel hombre. No
quería que ella se sintiese mal.
Recordé
con horror que desde hace unas semanas atrás debía terminar de revisar los
talonarios. Mi búsqueda de la hija de Amelia, se había retrasado bastante
tiempo.
-Disculpa,
tengo cosas que hacer-avisé, cerrando el libro.
Bajé
con rapidez a la cocina. Dos semanas atrás, había guardado en la estantería de
los cereales los últimos dos talonarios que no había revisado.
-Vienes
a comer-me miró Jacob sorprendido-¿Te preparo algo?
-A
decir verdad-sinceré-vengo por unos documentos que dejé alzados.
-Ah...otra
vez eso-se resignó a decir-te has pasado días en lo mismo, ¿Se puede saber que
intentas encontrar?
-Un
collar. Es de una amiga de hace años, lo dejó ahí-mentí-necesito encontrarlo.
-Si
te ayudo a buscar, ¿prometes comer lo que cocinaré esta noche?-preguntó con
seguridad.
-Dalo
por hecho-asentí.
Le
di una de las carpetas, mientras yo cogía la otra. Encontré formularios,
recibos y otros documentos, pero algún collar con una llave pequeña no
apareció. Jacob, por su parte, revisaba unas inscripciones y hojas de vida de
aquel entonces.
-Dime
que buscas-interrogó perplejo.
-Un
collar-¿Qué le sucedía?-ya te lo he dicho.
Me
miró perplejo, mientras veía alguna hoja en mano, enseguida volvía a verme,
¿Qué le ocurría?
Bajé
mi cabeza, al ver la penetrante mirada que me enviaba mi hermano, ¿Sabría acaso
algo sobre lo que estaba yo haciendo?, di un vistazo a varios documentos más.
Sentí algo entre mis manos que Jacob depositaba, sonreí alegre, acababa de
encontrar el collar con la pequeña llave plateada como adorno.
-Ya
que lo he encontrado, comenzaré a hacer la cena-avisó llevándose la carpeta que
el revisaba.
-¿Por
qué te la llevas?-le pregunté confundida.
-Ya
tienes el collar, imagino que no la necesitas-aclaró-¿O buscabas algo más?
-No-manifesté-apúrate,
o me quedaré dormida para cuando este lista la comida.
Subí
alegre a mi habitación. A pesar que había descuidado bastante la búsqueda de la
hija de la dama, estaba obteniendo algo imprescindible para ello.
-Hola
Amelia-saludé alegre.
-Hola,
tu corazón late muy rápido-leí-¿Estas feliz por algo en especial?
-Sí-afirmé-pero
es un secreto.
La
voz de Jacob me obligó a cerrar el libro. De seguro deseaba que comprara alguna
cosa para la cena.
Guardé
la llave del collar junto a la de la casa de Alfonso, ahora ya eran dos.
-¿Necesitas
algo?-pregunté sonriente.
-Si
no es mucha molestia, necesito que vayas al supermercado por tomates-pidió
entregándome un bolsito con dinero que mamá dejaba para emergencias-y si puedes
traer zanahorias y habichuelas me harías un inmenso favor.
Salí
cual niña de cinco años de mi casa. Metí mis manos a los bolsillos de mi
chaleco para sentir el par de llaves que había reunido, ¿Qué clase de información
encontraría en aquella carta?, muchas más preguntas de las que ya tenía, se
formulaban con el paso de los segundos. Seguía inquietada, necesitaba saber
sobre la historia que se encontraba en el escritorio de aquella casa y que
había desaparecido, ¿Quién y con qué fines la habría tomado?
No
me tomo más de diez minutos la visita al supermercado. Sonreí emocionada al ver
a Jeremy a un par de metros, corrí y lo abracé con fuerza por la espalda.
-Me
encanta verte tan radiante, tan llena de alegría-comentó dándose la vuelta para
ver mi rostro.
-A
mi también-volví a sonreír con emoción.
-¿Te
toca hacer la cena?-interrogó, al verme con las compras en mano.
-Jacob
me lo ha pedido de favor-mencioné-al parecer está cocinando especialmente para
mí.
-Me
alegra-sonrió burlón-un pajarito me dijo que no estabas comiendo bien.
-¿Acaso
ese pajarito, es un demonio de un metro veinte conocido como Tim?-cuestioné
sarcástica.
-Eh-titubeó-no
es bueno que revele la identidad de mi informante-aseguró riendo-¿por qué será
que te encanta controvertir mis fundamentos?
-Porque
mi familia está hecha de lenguas largas-advertí, inflando mis mejillas.
-Mejor
será que lleves eso a casa-pidió-no vaya a ser que Jacob se enoje y decida no
cocinarte.
-No
lo creo, hasta se está esmerando y todo-informé.
Me
dedicó una amplia sonrisa y un cálido beso en la frente. Retomó su camino,
mientras lo miraba embelesada.
Antes
de alejarse lo suficiente, se dio media vuelta para que lo escuchara.
-Eres
mi mundo-gritó sonriente.
Caminé
con la suave brisa, envolviéndome. No existían las razones para no estar
alegre.
Abracé
a un árbol y subí a su copa, para vislumbrar mejor la noche. Mi teléfono empezó
a sonar.
-¿Qué
sucede?-pregunté al ver que la llamada era de Jacob.
-Mi
padre ha llamado. No tardará en llegar-avisó inquieto-regresa pronto.
Cerró
la llamada antes de que pudiera contestarle. Decidí bajar del árbol para no
preocupar más a Jacob y regresar antes que mi padre.
Un
taxi se paró en la esquina de la calle de mi casa, mi padre bajo y demasiado
contento besó largamente a la mujer que lo acompañaba. Me acerqué un poco más
para presenciar la feliz escena.
Esa
no era mi madre.
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