El alma de una suicida
Capítulo 11: La laguna de los recuerdos
-Infraganti-balbuceó
apenas me vio.
-Solo
fui a tomar aire-mentí sonriente.
-No
sabía que el aire golpeaba con tanta fuerza-manifestó inspeccionando mi labio
roto.
-Me
caí de la cama esta mañana-volví a mentir.
-¿Alguien
te creyó eso?-preguntó sarcástico.
Lo
mire incrédula, él ya me había descubierto en mi engaño. No era capaz de mentirle
como antes. Mi consternación ante todo lo que ocurría en mi entorno, me hacía
más débil.
-Está
bien, te creeré-dijo alzando sus brazos de manera burlona-¿Cómo era?, ah sí, te
caíste de la cama, ¿verdad?
-Cruel-susurré
irritada.
-¿Yo
soy el cruel?-preguntó ofendido.
Se
fue molesto y no lo culpaba. Debía solucionar pronto mis problemas para no
complicar más las cosas.
Al
siguiente día Jeremy no me habló, pero tampoco
fui tras él. Tenía demasiadas cosas en que pensar. La suicida no me
respondía, el correr de su pluma no se hacía presente, lo que me mantenía más
alejada de la realidad que de costumbre.
-Amelia,
te necesito-rogué-sé que estas ahí, responde.
Cualquier
tipo de petición era innecesaria. Me frustraba la forma ridícula en que se
estaba comportando la dama de aquel libro.
Los
días pasaron más rápidos que de costumbre, mi nuevo semestre de clases
empezaría en poco tiempo, sin embargo, no me importaba. El alma de aquella
suicida no se dignaba a dar señales de su existencia.
Las
preguntas seguían cercenando mi paciencia, ¿Por qué aquella joven me había
engañado?, las dudas de sus acciones me mantenían despierta en las madrugadas,
¿Quién era aquel sujeto y que ocultaba?
Intentaba
razonar de todas las posibles maneras, todo era en vano, mis interrogantes no
eran contestadas por ninguna forma. Podía hacer un libro con el nombre: Mil
preguntas sin respuestas, la historia de mi vida.
-¿De
qué te ríes?-preguntó Jacob al verme.
-De
las estupideces que corren por mi cabeza-señalé en tono burlón.
-Creo
que ya terminaste de desquiciarte-aseguró sarcástico.
-No seas malo-pedí repentinamente
enojada-sé mas considerado.
-Claro, lo seré-jactó malhumorado-pero
¿no crees que deberías tu también serlo?
-¿Yo soy mala?-me pregunté a mi misma
en voz alta.
-¿Ni siquiera puedes responderte
eso?-inquirió Jacob-a veces no encuentro la forma de entenderte…y lo he
intentado de verdad.
-Jamás podrás hacerlo-murmuré. No me
sentía nada bien en aquellos días; si yo no podía entenderme, nadie lo haría.
Salí de mi casa, esperando que el aire
fresco de la nueva mañana calmara mis ansias. Llevé el libro de la suicida
oculto en mi bolso, necesitaba respuestas y las hallaría a como dé lugar.
Decidí escribirle a la dama, aunque ella no me respondiera.
-Por extrañas que parezcan las cosas,
esto se estaba volviendo más frustrante que de costumbre, como si mi vida fuese
a acabar en cualquier instante, como si mi tiempo estuviese siendo contado.
La suicida no respondió, aunque en
realidad no me sorprendía su ausencia. ¿Acaso ella no debería estar sintiendo
mi confusión? Me encontraba en la búsqueda de una joven de la cual no podía
saber si su abuela habría muerto, de un tipo con un chaleco hasta el suelo y un
sombrero viejo que me seguía, de una mujer que quizás estuviese tras la pista
de Alfonso al igual que yo, de un
misterioso hombre que miraba la neblina, de la hija de la dama de mi libro,
Melinda no daba señales de vida, y aquel vil hombre al que debía llamar padre
tampoco, se supone que tendría que recordar algo, pero ¿qué sería?
Pasaron varios días, mi amiga del libro
no respondía, y las cosas seguían igual. Pronto debería regresar a buscar la
carta del relicario, necesitaba aquella información.
-¿Qué tal la universidad?-preguntó mi
madre al verme llegar.
-Igual que siempre-respondí con una
falsa sonrisa, la verdad había dejado de asistir desde días atrás, y, como iban
las cosas, no pensaba regresar.
-Es extraño, tu padre aún no llega-la
oí decir tristemente-¿Le habrá pasado algo?
Cerré mis puños con fuerza, casi y
hasta había olvidado que mi madre aún no se enteraba de todo lo sucedido.
Realmente estaba dejando muchas cosas inconclusas.
-Mamá…-susurré.
-Dime-preguntó abrazándome-¿Qué
sucede?, últimamente he llegado muy tarde de trabajar, y con tantos percances,
te he tenido olvidada.
-Debo hacer unos deberes grandes, hoy
llegaré tarde-me excusé como pude.
-Ya veo, entonces ve con cuidado-sonrió
como siempre-pronto me iré a trabajar.
Salí de mi casa envuelta en lágrimas,
últimamente se me estaba haciendo difícil hasta mantener la compostura.
Necesitaba calmarme.
Si entraba a la casa de Alfonso podía
encontrarme con aquella joven y no me sentía con muchas ganas de enfrentarla.
Me sorprendí a mi misma llegando por
las casas deshabitadas, cubiertas de moho y hollín. La maraña de mis
pensamientos me habían llevado hacia ese lugar, aunque no me sorprendía, quizás
ese sería el mejor lugar para calmar la consternación de mis pensamientos.
Rompí a llorar en aquella cama que no
era más que aquel esqueleto de alambre y madera carcomida al que había hallado
meses atrás, ya no podía detener mi llanto, todo realmente se había salido de
mis manos, ¿podría empeorar?
Me quedé dormida sin esperarlo,
desperté asustada, desorientada y a punto de llorar. Mis sueños se estaban
volviendo iguales o peores que la misma realidad, se estaban volviendo como los
de aquellos personajes a los que añoraba leer, perseguidos, traicionados,
¿Tendría aquello algo que ver con mi presente?
-No, no lo creo-me oí a mi mismo
murmurar-¿y si lo es?
Reí con poca cordura, debía dejar de
pensar tanto o terminaría en un hospital mental. Rompí a reír, mis ideas me
estaban abrumando de alguna rara forma.
La noche me había estado cubriendo sin
darme cuenta, ¿Cuántas horas había dormido? Tomé mi celular, diez llamadas
perdidas de mi hermano y 3 de mi madre, oh, un mensaje.
-Debes estar ocupada, ten cuidado al
regresar. Llegaré tarde, con amor Mamá-rezaba el texto.
Mi madre, ella tan preocupada, como
siempre. Ocultando dolor y tristeza, creyó que nunca lo notábamos, pero estaba
equivocada, ¿Cómo poder esconder la desesperanza de su mirada? Obligada a
casarse con el hombre al que no amaba, siempre reprimiéndose, siendo subyugada.
-¿Cómo no amarla?-me permití exclamar
en la silenciosa habitación.
Mis lágrimas cayeron, desbordantes. Al
parecer me estaba volviendo la mujer más sensible del mundo o una completa
idiota que estaba olvidando manejar la situación y mejorar la cosas.
Me recosté en el piso para continuar llorando.
Ahí, acostada exactamente donde la sangre de Amelia alguna vez causó horror,
donde ella decidió dar final a su existencia. ¿Qué cosas habrían pasado por su
mente en aquel momento? Renunció a su existencia, a sus ambiciones y sueños, a
la esperanza de encontrar a su pequeña también. De seguro mi madre no se
detendría por algo como eso, ella nos buscaría hasta el último momento. Me
gustaría preguntarle a Amelia acerca de sus decisiones, pero al ver su continua
falta de comunicación, era imposible.
Hace nueve meses atrás, cuando quedé
deslumbrada por primera vez ante el ensueño de la dama de aquel libro, nunca se
me hubiese ocurrido, ni por las más remotas razones, estar en esta situación.
Era suficiente de mis ideas, hasta para mí misma. Dios sabe que tan tarde era
cuando decidí por fin salir de aquella casa, si es que se la podía llamar así.
Caminé por casi media hora por las
desoladas calles, por supuesto, aún sin poder controlar el tamaño de mis
pensamientos. Principalmente todo se veía como escena de película de terror,
muerto y vacío, justo antes del que el personaje fuese asesinado.
-Dios-me volví paranoica ante la idea,
comencé a mirar hacia a todos lados. Atrás, adelante, derecha e izquierda, el
mismo proceso varias veces.
Ante mis propias perturbaciones
mentales decidí tomar un taxi. En pocos minutos llegué a casa, en realidad, sin
darme cuenta, había caminado bastante. Mi madre aún no había llegado, así que
estaba bien.
- Estas peor que en un hotel, entrando
y saliendo. Aunque al menos en un hotel debes darle las buenas noches al
portero-oí la voz enojada de mi hermano mayor.
-Buenas noches Jai-mascullé, esperando
que se le calmaran los geniecitos que cargaba.
-No sé qué rayos sucede contigo pero detente-me
lanzó una mirada de león enojado antes de subir las escaleras y lanzar la
puerta de su cuarto.
El siempre se comportaba así cuando no
conocía que hacer, la ignorancia lo descontrolaba y lo ponía en un estado nada
dulce. Tomé el teléfono sin importar las
altas horas, debía realizar una llamada al extranjero y pronto.
-¿Aló?-extraño e insólito, su voz me
revolvió el estómago.
-Hola, soy yo-dije unos segundos
después.
-Veo que conseguiste mi número-mencionó
con la voz apagada-¿Cómo estás?
-Bien, supongo-mentí-¿no debería estar
bien acaso? La idea de mi mejor amiga marchándose, una casa hecha un desastre,
una familia revuelta y sin contar con un misterio a cuestas, ¿No debería estar
bien?
-Sé que parece cruel, pero…
-¡Huiste!-grité enojada-es todo lo que
entiendo. Te fuiste sin dejarme explicaciones. ¿Crees realmente que las cosas
están mejor porque partiste?, no me hagas reír, por favor.
-Tú no entiendes…
-¡Claro que no lo entiendo!, si lo
entendiera no estaría aquí gritándote como una enferma mental, ¿Olvidas cuanto
te necesitaba? Prometimos encontrar a esa niña, o al menos yo lo prometí.
-Estás muy metida en eso-comentó casi
en un susurro.
-Necesito respuestas-dije débilmente.
-Empiezo a preguntarme quién es la que
está obsesionada, si tú o ella-dijo contrariada.
¿Por qué ella se habría alejado?
Definitivamente no hallaba respuestas racionales, Melinda desde que la conocía
había demostrado ser la persona con la que todos podían contar; te sentías sola
y de repente ella estaba ahí, contándote episodios locos o inventando alguna
excusa para que pudieras reír.
-¿Estás ahí?-preguntó. Casi había
olvidado que la tenía al teléfono.
-¿Recuerdas lo que me dijiste hace seis
años?-continué-cuando yo decía que no sabía cómo continuar las cosas con mi
padre. Te dije que no sabría si tendría buenas reacciones de su parte, pero que
aún así las tomaría, ya lo había pensado suficiente.
-Siempre contarás conmigo, aunque la
razón sea que debamos enterrar a un cadáver-susurró entrecortadamente.
-Sí, veo que aún no lo has
olvidado-mascullé-entonces, ¿Qué sucedió con tu promesa?
-Elisse esa cosa te va a…
Fue lo último que escuché antes de que
la llamada se cortara. Intenté volver a llamar pero era imposible.
-¡Jacob!-grité desde mi habitación,
mientras corría a la de él.
Su puerta estaba cerrada. Toqué varias
veces con fuerza, hasta que un somnoliento chico me abrió finalmente.
-¿Qué sucede?-preguntó algo
irritado-¿No has visto lo tarde que es? Van a ser las 4 de la mañana.
-Lo siento, pero estaba hablando con
Melinda por teléfono y la llamada se ha cortado ¡y la operadora no me da señales!-exclamé
alterada.
-¿Cómo está Mel?-preguntó olvidando mis
interrogantes.
-Bien…supongo-Le había olvidado
preguntar acerca de ello. La familia de Melinda tampoco era un pan dulce de
navidad y yo, su amiga, no le había preguntado cómo estaban saliendo las cosas.
-Sus padres se están divorciando, pero
imagino que no lo sabías-inquirió de forma hiriente-Tú nunca sabes nada, ¡nada
que en realidad importe!, respecto a tu llamada que divago que solo habrá sido
sobre tú, tú y nada mas tú. Mi madre no ha pagado las cuentas del teléfono, nos
lo avisó esta tarde, pero claro, tú no estabas aquí para escucharla.
Lo dejé hablando solo en su habitación.
Él era mi hermano pero ya eran suficientes palabras dolorosas para todo un día.
Entré al baño por una ducha, con todo y
ropa. Necesitaba desesperadamente
intentar aliviar la carga imaginaria que yacía en mis hombros. Era frustrante y
molesto. Mientras secaba mi delgado cuerpo me pareció escuchar a mi madre
llegar. Hubiese sido lindo de mi parte acercarme y saludarla, pero tenía
demasiadas cosas en que pensar, en otro momento sería.
Esa
cosa te va a, Me
va a ¿quitar demasiado tiempo? Bueno, literalmente eso ya estaba sucediendo.
-Necesito respuestas, respuestas…
Con aquellas últimas palabras, me dejé
ganar por el sueño que me atormentaba.
-Elisse, Elisse, Elisse-se escuchaba
una pequeña voz.
-Tim, ¿Eres tú?-balbuceé aún sin abrir
los ojos.
-Son las tres de la tarde, acabo de
llegar de la escuela y tú sigues aquí acostada-gruño-¿Acaso no has ido a la
universidad?
-Hoy no tuve clases-susurré
desperezándome-tengo que ir a la biblioteca.
-Está bien, mamá se fue hace unos
minutos-dijo tristemente-está preocupada por papá.
Abracé a Tim, a él también le dolía el
hecho de no saber cómo explicarle a aquella buena mujer que su esposo era un
farsante que la engañaba.
Salí rápidamente ante las ideas de que
quizás yo habría heredado lo farsante de mi padre. Yo lo estaba juzgando pero
¿y yo? La que había dejado la universidad e inventaba cada vez más excusas.
Muchos decían que mentir era fácil, yo podía comprobar que no era así, aquel
sentimiento de angustia de que en
cualquier momento te cogerían en la falsedad o el dolor de conciencia por
mentirles cada día más, tener que repasar las mentiras, para no confundirlas o
decirlas al revés.
-¿En qué piensas?-manifestó una voz a
mi lado de un momento a otro-podrías accidentarte si no ves por donde caminas.
-Jeremy-él estaba ahí, a mi lado, y yo
no sabía que decirle-ahora no…
-¿No es momento para
explicaciones?-dijo sin verme-nunca es momento para eso.
-Tú no entiendes…
-Solo estaba preocupado por
ti-manifestó enojado-¿Es mucho pedir que me digas qué sucede?, ¿acaso no lo
entiendes, no puedes comprender mi consternación?
-Yo…-¿Qué podía decirle?
-¿Lo sientes?, ¿Es todo lo que tienes
para decirme?-preguntó-he esperado más que mil disculpas, ¡ya basta!
Me tomó de los hombros, estaba
impaciente, no había duda. Esperaba una respuesta, pero no había nada que
decir.
-Entiendo-intentó reír burlón-creo que
debo irme.
-Jere-traté de llamarlo.
Era demasiado tarde, no estaba
dispuesto a escucharme.
-Las cosas cambian…dijiste que el
sufrimiento seria opcional...pero es mucho más
que eso…esto de verdad me está matando.
Tenía dos opciones, seguirle y contarle
todo o esperar a que me comprendiera por sus propios medios y mientras ello,
buscar una cabina y llamar a Melinda. Mientras caminaba al lado contrario de
donde él se había ido, mi corazón me
lanzó una gran punzada de dolor.
Intenté varias veces, pero Melinda
simplemente no contestaba, al parecer no había conexión o algo por el estilo.
Aquellas cosas tecnológicas nunca las había entendido del todo.
Iban a ser casi las siete de la noche
cuando me di cuenta que había estado caminando sin rumbo fijo. Al parecer había
caminado lo suficiente, porque había llegado a un lago en el que no había
estado desde hace años. No son tantos los recuerdos, pero de seguro son los
mejores; La madre de Jeremy aún estaba viva, Tim era un niño de pañales, Jacob,
Jeremy y yo pasábamos cierto tiempo lanzando piedras al lago con nuestros
deseos a cuestas. Éramos niños intentando cambiar las cosas con un lago de
sueños.
-¡Elisse hola,-exclamó alegre-hace
tanto que no te veo!
El joven alto y risueño me miraba
impresionado. Parado con un pequeño perro a su costado, el cual intentaba quitarle
la funda de la mano.
-Hola Víctor -sonreí levemente-es
extraño verte por aquí.
-Vivo por aquí, se me hace raro es
verte a ti por aquí-comentó entretenido-He comprado panes, ¿deseas?
No pude negarme, Dios sabe cuántos días
llevaba sin comer. Repentinamente no había notado el hambre que cargaba encima
hasta el momento en el que el pan salado toco mis labios, mientras tanto,
Víctor se entretenía dándole pequeños pedazos al cachorro.
-¿Has estado llorando?-preguntó cuando
nos sentamos en una banqueta.
-Solo estaba un poco sensible por los
recuerdos, nada de qué preocuparse-dije con una sonrisa fingida. Una vez más
estaba mintiendo.
-Te contaré una historia-dijo
pausadamente, mientras me recostaba en su hombro.
No le escuché mucho en realidad, cerré
mis ojos y dejé que el sueño me invadiera. Estaba siendo acechada y traicionada
otra vez en mis sueños, o debería decir, mis pesadillas.
-¿Qué hora es?-dije refregando mis ojos
ante la oscuridad.
-Más de media noche-manifestó con una
pequeña y dulce sonrisa-te has quedado dormida en medio de mi historia.
-Cuánto lo siento-mencioné de manera
tonta, ¿Sentir? ¿Yo aún sentía?
-No importa, cuando amas a alguien, es
lo que menos importa-susurró de tal forma que pude escucharle perfectamente.
-¿Perdón?-interrogué sin cortesía.
-Te estaba contando la historia de
un joven que se enamoró de una hermosa
princesa, por ser única y diferente-contestó avergonzado.
-¿Y qué tiene que ver con lo que
dijiste hace rato?-pregunté nuevamente sin cortesía.
-Aquella princesa eres tú.
Lo que me faltaba, para completar de
cosas raras. Las cosas entre él y yo, sin duda, eran imposibles.
-Yo…tengo novio-manifesté-y le amo,
como a nada más en el mundo…
-Pero…
-Pero nada-corté-no me gustaría ser
cruel ni nada, pero entre nosotros no existirá nada que no sea amistad…lo
siento…
-¿Te lo creíste?-dijo en un nada
disimulado tono falso.
-Lo siento, no me puedes
engañar…-susurré-debo irme…
No intento detenerme, y de cierta forma
me sentía feliz de que así lo fuera. No tenía intenciones de dejar que alguien,
que no sea la persona que yo amaba, me dijera aquellas cosas. Quizás era
arrogante de mi parte pero las cosas debían ser como deben ser.
Caminé por largas horas, percibiendo la
fresca fragancia del aire que intentaba asfixiarme. Había olvidado cómo era
sentir el mundo de esta manera, suave y serenamente, como si las cosas fueran a
esperar, como si al cerrar los ojos las cosas no cambiaran. Un espacio fuera de
tiempo, en el que me era permitido soñar.
-Al fin en casa-manifestó una voz
dolorosa.
No pude responder nada ante sus frías
palabras. Mi propio hermano no podría entenderlo todo, lo más seguro es que me
tildaría de loca y en su afán de ayudarme, yo terminaría encerrada en un
sanatorio mental.
Subí las escaleras con despacio. Cada
escalón que nos separaba, se convertía en una brecha mortífera y certera.
No sé si fue por la repentina
declaración de Víctor o por el encuentro de pocas palabras con mi hermano, pero
apenas amaneció, me encontré a mi misma caminando hacia la librería en la que
alguna vez había amado estar. Últimamente siempre me sorprendía a mí misma,
solo siendo guiada por mis ideas, totalmente perdida en mis pensamientos.
-¿Elisse?-interrogó Vicky como si viese
un fantasma.
-Hola, a los tiempos-sonreí vagamente.
-Mínimo siete u ocho meses que ni tu
sombra se ve por aquí, creí que te había pasado algo-dijo-ayer le pregunté a tu
novio que cómo estabas, y parecía que lo hubiera clavado una espada por la
mueca de tristeza con la que se fue.
-No he hablado mucho con él-le conté en
un susurro, ahora que recordaba su existencia, hace muchos días que ya no
escuchaba a Tim decirme que el preguntaba por mí.
Me quedé helada. Jeremy acababa de
entrar y me miraba perplejo, parecía que veía, al igual que lo había hecho
Vicky, a un fantasma. Pero de seguro ella estaba equivocada, ella no lo conocía
tan bien como yo. Aquella mirada no era de tristeza, era de incertidumbre e
impotencia.
No se tomó la molestia de saludarnos.
Salió inmediatamente, seguramente por mi presencia.
No quise ir tras él, en otro momento lo
haría. En aquel momento, solo necesitaba hallar indicios de la aparición del
libro de la suicida en aquella librería.
-Ayer fue su cumpleaños-dijo
repentinamente Vicky-¿pelearon en la fiesta, verdad?
Me acerqué con desesperadamente al
calendario, era verdad, yo lo había olvidado. Me descubrí irónicamente frente
al espejo con los ojos llorosos.
-Tranquila, si pelearon pronto se
arreglaran-me dijo con pena Vicky-el no te dejará de amar por un día de pelea.
-Pero quizás por un siglo de
olvido-susurré para mí misma.
Me senté en la banqueta vacía de un
parque cercano a llorar. Los transeúntes no dejaban de mirarme, los infantes me
señalaban y los adultos cuchicheaban a mi alrededor, seguramente de las razones
de mi llanto.
Pero ellos tampoco entenderían, nadie
podía comprenderme. El pasado de una muerta estaba destruyendo el presente de
una viva, ¿Quién entendería eso?
Aún lo recordaba, tan solo años atrás. Su madre en una cama de hospital,
consumida…enferma…y el día del cumpleaños de él: muerta. Yo era en aquel
entonces tan solo su amiga, yo lo había prometido, juré que siempre estaría con
él en aquella fecha. Juntos le dejábamos flores en su tumba desde aquel
entonces.
-Al menos no llores-me dijo sentado a
mi costado.
-Jeremy-le dije a punto de volver a
romper a llorar-yo…
-¿Lo sientes, verdad?-susurró en una
mezcla de tristeza y decepción -últimamente me he preguntado seriamente cuántas
veces repites aquellas palabras en un día, treinta…cien, ¿mil veces, quizás?
-Tú…
-¿Yo no entiendo, verdad?-me interrumpió
aún sin verme a la cara-al parecer nunca puedo comprenderte de la forma en que
tu deseas, no importa cuánto lo intente. Por ratos siento como si te estuviera
atando con un soga, rogando para que no te sueltes y huyas al fin.
-Yo…
-Si vas a decir lo siento, mejor no
digas nada-cortó enojado-¿Nunca pensaste que esas palabras en vez de aliviar,
causan dolor?
-Pero…-no podía decir nada, no sabía
que decir…
-Por una sola vez, dime algo en el que un “pero” no contraponga todo tu
concepto-dijo irritado, casi gritando-¡vamos!, quiero verte usando el extenso
vocabulario que siempre te volvías loca en aprender. Éste es al fin tu momento.
Quiero un fundamento creíble, no una razón en la que un par de palabras deban
saturar todas las explicaciones.
-¿Qué esperas que diga?-dije casi en un
murmullo-digo aquel par de palabras porque las siento.
-¿Alguna vez habías visto a un asesino
decir lo siento y que todo los cargos fuesen disueltos?-pregunto
irónicamente-si con tan solo eso, las cosas cambiaran, no necesitaríamos una
cárcel y un aparente infierno.
Nunca me habían gustado sus analogías,
siempre le había dicho que carecían de sentido y estaban demasiado filosofadas.
Pero en ésta definitivamente había dado en el clavo, yo era aquella asesina que
extinguía sus sentimientos.
-¿Cómo puedo odiar a algo que amo?-dijo
repentinamente ante mi falta de explicaciones, con la voz quebrantada.
-Yo te deje solo…
-¿Imaginas lo triste que es al sentirme
más solo estando contigo que estando sin ti?-soltó de nuevo impotente.
-¿Quieres saberlo todo, verdad?-ya era
suficiente, la misma daga que yo me había apuñalado no dejaba de sangrar-tu
hermosa novia, a la que tanto amabas ya casi no existe, bienvenido a mis
realidades alternas. Sé que son simples palabras, pero, ¿sabes? me siento mal
del hecho de haberte olvidado, pero luego de encontrar a un libro que se mete
solo entre tus cosas que luego viene y habla contigo, de repente no se siente
tan loco. No, quizás estas platicando con una muerta pero ella ya es tu amiga,
y quieres ayudarla casi desesperadamente. No te importa parecer detective
buscando información, no, eso no importa, mis malditos sueños dejan de importar
luego de que sales libre de robar en una tumba, cuando te metes en un par de
casas que deberían estar completamente vacías, mientras alguien te acecha,
persiguiéndote. Y luego, de repente, viendo las cosas color hormiga, aparecen
más personas, problemas familiares y amigos que vas perdiendo…es mi culpa, es
mi tonta y estúpida culpa, pero a veces es mejor venir y decir un par de
palabras como tú las estas llamando, porque ese par de palabras son mejor que
una larga explicación que no entenderías.
Me miró casi sin lucidez, me faltaba el
aire por haber olvidado respirar en el monólogo dramático acerca de mi vida. Se
llevó las manos a la cara con tanta fuerza, que por instante, pareció que
quisiese que aquellas sean de hierro y destruyeran su cara junto a su masa
cerebral.
Volvió a verme, sus pupilas dilatadas
me miraron con sufrimiento.
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