¿Por qué escribo? Escribo para ser feliz me paguen o no por ello. Es una enfermedad haber nacido así. Me gusta hacerlo. Lo cual es aún peor. Convierte la enfermedad en un vicio. Además, quiero hacerlo mejor de lo que nadie lo haya hecho jamás. (Ernest Hemingway)

No escribo porque me sobra el tiempo, lo hago porque me hace realmente feliz. El verme esenciada en mis personajes, más humana, más cruel...realmente no tiene precio.





sábado, 12 de julio de 2014

Capítulo 11: La laguna de los recuerdos

El alma de una suicida
Capítulo 11: La laguna de los recuerdos

-Infraganti-balbuceó apenas me vio.
-Solo fui a tomar aire-mentí sonriente.
-No sabía que el aire golpeaba con tanta fuerza-manifestó inspeccionando mi labio roto.
-Me caí de la cama esta mañana-volví a mentir.
-¿Alguien te creyó eso?-preguntó sarcástico.
Lo mire incrédula, él ya me había descubierto en mi engaño. No era capaz de mentirle como antes. Mi consternación ante todo lo que ocurría en mi entorno, me hacía más débil.
-Está bien, te creeré-dijo alzando sus brazos de manera burlona-¿Cómo era?, ah sí, te caíste de la cama, ¿verdad?
-Cruel-susurré irritada.
-¿Yo soy el cruel?-preguntó ofendido.
Se fue molesto y no lo culpaba. Debía solucionar pronto mis problemas para no complicar más las cosas.
Al siguiente día Jeremy no me habló, pero tampoco  fui tras él. Tenía demasiadas cosas en que pensar. La suicida no me respondía, el correr de su pluma no se hacía presente, lo que me mantenía más alejada de la realidad que de costumbre.
-Amelia, te necesito-rogué-sé que estas ahí, responde.
Cualquier tipo de petición era innecesaria. Me frustraba la forma ridícula en que se estaba comportando la dama de aquel libro.
Los días pasaron más rápidos que de costumbre, mi nuevo semestre de clases empezaría en poco tiempo, sin embargo, no me importaba. El alma de aquella suicida no se dignaba a dar señales de su existencia.
Las preguntas seguían cercenando mi paciencia, ¿Por qué aquella joven me había engañado?, las dudas de sus acciones me mantenían despierta en las madrugadas, ¿Quién era aquel sujeto y que ocultaba?
Intentaba razonar de todas las posibles maneras, todo era en vano, mis interrogantes no eran contestadas por ninguna forma. Podía hacer un libro con el nombre: Mil preguntas sin respuestas, la historia de mi vida.
-¿De qué te ríes?-preguntó Jacob al verme.
-De las estupideces que corren por mi cabeza-señalé en tono burlón.
-Creo que ya terminaste de desquiciarte-aseguró sarcástico.
-No seas malo-pedí repentinamente enojada-sé mas considerado.
-Claro, lo seré-jactó malhumorado-pero ¿no crees que deberías tu también serlo?
-¿Yo soy mala?-me pregunté a mi misma en voz alta.
-¿Ni siquiera puedes responderte eso?-inquirió Jacob-a veces no encuentro la forma de entenderte…y lo he intentado de verdad.
-Jamás podrás hacerlo-murmuré. No me sentía nada bien en aquellos días; si yo no podía entenderme, nadie lo haría.
Salí de mi casa, esperando que el aire fresco de la nueva mañana calmara mis ansias. Llevé el libro de la suicida oculto en mi bolso, necesitaba respuestas y las hallaría a como dé lugar. Decidí escribirle a la dama, aunque ella no me respondiera.
-Por extrañas que parezcan las cosas, esto se estaba volviendo más frustrante que de costumbre, como si mi vida fuese a acabar en cualquier instante, como si mi tiempo estuviese siendo contado.
Estaba asustada. Cosas raras estaban sucediendo, no entendía nada.


La suicida no respondió, aunque en realidad no me sorprendía su ausencia. ¿Acaso ella no debería estar sintiendo mi confusión? Me encontraba en la búsqueda de una joven de la cual no podía saber si su abuela habría muerto, de un tipo con un chaleco hasta el suelo y un sombrero viejo que me seguía, de una mujer que quizás estuviese tras la pista de Alfonso al igual que yo, de  un misterioso hombre que miraba la neblina, de la hija de la dama de mi libro, Melinda no daba señales de vida, y aquel vil hombre al que debía llamar padre tampoco, se supone que tendría que recordar algo, pero ¿qué sería?
Pasaron varios días, mi amiga del libro no respondía, y las cosas seguían igual. Pronto debería regresar a buscar la carta del relicario, necesitaba aquella información.
-¿Qué tal la universidad?-preguntó mi madre al verme llegar.
-Igual que siempre-respondí con una falsa sonrisa, la verdad había dejado de asistir desde días atrás, y, como iban las cosas, no pensaba regresar.
-Es extraño, tu padre aún no llega-la oí decir tristemente-¿Le habrá pasado algo?
Cerré mis puños con fuerza, casi y hasta había olvidado que mi madre aún no se enteraba de todo lo sucedido. Realmente estaba dejando muchas cosas inconclusas.
-Mamá…-susurré.
-Dime-preguntó abrazándome-¿Qué sucede?, últimamente he llegado muy tarde de trabajar, y con tantos percances, te he tenido olvidada.
-Debo hacer unos deberes grandes, hoy llegaré tarde-me excusé como pude.
-Ya veo, entonces ve con cuidado-sonrió como siempre-pronto me iré a trabajar.
Salí de mi casa envuelta en lágrimas, últimamente se me estaba haciendo difícil hasta mantener la compostura. Necesitaba calmarme.
Si entraba a la casa de Alfonso podía encontrarme con aquella joven y no me sentía con muchas ganas de enfrentarla.
Me sorprendí a mi misma llegando por las casas deshabitadas, cubiertas de moho y hollín. La maraña de mis pensamientos me habían llevado hacia ese lugar, aunque no me sorprendía, quizás ese sería el mejor lugar para calmar la consternación de mis pensamientos.
Rompí a llorar en aquella cama que no era más que aquel esqueleto de alambre y madera carcomida al que había hallado meses atrás, ya no podía detener mi llanto, todo realmente se había salido de mis manos, ¿podría empeorar?
Me quedé dormida sin esperarlo, desperté asustada, desorientada y a punto de llorar. Mis sueños se estaban volviendo iguales o peores que la misma realidad, se estaban volviendo como los de aquellos personajes a los que añoraba leer, perseguidos, traicionados, ¿Tendría aquello algo que ver con mi presente?
-No, no lo creo-me oí a mi mismo murmurar-¿y si lo es?
Reí con poca cordura, debía dejar de pensar tanto o terminaría en un hospital mental. Rompí a reír, mis ideas me estaban abrumando de alguna rara forma.
La noche me había estado cubriendo sin darme cuenta, ¿Cuántas horas había dormido? Tomé mi celular, diez llamadas perdidas de mi hermano y 3 de mi madre, oh, un mensaje.
-Debes estar ocupada, ten cuidado al regresar. Llegaré tarde, con amor Mamá-rezaba el texto.
Mi madre, ella tan preocupada, como siempre. Ocultando dolor y tristeza, creyó que nunca lo notábamos, pero estaba equivocada, ¿Cómo poder esconder la desesperanza de su mirada? Obligada a casarse con el hombre al que no amaba, siempre reprimiéndose, siendo subyugada.
-¿Cómo no amarla?-me permití exclamar en la silenciosa habitación.
Mis lágrimas cayeron, desbordantes. Al parecer me estaba volviendo la mujer más sensible del mundo o una completa idiota que estaba olvidando manejar la situación y mejorar la cosas.
 Me recosté en el piso para continuar llorando. Ahí, acostada exactamente donde la sangre de Amelia alguna vez causó horror, donde ella decidió dar final a su existencia. ¿Qué cosas habrían pasado por su mente en aquel momento? Renunció a su existencia, a sus ambiciones y sueños, a la esperanza de encontrar a su pequeña también. De seguro mi madre no se detendría por algo como eso, ella nos buscaría hasta el último momento. Me gustaría preguntarle a Amelia acerca de sus decisiones, pero al ver su continua falta de comunicación, era imposible.
Hace nueve meses atrás, cuando quedé deslumbrada por primera vez ante el ensueño de la dama de aquel libro, nunca se me hubiese ocurrido, ni por las más remotas razones, estar en esta situación. Era suficiente de mis ideas, hasta para mí misma. Dios sabe que tan tarde era cuando decidí por fin salir de aquella casa, si es que se la podía llamar así.
Caminé por casi media hora por las desoladas calles, por supuesto, aún sin poder controlar el tamaño de mis pensamientos. Principalmente todo se veía como escena de película de terror, muerto y vacío, justo antes del que el personaje fuese asesinado.
-Dios-me volví paranoica ante la idea, comencé a mirar hacia a todos lados. Atrás, adelante, derecha e izquierda, el mismo proceso varias veces.
Ante mis propias perturbaciones mentales decidí tomar un taxi. En pocos minutos llegué a casa, en realidad, sin darme cuenta, había caminado bastante. Mi madre aún no había llegado, así que estaba bien.
- Estas peor que en un hotel, entrando y saliendo. Aunque al menos en un hotel debes darle las buenas noches al portero-oí la voz enojada de mi hermano mayor.
-Buenas noches Jai-mascullé, esperando que se le calmaran los geniecitos que cargaba.
-No sé qué rayos sucede contigo pero detente-me lanzó una mirada de león enojado antes de subir las escaleras y lanzar la puerta de su cuarto.
El siempre se comportaba así cuando no conocía que hacer, la ignorancia lo descontrolaba y lo ponía en un estado nada dulce. Tomé el teléfono sin importar  las altas horas, debía realizar una llamada al extranjero y pronto.
-¿Aló?-extraño e insólito, su voz me revolvió el estómago.
-Hola, soy yo-dije unos segundos después.
-Veo que conseguiste mi número-mencionó con la voz apagada-¿Cómo estás?
-Bien, supongo-mentí-¿no debería estar bien acaso? La idea de mi mejor amiga marchándose, una casa hecha un desastre, una familia revuelta y sin contar con un misterio a cuestas, ¿No debería estar bien?
-Sé que parece cruel, pero…
-¡Huiste!-grité enojada-es todo lo que entiendo. Te fuiste sin dejarme explicaciones. ¿Crees realmente que las cosas están mejor porque partiste?, no me hagas reír, por favor.
-Tú no entiendes…
-¡Claro que no lo entiendo!, si lo entendiera no estaría aquí gritándote como una enferma mental, ¿Olvidas cuanto te necesitaba? Prometimos encontrar a esa niña, o al menos yo lo prometí.
-Estás muy metida en eso-comentó casi en un susurro.
-Necesito respuestas-dije débilmente.
-Empiezo a preguntarme quién es la que está obsesionada, si tú o ella-dijo contrariada.
¿Por qué ella se habría alejado? Definitivamente no hallaba respuestas racionales, Melinda desde que la conocía había demostrado ser la persona con la que todos podían contar; te sentías sola y de repente ella estaba ahí, contándote episodios locos o inventando alguna excusa para que pudieras reír.
-¿Estás ahí?-preguntó. Casi había olvidado que la tenía al teléfono.
-¿Recuerdas lo que me dijiste hace seis años?-continué-cuando yo decía que no sabía cómo continuar las cosas con mi padre. Te dije que no sabría si tendría buenas reacciones de su parte, pero que aún así las tomaría, ya lo había pensado suficiente.
-Siempre contarás conmigo, aunque la razón sea que debamos enterrar a un cadáver-susurró entrecortadamente.
-Sí, veo que aún no lo has olvidado-mascullé-entonces, ¿Qué sucedió con tu promesa?
-Elisse esa cosa te va a…
Fue lo último que escuché antes de que la llamada se cortara. Intenté volver a llamar pero era imposible.
-¡Jacob!-grité desde mi habitación, mientras corría a la de él.
Su puerta estaba cerrada. Toqué varias veces con fuerza, hasta que un somnoliento chico me abrió finalmente.
-¿Qué sucede?-preguntó algo irritado-¿No has visto lo tarde que es? Van a ser las 4 de la mañana.
-Lo siento, pero estaba hablando con Melinda por teléfono y la llamada se ha cortado ¡y la operadora no me da señales!-exclamé alterada.
-¿Cómo está Mel?-preguntó olvidando mis interrogantes.
-Bien…supongo-Le había olvidado preguntar acerca de ello. La familia de Melinda tampoco era un pan dulce de navidad y yo, su amiga, no le había preguntado cómo estaban saliendo las cosas.
-Sus padres se están divorciando, pero imagino que no lo sabías-inquirió de forma hiriente-Tú nunca sabes nada, ¡nada que en realidad importe!, respecto a tu llamada que divago que solo habrá sido sobre tú, tú y nada mas tú. Mi madre no ha pagado las cuentas del teléfono, nos lo avisó esta tarde, pero claro, tú no estabas aquí para escucharla.
Lo dejé hablando solo en su habitación. Él era mi hermano pero ya eran suficientes palabras dolorosas para todo un día.
Entré al baño por una ducha, con todo y ropa.  Necesitaba desesperadamente intentar aliviar la carga imaginaria que yacía en mis hombros. Era frustrante y molesto. Mientras secaba mi delgado cuerpo me pareció escuchar a mi madre llegar. Hubiese sido lindo de mi parte acercarme y saludarla, pero tenía demasiadas cosas en que pensar, en otro momento sería.
Esa cosa te va a, Me va a ¿quitar demasiado tiempo? Bueno, literalmente eso ya estaba sucediendo.
-Necesito respuestas, respuestas…
Con aquellas últimas palabras, me dejé ganar por el sueño que me atormentaba.
-Elisse, Elisse, Elisse-se escuchaba una pequeña voz.
-Tim, ¿Eres tú?-balbuceé aún sin abrir los ojos.
-Son las tres de la tarde, acabo de llegar de la escuela y tú sigues aquí acostada-gruño-¿Acaso no has ido a la universidad?
-Hoy no tuve clases-susurré desperezándome-tengo que ir a la biblioteca.
-Está bien, mamá se fue hace unos minutos-dijo tristemente-está preocupada por papá.
Abracé a Tim, a él también le dolía el hecho de no saber cómo explicarle a aquella buena mujer que su esposo era un farsante que la engañaba.
Salí rápidamente ante las ideas de que quizás yo habría heredado lo farsante de mi padre. Yo lo estaba juzgando pero ¿y yo? La que había dejado la universidad e inventaba cada vez más excusas. Muchos decían que mentir era fácil, yo podía comprobar que no era así, aquel sentimiento de angustia de que  en cualquier momento te cogerían en la falsedad o el dolor de conciencia por mentirles cada día más, tener que repasar las mentiras, para no confundirlas o decirlas al revés.
-¿En qué piensas?-manifestó una voz a mi lado de un momento a otro-podrías accidentarte si no ves por donde caminas.
-Jeremy-él estaba ahí, a mi lado, y yo no sabía que decirle-ahora no…
-¿No es momento para explicaciones?-dijo sin verme-nunca es momento para eso.
-Tú no entiendes…
-Solo estaba preocupado por ti-manifestó enojado-¿Es mucho pedir que me digas qué sucede?, ¿acaso no lo entiendes, no puedes comprender mi consternación?
-Yo…-¿Qué podía decirle?
-¿Lo sientes?, ¿Es todo lo que tienes para decirme?-preguntó-he esperado más que mil disculpas, ¡ya basta!
Me tomó de los hombros, estaba impaciente, no había duda. Esperaba una respuesta, pero no había nada que decir.
-Entiendo-intentó reír burlón-creo que debo irme.
-Jere-traté de llamarlo.
Era demasiado tarde, no estaba dispuesto a escucharme.
-Las cosas cambian…dijiste que el sufrimiento seria opcional...pero es mucho más  que eso…esto de verdad me está matando.
Tenía dos opciones, seguirle y contarle todo o esperar a que me comprendiera por sus propios medios y mientras ello, buscar una cabina y llamar a Melinda. Mientras caminaba al lado contrario de donde él se había ido,  mi corazón me lanzó una gran punzada de dolor.
Intenté varias veces, pero Melinda simplemente no contestaba, al parecer no había conexión o algo por el estilo. Aquellas cosas tecnológicas nunca las había entendido del todo.
Iban a ser casi las siete de la noche cuando me di cuenta que había estado caminando sin rumbo fijo. Al parecer había caminado lo suficiente, porque había llegado a un lago en el que no había estado desde hace años. No son tantos los recuerdos, pero de seguro son los mejores; La madre de Jeremy aún estaba viva, Tim era un niño de pañales, Jacob, Jeremy y yo pasábamos cierto tiempo lanzando piedras al lago con nuestros deseos a cuestas. Éramos niños intentando cambiar las cosas con un lago de sueños.
-¡Elisse hola,-exclamó alegre-hace tanto que no te veo!
El joven alto y risueño me miraba impresionado. Parado con un pequeño perro a su costado, el cual intentaba quitarle la funda de la mano.
-Hola Víctor -sonreí levemente-es extraño verte por aquí.
-Vivo por aquí, se me hace raro es verte a ti por aquí-comentó entretenido-He comprado panes, ¿deseas?
No pude negarme, Dios sabe cuántos días llevaba sin comer. Repentinamente no había notado el hambre que cargaba encima hasta el momento en el que el pan salado toco mis labios, mientras tanto, Víctor se entretenía dándole pequeños pedazos al cachorro.
-¿Has estado llorando?-preguntó cuando nos sentamos en una banqueta.
-Solo estaba un poco sensible por los recuerdos, nada de qué preocuparse-dije con una sonrisa fingida. Una vez más estaba mintiendo.
-Te contaré una historia-dijo pausadamente, mientras me recostaba en su hombro.
No le escuché mucho en realidad, cerré mis ojos y dejé que el sueño me invadiera. Estaba siendo acechada y traicionada otra vez en mis sueños, o debería decir, mis pesadillas.
-¿Qué hora es?-dije refregando mis ojos ante la oscuridad.
-Más de media noche-manifestó con una pequeña y dulce sonrisa-te has quedado dormida en medio de mi historia.
-Cuánto lo siento-mencioné de manera tonta, ¿Sentir? ¿Yo aún sentía?
-No importa, cuando amas a alguien, es lo que menos importa-susurró de tal forma que pude escucharle perfectamente.
-¿Perdón?-interrogué sin cortesía.
-Te estaba contando la historia de un  joven que se enamoró de una hermosa princesa, por ser única y diferente-contestó avergonzado.
-¿Y qué tiene que ver con lo que dijiste hace rato?-pregunté nuevamente sin cortesía.
-Aquella princesa eres tú.
Lo que me faltaba, para completar de cosas raras. Las cosas entre él y yo, sin duda, eran imposibles.
-Yo…tengo novio-manifesté-y le amo, como a nada más en el mundo…
-Pero…
-Pero nada-corté-no me gustaría ser cruel ni nada, pero entre nosotros no existirá nada que no sea amistad…lo siento…
-¿Te lo creíste?-dijo en un nada disimulado tono falso.
-Lo siento, no me puedes engañar…-susurré-debo irme…
No intento detenerme, y de cierta forma me sentía feliz de que así lo fuera. No tenía intenciones de dejar que alguien, que no sea la persona que yo amaba, me dijera aquellas cosas. Quizás era arrogante de mi parte pero las cosas debían ser como deben ser.
Caminé por largas horas, percibiendo la fresca fragancia del aire que intentaba asfixiarme. Había olvidado cómo era sentir el mundo de esta manera, suave y serenamente, como si las cosas fueran a esperar, como si al cerrar los ojos las cosas no cambiaran. Un espacio fuera de tiempo, en el que me era permitido soñar.
-Al fin en casa-manifestó una voz dolorosa.
No pude responder nada ante sus frías palabras. Mi propio hermano no podría entenderlo todo, lo más seguro es que me tildaría de loca y en su afán de ayudarme, yo terminaría encerrada en un sanatorio mental.
Subí las escaleras con despacio. Cada escalón que nos separaba, se convertía en una brecha mortífera y certera.
No sé si fue por la repentina declaración de Víctor o por el encuentro de pocas palabras con mi hermano, pero apenas amaneció, me encontré a mi misma caminando hacia la librería en la que alguna vez había amado estar. Últimamente siempre me sorprendía a mí misma, solo siendo guiada por mis ideas, totalmente perdida en mis pensamientos.
-¿Elisse?-interrogó Vicky como si viese un fantasma.
-Hola, a los tiempos-sonreí vagamente.
-Mínimo siete u ocho meses que ni tu sombra se ve por aquí, creí que te había pasado algo-dijo-ayer le pregunté a tu novio que cómo estabas, y parecía que lo hubiera clavado una espada por la mueca de tristeza con la que se fue.
-No he hablado mucho con él-le conté en un susurro, ahora que recordaba su existencia, hace muchos días que ya no escuchaba a Tim decirme que el preguntaba por mí.
Me quedé helada. Jeremy acababa de entrar y me miraba perplejo, parecía que veía, al igual que lo había hecho Vicky, a un fantasma. Pero de seguro ella estaba equivocada, ella no lo conocía tan bien como yo. Aquella mirada no era de tristeza, era de incertidumbre e impotencia.
No se tomó la molestia de saludarnos. Salió inmediatamente, seguramente por mi presencia.
No quise ir tras él, en otro momento lo haría. En aquel momento, solo necesitaba hallar indicios de la aparición del libro de la suicida en aquella librería.
-Ayer fue su cumpleaños-dijo repentinamente Vicky-¿pelearon en la fiesta, verdad?
Me acerqué con desesperadamente al calendario, era verdad, yo lo había olvidado. Me descubrí irónicamente frente al espejo con los ojos llorosos.
-Tranquila, si pelearon pronto se arreglaran-me dijo con pena Vicky-el no te dejará de amar por un día de pelea.
-Pero quizás por un siglo de olvido-susurré para mí misma.
Me senté en la banqueta vacía de un parque cercano a llorar. Los transeúntes no dejaban de mirarme, los infantes me señalaban y los adultos cuchicheaban a mi alrededor, seguramente de las razones de mi llanto.
Pero ellos tampoco entenderían, nadie podía comprenderme. El pasado de una muerta estaba destruyendo el presente de una viva, ¿Quién entendería eso?
Aún lo recordaba, tan solo  años atrás. Su madre en una cama de hospital, consumida…enferma…y el día del cumpleaños de él: muerta. Yo era en aquel entonces tan solo su amiga, yo lo había prometido, juré que siempre estaría con él en aquella fecha. Juntos le dejábamos flores en su tumba desde aquel entonces.
-Al menos no llores-me dijo sentado a mi costado.
-Jeremy-le dije a punto de volver a romper a llorar-yo…
-¿Lo sientes, verdad?-susurró en una mezcla de tristeza y decepción -últimamente me he preguntado seriamente cuántas veces repites aquellas palabras en un día, treinta…cien, ¿mil veces, quizás?
-Tú…
-¿Yo no entiendo, verdad?-me interrumpió aún sin verme a la cara-al parecer nunca puedo comprenderte de la forma en que tu deseas, no importa cuánto lo intente. Por ratos siento como si te estuviera atando con un soga, rogando para que no te sueltes y huyas al fin.
-Yo…
-Si vas a decir lo siento, mejor no digas nada-cortó enojado-¿Nunca pensaste que esas palabras en vez de aliviar, causan dolor?
-Pero…-no podía decir nada, no sabía que decir…
-Por una sola vez, dime algo en el  que un “pero” no contraponga todo tu concepto-dijo irritado, casi gritando-¡vamos!, quiero verte usando el extenso vocabulario que siempre te volvías loca en aprender. Éste es al fin tu momento. Quiero un fundamento creíble, no una razón en la que un par de palabras deban saturar todas las explicaciones.
-¿Qué esperas que diga?-dije casi en un murmullo-digo aquel par de palabras porque las siento.
-¿Alguna vez habías visto a un asesino decir lo siento y que todo los cargos fuesen disueltos?-pregunto irónicamente-si con tan solo eso, las cosas cambiaran, no necesitaríamos una cárcel y un aparente infierno.
Nunca me habían gustado sus analogías, siempre le había dicho que carecían de sentido y estaban demasiado filosofadas. Pero en ésta definitivamente había dado en el clavo, yo era aquella asesina que extinguía sus sentimientos.
-¿Cómo puedo odiar a algo que amo?-dijo repentinamente ante mi falta de explicaciones, con la voz quebrantada.
-Yo te deje solo…
-¿Imaginas lo triste que es al sentirme más solo estando contigo que estando sin ti?-soltó de nuevo impotente.
-¿Quieres saberlo todo, verdad?-ya era suficiente, la misma daga que yo me había apuñalado no dejaba de sangrar-tu hermosa novia, a la que tanto amabas ya casi no existe, bienvenido a mis realidades alternas. Sé que son simples palabras, pero, ¿sabes? me siento mal del hecho de haberte olvidado, pero luego de encontrar a un libro que se mete solo entre tus cosas que luego viene y habla contigo, de repente no se siente tan loco. No, quizás estas platicando con una muerta pero ella ya es tu amiga, y quieres ayudarla casi desesperadamente. No te importa parecer detective buscando información, no, eso no importa, mis malditos sueños dejan de importar luego de que sales libre de robar en una tumba, cuando te metes en un par de casas que deberían estar completamente vacías, mientras alguien te acecha, persiguiéndote. Y luego, de repente, viendo las cosas color hormiga, aparecen más personas, problemas familiares y amigos que vas perdiendo…es mi culpa, es mi tonta y estúpida culpa, pero a veces es mejor venir y decir un par de palabras como tú las estas llamando, porque ese par de palabras son mejor que una larga explicación que no entenderías.
Me miró casi sin lucidez, me faltaba el aire por haber olvidado respirar en el monólogo dramático acerca de mi vida. Se llevó las manos a la cara con tanta fuerza, que por instante, pareció que quisiese que aquellas sean de hierro y destruyeran su cara junto a su masa cerebral.

Volvió a verme, sus pupilas dilatadas me miraron con sufrimiento.

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