¿Por qué escribo? Escribo para ser feliz me paguen o no por ello. Es una enfermedad haber nacido así. Me gusta hacerlo. Lo cual es aún peor. Convierte la enfermedad en un vicio. Además, quiero hacerlo mejor de lo que nadie lo haya hecho jamás. (Ernest Hemingway)

No escribo porque me sobra el tiempo, lo hago porque me hace realmente feliz. El verme esenciada en mis personajes, más humana, más cruel...realmente no tiene precio.





sábado, 29 de abril de 2017

De la realidad y otras mentiras

Uno de mis miedos siempre fue levantarme una mañana y no reconocer a la mujer del reflejo, por supuesto, no me estoy refiriendo a ningún trastorno de identidad. Esto se trataba de algo más figurado. Ese momento en que te miras a los ojos y sabes que te has fallado, que has dedicado demasiado tiempo a dar largas en los asuntos que realmente importan o que te has estado saboteando. 
Vivía aterrorizada con la idea de observar mis propios ojos y ver a la niña en ellos, una mirada rápida habría bastado entonces para romper a llorar con las disculpas que mi boca no rezaría en voz alta.

Así que no me tomó por sorpresa el instante en que mi cerebro envió el claro mensaje de que había dejado de verme, que estaba evadiendo a los espejos de las habitaciones para no examinarme. Al principio no me importó, estaba de vacaciones y lo adjudiqué al excesivo tiempo libre. Cuando uno duerme tan poco es natural tener tiempo extra para pensar, sobrepensar, en mi caso particular. No necesitaba realmente estar peinada y podía hacer un montón de actividades sin notarme.

Cuando las mañanas empezaron a llegar sin que yo cerrara un ojo, empecé a sentir pánico. Mi cabeza dolía demasiado, una sensación terrible como si fuera aguijoneada y al mismo tiempo oprimida desde todos los ángulos. Recuerdo una noche cerrar los ojos con fuerza, poner una banda fría sobre ellos y sujetar con firmeza una almohada clamando en silencio poder dormir. A la tercera noche, en algún segundo entre el llanto inconsolable y aferrar mis uñas a mi cuero cabelludo, debí quedarme dormida. Cuatro horas, tiempo suficiente para recobrar la cordura.

Yo no entiendo realmente a las personas, trato de comprenderlas sin duda, pero pasé tantos años analizándome a mí misma que cuando me enfrento a los demás solo puede extender mi propia versión del mundo y de mis sentimientos para entenderlos. Así que yo explicaba mis propios síntomas como parte de la naturaleza humana. En ningún momento me he tragado el cuento de la felicidad social, no digo que las personas no sean felices, afirmo que no hay forma de que estén honestamente así todo el tiempo. Nadie desconoce lo suficiente de sí mismo y del mundo a su alrededor como para llevar perpetuamente esa sonrisa feliz que solo puede portarla con seguridad un verdadero ignorante.

Sin embargo, no nos entiendo. No explico esta necesidad de ocultarnos tras una máscara. Compartimos los mismos sentimientos negativos pero nos animamos a nosotros mismos a no trasladarlos o a esconderlos el mayor tiempo que nos sea posible. Eso sí, el diablo no permita que otro demuestre que es humano y peor aún, lo suficiente para albergar la desdicha sobre sí mismo. Dios, no, claro que no. Debemos ser fuertes y centrados, irrompibles, ¿verdad?

Hay una necesidad desesperada de mostrarle al otro que hemos encontrado la perfección, que estamos en cada período bien y que el plan de nuestras vidas se está dirigiendo en línea recta hacia la meta todo el tiempo. Tomamos fotos alegres de momentos maravillosos y los publicamos en un intento absurdo de evidenciarle al mundo riquezas emocionales y/o materiales que consagran nuestra existencia. Llevamos la máscara orgullosos de portarla. De vez en cuando, si tenemos la suficiente suerte, nos quitamos parcialmente la careta para que esas dos o tres personas a las que podemos llamar amigos vean que somos humanos también. Absolutamente el resto del mundo no puede evidenciar la realidad, no importa si odias a tu madre, si crees que tu vida no tiene ningún sentido, si tienes miedo de morir solo o, si como yo, no has tenido el coraje de verte a ti mismo realmente al espejo.

¿Qué nos está faltando? ¿Más frases honestas acerca de nuestros sentimientos o quizá oídos amables que escuchen al que se ha atrevido a decir sus más profundos pensamientos?

Particularmente no creo en la existencia del infierno porque pienso que podemos convertir nuestra presencia en el mundo en ese lugar aterrador que todos parecen temer con facilidad, pero si Dante Alighieri tuviera razón y ese infierno fuera auténtico, entonces entre ese viaje a ultratumba, en la sexta fosa del octavo círculo para ser exacta, habría un lugar especialmente para los cobardes. Yo espero que sea un lugar cómodo, porque la mayoría de nosotros pasará un tiempo excesivamente prolongado ahí, eternidad le dicen.


“Bueno, yo espero que si tú estás por ahí y lees esto sepas que, sí, es verdad, yo estoy aquí, soy tan extraña como tú.” –Frida Kahlo