El alma de una suicida
Capítulo 8: Entierro
de los años
La nueva mañana del mes de Agosto nos recibió pensativas. Habían pasado dos semanas desde nuestra última visita a ese barrio. Nos habíamos detenido en volver a entrar a la casa de Alfonso, teníamos muchas preguntas sin respuesta, demasiadas para mi poca paciencia.
-¿No
deberías ir a la universidad?-me recordó Melinda.
-Tengo
clases en tres horas-avisé-ya mismo me alisto.
Me
quede viéndola, seguía pensativa. Al parecer no se podía quitar las dudas de la
cabeza, se clavaba las uñas en su largo cabello de la amargura. Ella estaba tan
metida en aquella búsqueda como yo.
-¡No
lo entiendo!-exclamó furiosa consigo misma, mientras apretaba sus puños con
fuerza-he intentado buscar todas las posibles razones por las cuales esa joven
nos mintiera, simplemente no lo entiendo.
-Cálmate-le
pedí-no creas que yo no estoy en las mismas. No hemos ido a esa casa, pero aun
así es imposible saberlo sin tener esa llave, o lo que sea que abra ese
relicario.
-Debí
haberme sustraído ese relicario de aquella casa-manifestó lanzándose a la cama
que juntas habíamos construido en el piso.
-Y
eso que eras tú la enojada por haber robado una llave de una tumba-reproché
sonriente-ya cálmate, no me hagas perder la poca tranquilidad que me queda.
-Tranquilidad
es lo que yo no tengo-afirmó en un largo suspiro, que me pareció una eternidad-quiero
conocer toda esa historia, no viviré tranquila hasta que no encontremos a esa
niña.
más--->
-Aún
tienes la esperanza de que la dama escriba en tu presencia al saber que tu
ayudaste a encontrar a su hija, ¿verdad?-curioseé
-Pues
sí-volvió a suspirar- ella no escribe si estoy cerca, es injusto.
Reí
por lo bajo. Me causaba demasiada gracia verla de aquella manera.
-Tengo
una gran idea-se exaltó repentinamente-iremos a la casa de esa chica y yo la
voy a entretener, mientras tú le sacas mas información a la anciana.
-Esa
idea es excelente-afirmé enseguida-me has sorprendido, aunque yo soy valiente
para realizar esa hazañas.
-¿Dudas
de mis capacidades?-interrogó sarcástica.
-Iremos
después de que regrese de la universidad-sonreí complacida mientras ella corría
detrás de mí, dispuesta a pegarme por mi tono fanfarrón.
Las
clases me parecieron eternas, nunca me sentí tan asfixiada en ese lugar. La
tarde estaba demasiada aburrida y yo tenía planes que me llenaban de profunda
curiosidad ante lo que descubriríamos.
-Hola
amor-saludó Jeremy con un corto beso.
-Ah,
hola-saludé saliendo de mis pensamientos.
-¿Qué
te parece si salimos esta noche?-invitó sonriente.
-Lo
siento, tengo planes con una amiga-expliqué-yo…
-No,
no te preocupes-me arrepentí de mis palabras-de todas formas, creo que mejor
será quedarme con mi abuelo esta noche.
-Jere-susurré.
No me dejo terminar, colocó uno de sus dedos en mis labios dándome a conocer
que no quería que hablara.
-Ya
no digas nada-pidió alejándose.
Me
sentía culpable. Me estaba olvidando de todo, por ir en busca de todos esos
recuerdos. Sentí las gruesas lágrimas esperando salir de mis ojos, todo estaba
cambiando, y era mi error.
Salí
dando un sonoro golpe en la puerta del salón. Odiaba sentirme así.
-Elisse
yo…titubeó.
-Víctor
no es el momento -pedí como pude.
-¿Qué
te ocurre?-preguntó al ver las lágrimas, deslizarse por mis mejillas.
-Nada,
no quiero hablar-manifesté, dejándolo perplejo.
Corrí
a todo lo que dieron mis piernas. Necesitaba refugiarme en algún frío y
solitario lugar para calmar mis pensamientos.
Mi
celular empezó a sonar, era Melinda.
-¿Vamos
a ir?-reprochó-te estoy esperando.
-No-dije
intentando fingir mi propia voz entrecortada.
-¿Estás
bien?-interrogó. No había conseguido mentirle.
-Sí.
Adiós.
Colgué
la llamada. No quería escucharla ni a ella, ni a nadie. Necesitaba pensar,
calcular mis propios pasos, llegar a la forma de cumplir mis promesas sin
romper otras, ¿Por qué la vida debía ser
tan difícil?
Me
recosté en un gran enebro que se desplomaba poco a poco con el paso de los
años. Necesitaba descansar un poco. Definitivamente tenía que optar por una
decisión que no dañara a nadie, ni a mí misma.
-No
siempre saldrán todos bien, alguien debe perder-me pareció escuchar el susurro
del aire. Tal vez alguna alucinación mía, por el dolor de cabeza que me
martirizaba.
Mi
teléfono sonó unas veinte veces más. Melinda, Víctor, Jacob, todos estaban
preocupados de mi desaparición. Apagué el celular como última alternativa.
Sentí
el correr de la pluma, hasta la suicida estaba preocupada.
Regresé
cuando el reloj daba casi las doce. Un muerto podría tener un rostro mejor que
el mío, en aquel instante. Melinda me
abrazó con fuerza cuando la desperté.
-Aléjate
un momento-le pedí con voz baja-necesito hablar con la dama.
No
respondió con palabras, solo me dedicó una mirada de resignación y de
preocupación.
Saqué
el libro de la dama y encontré la pluma dorada, que cinco meses atrás había
visto con horror. Mis ojos llorosos sufrían al sentir las heridas que yo misma,
me clavaba en el alma.
-He
tomado una decisión-escribí-han pasado tantas cosas. He estado tan cerca y tan
lejos de cometer muchos errores, pero siento que solo debo hacer algo,
encontrar a tu hija.
Tomé
una fuerte bocanada de aire antes de continuar.
-Alguien
debe perder, y me siento responsable, así que me haré cargo. Tal vez hiera a
todos, pero te aseguro que nadie más que yo sufrirá. Prometo alcanzar tu sueño,
como si fuera el mío propio. Ya no me importa nada más.
Debí
haber estado delirando para escribir aquellas palabras.
La
dama nunca respondió. Guardé algunas mudas de ropa en un bolso, tomé el libro y
me las ingenié, como siempre, para salir por la ventana.
Corrí
por las sólidas calles y antes de dar vuelta en la manzana, di una última vista
hacia atrás. Melinda estaba asomada en la ventana viéndome partir.
Estaba
dejando mi vida, mis anhelos y mis años de juventud. No creí que algo podría
detenerme en aquel instante. Sabía a dónde me dirigía, debía apurarme antes de
que lo poco que quedaba de mi estabilidad, se desarmara.
-Lo
siento por venir a esta hora, ya es un poco tarde-manifesté cuando me abrió la
puerta-bueno, muy tarde.
-¿Qué
te sucede?-preguntó, al ver que mantenía mi cabeza ligeramente agachada. No
deseaba que se encontrara con mis penosos ojos.
-Nada-susurré.
-Hace
mucho que algo pasa, no soy ningún tonto-aseguró, destruyendo aún más mi
autoestima.
-No
pasa nada, me voy de viaje solamente-debía mentir de la mejor manera. No podía
alargar mas la cruda despedida-regresaré pronto.
-Elisse,
¿qué sucede?-intento acercárseme, pero no le dejé.
-No
ocurre nada, lo juro-No podía precisar que me dolía más. Mi engaño o su cara
legítima de dolorosa preocupación.
-Mientes-afirmó
tomando mi mentón con su mano. Me vio de tal forma, que no pude descifrar si
era dolor o angustia.
Solté
su agarre, y caminé lo más lejano que pude de su presencia. Para evitar
desintegrarme más.
-Créeme
hasta cuando mienta-rogué sin dar la vuelta para verlo-porque necesito que
alguien crea en mí.
Tomé
el primer taxi que apareció, la cara del dueño del carro no era de fiar pero
quería alejarme de ahí lo más pronto posible. Jeremy nos siguió corriendo, pero
ya no podía alcanzarnos.
Intenté
secar la lluvia de lágrimas que recorrían mi rostro, pero ya no tenía ni
fuerzas para hacerlo.
-Lléveme
a la estación-pedí al conductor. Necesitaba salir de todo ello, al menos por
unas semanas.
Vi
pasar las calles, como la sombra de la muerte que se acerca recogiendo los
pasos dados en vida. Mi niñez, mi adolescencia. Lo estaba dejando todo y no
regresaría nunca.
Ver
mi universidad me clavó una nueva y dolorosa punzada. Soñé con estudiar y
salvar muchas vidas. Vaya decepción conmigo misma. Todo eso quedaba para la
basura, para enterrarlo todo y no regresar.
Entramos por un oscuro callejón. Jamás había
ido por aquella vía, pero de seguro el taxista había escogido alguna posible
ruta para ir más rápido. El carro finalmente se detuvo en una pequeña casa de
aspecto antiguo.
-Disculpe,
se ha equivocado. Mi destino es la estación del tren-recordé.
-No
muñeca, tu destino está conmigo.
Me
acorraló en el asiento de atrás, ¿Qué pensaba hacer conmigo aquel vil sujeto?,
sentí que estaba perdida hasta cuando vi un par de linternas alumbrar la zona.
-¿Sucede
algo?-preguntó uno de los policías-¿por qué ha parado en este lugar?
-La
señorita casi se ahoga y he parado para ayudarla-mintió.
-¿Eso
es verdad?-me interrogó el otro policía.
-Me
he sentido mal-aseguré-así que iba rumbo al hospital, pero nos hemos perdido.
Si ustedes pueden llevarme, les agradecería de por vida.
Asintieron sin dudar. Para cuando mis nervios
se calmaron, ya estaba en el hospital. Me adentré a cualquier sala.
-¿Necesita
ayuda?-preguntó una enfermera amablemente.
-Necesito
vivir-le aseguré.
Me
miró como se mira a una demente. Me llevó a una sala y me dio un vaso de agua.
-¿Está
bien?-interrogó-ya es tarde, ¿se ha perdido?
-¿Quiere
que le cuente una historia?-le pregunté.
-En
quince minutos acaba mi turno. Si desea esperarme, la escucharé-avisó al oír
que la llamaban-me llamo Melinda.
La
cuchilla de recodar a mi amiga se removió, para clavarse con más fuerza. Ella
de seguro estaría preocupada. Me había visto cuando me fui. ¿Qué habría pasado
desde ese momento?, ¿Qué estaría pensando Jeremy de mi despedida?, ¿Qué harían
mi madre y mis hermanos al levantarse y reparar en mi ausencia?
Tenía
demasiadas cosas en que pensar. Debía volver a la casa de Alfonso, también a la
de aquella anciana, debía descubrir quien tiempo atrás iba tras la pista de él,
debía recuperar la historia perdida de la dama, hacer su sueño realidad, y
sobre todo, encontrar a su hija.
La
enfermera no tardo en regresar. Se sentó en una silla que ella mismo trajo en
brazos, me veía como esperando algo que
le hiciera cambiar sus expectativas.
-¿Qué
me contarás?-peguntó con la misma emoción que tendría un niño pequeño.
-Algo
que no olvidara-prometí.
-Soy
toda oídos-aseguró sonriente.
-Siempre
creí que las únicas historias emocionantes, las podría leer en un libro. Puedo
demostrarle que la vida está cargada de emociones, misterios y sobre todo
sueños.
Le
conté todo. Desde la primera vez que tuve aquel libro en mis manos, el miedo y
la inseguridad de escribirle. La odisea y las ansias que habían sido producidas
desde que ella me respondió. La hija perdida, los anhelos perdidos, la visita a
la lapida Valente, a la casa de la suicida y a la de Alfonso. Las extrañas
personas que vivían cerca de ahí, y hasta las decisiones que había tomado.
La
enfermera me miraba hipnotizada por todo lo que le contaba, el brillo de sus
ojos era genuino, el brillo de conocer algo jamás escuchado.
-Sorprendente,
es la mejor historia que alguien me ha contado. Venderás millones con
ella-aseguró-al menos yo lo compraría, me parece interesante como juegas con el
misterio.
Sí.
Le había mentido. Según ella yo era novelista y ese sería mi próximo
best-seller.
-¿Y
qué pasa luego?-le oí preguntar.
-No
lo sé-susurré-pronto se me ocurrirán nuevas ideas.
-Me
fascina como la protagonista quiere que nadie sea contaminado con ese libro,
pero siento que esa suicida oculta más de lo que Elisse puede conocer. Por
cierto, nunca me dijiste como te llamabas.
-Helena-volví
a mentir. La verdad no se me había ocurrido esa suposición, pero ¿qué cosa
ocultaría la dama del libro?
-Son
casi las tres de la mañana-informó mirando el reloj-¿no tienes donde quedarte?
-La
verdad no-asentí varias veces.
-Hoy
es mi guardia en este hospital-contó-si deseas puedes quedarte en mi
habitación.
-Le
estaría muy agradecida-respondí ante la amable sonrisa que me mostraba mientras
me guiaba a su cuarto.
Tenía
demasiadas cosas en que pensar. Había corrido con demasiada suerte. Pensé que
la vida no me llenaba de sorpresas, pero al parecer, al universo le encantaba
contradecirme.
Las
preguntas revoloteaban como pájaros en mi cabeza. Si la idea de la enfermera
era correcta, ¿Qué tendría la suicida que ocultarme?, y sobre todo, una
interrogante que picaba con su aguijón mis neuronas: ¿Por qué me lo ocultaba?
Eran
casi las once cuando me desperté. Los pasos de alguien recorrían todo el
pasillo de la pequeña habitación, deteniéndose un par de veces frente a la
puerta. Me sentí asustada de un momento a otro y lancé las blancas sabanas
lejos de mí. Los pasos se volvieron a detener delante del cuartito, aquella
persona intentaba abrir la puerta. Un nuevo par de zapatos se escucharon andar
y el primero salió corriendo. Me oculté detrás de la puerta.
-Helena,
¿estás bien?-preguntó la enfermera ingresando, aliviando de esta manera mis
alterados nervios.
-Sí-sin
contar el paro cardiaco que casi me da. Claro, como no.
-Esto
te va a sorprender-afirmó. Sonriente e impresionada.
-Lo
pongo en duda-susurré tan bajo, que casi no me escuchó.
Demasiadas
cosas ya me habían sorprendido, como para que una me resulte nada indiferente.
-Un
hombre estaba en el pasillo. Cuando me ha visto ha salido corriendo-no, no
podía ser cierto-creo que alucino, pero se parecía bastante a la descripción
que me diste del perseguidor de tu novela.
La
dejé de escuchar mientras llevaba febrilmente mis manos a mi frente. El terror,
volvía a correr por mis venas, ¿Por qué aquel hombre no dejaba de seguirme?,
necesitaba respuestas, motivos, razones.
-Debo
irme-me escuché a mi misma manifestar.
No
esperé a que dijera nada y solo salí huyendo. Caminaba despacio por los
deshabitados pasillos, con miedo a que el hombre de chaleco hasta el piso me
encontrara.
Las
enfermeras me miraban confundidas, no podía darle explicaciones de mis actos.
Retomé mi escape pero Melinda no fue la única que se percato de mi andar, el
sujeto se escabullía entre las enfermeras y pacientes del hospital, e iba por
mí.
-¡Helena!-oí
la exclamación a lo lejos.
Uno,
dos, cinco, quince, los escalones por los que estaba cayendo se me hacían
innumerables. Protegí mi cabeza como pude, mientras el dolor en mi cuerpo
aumentaba. Uno, tres, cinco escalones más, y luego todo negro.
El
olor a ropa limpia y detergente, me obligó a abrir los ojos. Miré al techo y la
luz que emanaba de ahí me cegó por varios segundos.
-Al
fin has despertado-escuché decir-me has dado un susto de muerte.
Sonreí
dificultosamente, un susto de muerte era lo que se me estaba haciendo común
sentir. Abrí los ojos y vi a la dueña de la voz, la enfermera Melinda me
cuidaba.
-Literalmente
has rodado por las escaleras-mencionó-es una suerte que no te hayas lastimado
ningún hueso, aunque tienes algunos moretones.
-¿Qué
paso con ese sujeto?-pregunté.
-¿El
del sombrero?-interrogó.
Asentí
repetidamente. Lo último que recordaba con claridad, eran sus botas enlodadas.
-Salió
corriendo cuando empezaste a caer. Lo hubiera perseguido pero tú no te veías
nada bien en el piso-intento reír-no volverá a entrar, ya avisé a los guardias.
-Lo
imagino-sonreí levemente-gracias.
-Mi
hija una vez caí por esas escaleras, iba cargada de hojas del colegio y ni
siquiera las vio-contó burlona-tú has corrido con mejor suerte, ella se rompió
un par de costillas.
-Gracias
por cuidarme-manifesté.
-Como
no me has dado ningún tipo de teléfono de tus familiares pues yo te he
cuidado-informó-aunque sería bueno que les avisaras.
Sonreí
irónica. Por primera vez huía de forma definitiva de mi hogar, y ahora me
pedían que les avisara de que casi me mataba rodando por las escaleras de un
hospital al que había llegado, porque prácticamente me querían secuestrar.
-Los
llamaré luego-mentí-no me habías contado que tenías una hija.
-Sí,
tiene como tu edad-mencionó-casi no paso tiempo con ella pero el lazo de madre
e hija es sorprendente. La amó desde el primer momento que supe que existía en
mí. Es mi tesoro.
-Me
alegra, ¿Puedo levantarme?-pregunté.
-Sí.-respondió
más amable que nunca-además puedes quedarte todo el tiempo que quieras. Nunca
es malo un poco de compañía.
Me
acerqué a la pulcra ventana. El paisaje que se vislumbraba era hermoso. Nuestro
presidente se mostraba en un amplio cuadro en el edificio de enfrente, las
blancas palomas revoloteaban majestuosamente por todo el cielo. La vida era
complicada pero hermosa.
-¿Vas
a desayunar?-me preguntó llevando a cuestas una gran bandeja de desayuno-me
llevo bien con la enfermera que reparte las raciones. Tienes triples de todas.
-Deberás
comerla conmigo-pedí-además, siento decirte que no puedo pagar mi estadía aquí.
No sé si puedo trabajar para pagar todo lo que…
-Tranquila-me
interrumpió con ternura-corre por mi cuenta.
-Gracias-le
abracé fuertemente. Aunque no era seguro estar mucho tiempo ahí, conociendo que
aquel sujeto me perseguía.
Catorce
días después, mis moretones estaban mucho mejor. Amarillos en algunas zonas y
casi desaparecidos en otras.
Ayudaba
diariamente a los enfermos, a trasladarse de un lugar a otro o simplemente a
pasear, sus sonrisas eran tan genuinas que valía la pena esa labor.
Las
interrogantes seguían en mi cabeza, clavadas, como si de finas agujas se
trataran.
-¿Helena
llevas al señor Tomás a los jardines?-preguntó Melinda.
-Encantada-manifesté
envuelta de una extraña alegría-iré enseguida.
El
señor Tomás era ciego, pero le encantaba sentir el sol en su cara y la música
del ambiente en sus oídos. Pasaba horas contándole historias, entre ellas la de
la suicida y el solo reía sin parar ante las ocurrencias que contaba. Nunca tuve
un abuelo a más del que había encontrado en un libro y lo había dado por mío,
pero no era real, así que no contaba.
-Helena
gracias por todo-agradecía el señor Tomás, cada vez que lo regresaba a su
habitación.
Luego
de dejarlo, me escurrí hacia la terraza del hospital. Me descubrí a mi misma
secando las gruesas lágrimas que surcaban por mis mejillas y que desafiaban
correr por mi cuello. ¿Cómo estaría mi familia ahora?, ¿Pensarían en mi
ausencia?
La
noche no tardó en caer. Había llorado todo lo que mi alma deseaba.
Bajé
los escalones y entré en el ascensor. Necesitaba regresar al pasillo de la sala
general.
-¿Elisse?-aquella
voz era de… ¿Jacob?
Volteé
a ver. Mi mente no me estaba engañando, mi hermano mayor se encontraba enfrente
de mí. No era alucinación, era real.
Corrí
a abrazarlo. Me sentía feliz de verlo bien.
-Melinda
nos contó todo-tragué saliva, ella les había hablado de la dama-que pena que su
hermana haya muerto.
-¿Su
hermana?-o mi mente me fallaba y había confundido que ella era hija única o
Melinda estaba mintiendo.
-Sí.
Por eso ambas viajaron a Cuba-manifestó receloso, al ver mi expresión.
-Sí,
sí. Yo regresé por unos papeles-algo no entendía-¿Qué haces tú aquí?
-Es
el abuelo de Jeremy. Le dio un ataque al corazón, lo trajeron de emergencia
hace una hora-no podía ser cierto-deberías ir con él. Está preocupado.
No
esperé a que me lo repitiera. Corrí por todas las salas, sin ni siquiera
preguntar por donde estaba. Finalmente, lo encontré en una banqueta afuera del
hospital. Estaba tan sumido en sus pensamientos, que no reparó en mi presencia.
-Todo
va a estar bien-susurré en su oído mientras lo abrazaba por la espalda.
No
respondió ante mi comentario, en vez de ello, me abrazó con una fuerza que
describía el temor que sentía al pensar que podría perder al único familiar que
le quedaba. Mis lágrimas se escabulleron una vez más por mi cara, lo obligué a
levantarse y entramos al hospital. Jacob y mi madre nos miraban penosos, el
doctor reflejaba la misma expresión.
-Lo
siento, hicimos lo que pudimos-susurró.
Jeremy
se aferró a mi hombro, intentando ocultar su propia tristeza. Lo abracé con más
fuerza, que la que él había utilizado minutos antes. Necesitaba saber que no
estaba solo.
Enterrar
al abuelo de Jeremy fue lo peor. Sus años. Sus sueños. Me sorprendía como todo
podía cambiar, con tan solo eso: morir
-Tranquilo-pedí,
cuando todos empezaron a alejarse y el continuaba aferrado a esa tumba-todo va
a estar bien.
-No,
nada está bien-susurró apesadumbrado-decir que todo va a estar bien, no lo
arregla.
-Pero…
-Es
la verdad. Cuando mi padre murió dijeron eso, cuando mi madre se consumió
también lo nombraron-reclamó-pero, todo está mal, muy mal.
-Lo
siento tanto-dije recostándome a su lado-si en mis manos estuviera, cambiaría el mundo por hacerte siempre feliz.
-Ahora
eres mi mundo-susurró abrazándome.
Pasé
un largo mes luego del entierro de Don Ignacio. Jeremy se recuperaba
satisfactoriamente de aquella perdida, o al menos, era lo que deseaba mostrar.
-¿Por
cierto papá no ha venido?-pregunté, mientras desayunábamos.
-Pues
no-respondió Tim-debía venir hace algunas semanas atrás, pero ni señas de vida.
-Tal
vez no pudo salir-manifestó Jacob alegre-¿tú no tienes que ir a la universidad?
-Hoy
no tengo clases-expliqué. Había sido bueno eso de presentar una rara enfermedad
y con la ayuda de la enfermera Melinda no fue nada complicado. Ya estaba al
corriente de todo.
Subí
a mi habitación rápidamente. Necesitaba charlar un buen rato con la dama. Aún
no tenía ninguna información de mi desaparecida amiga Melinda y aquella suicida
era el mejor analgésico para mis heridas.
-Hola
Elisse-saludó.
-Amelia.
Lo siento, no he encontrado nada concreto de tu hija, como te dije ayer mi
amiga al parecer se ha olvidado de mí-escribí.
-No
digas eso, ella no te ha olvidado. Tú no lo has hecho.
-Desearía
que venga pronto. No te he dicho esto antes, pero alguien también iba por tu
marido tiempo atrás-debía contárselo-pero al parecer él no lo encontró.
-Ese
vil sujeto no es mi marido. Mi error fue conocerlo-había olvidado que odiaba que
lo nombrase-lo odio y malditamente lo amo.
Reí
ante su cambio de parecer. Cerré el libro para retomar mi búsqueda de la hija
de la dama, lo mejor sería regresar a la casa de esa joven y su abuela.
Esperé
con mucha cautela a un taxi. Me quedaba la experiencia de lo que casi me
ocurría.
Tal
como siempre sucedía, el conductor se santiguó al llegar a ese destruido
barrio. Las casuchas me parecieron más destartaladas que antes, como si el
viento hubiera pasado con muchos años de destrucción encima.
No
tardé en llegar a la casa de la anciana. Llamé varias veces, hasta que al fin
la joven salió.
-¿Qué
quieres?-preguntó melancólica.
-Necesito
hablar con tu abuela-pedí-solo serán unas cortas preguntas.
-¿Qué
tu hermana no te lo dijo?-preguntó confundida-mi abuela murió hace casi dos
meses.
Mire
hacia atrás en acto reflejo. Una sombra escondida tras un viejo árbol, me
observaba.
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