Aún me faltan siete días de espera, días que prometen ser tormentosos.
Jamás he sido paciente.
Soy de aquellas que ni siquiera puede dormir si no ha terminado de leer un libro.
Y como digo, aún me quedan siete días, siete largos días.
Tengo un pie dentro y el otro fuera.
Malabareo entre la locura y la cordura intentando encontrar mi equilibrio.
Y estoy cansada, de seguro lo estoy.
Descansar me obliga a pensar y pensar es justo lo que no quiero hacer.
Pensar en el pasado, en el presente y en el futuro.
La historia del pasado ya contada, ya escrita con tinta permanente.
El presente, torneándose cada tanto con la realidad y mi imaginación.
Y el futuro. Ese misterioso camino sin tomar, sin rumbo, aún no encontrado.
Y tengo miedo. Miedo de lo que sucederá, de no caminar por el sendero correcto.
Miedo de no encontrarme incluso si no me estoy buscando.
Esperar es doloroso y más para quién no conoce de paciencia.
Esperar es todo lo que me queda aunque no lo quiera.
Me sumergiré en nuevos libros, nuevas historias, nuevos mundos.
Me permitiré ser el personaje, el protagonista de otra vida.
Al final de día, es lo único que me relaja, me llena, me calma.
Es lo único que me hace feliz.
Y todos queremos ser felices.
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