¿Por qué escribo? Escribo para ser feliz me paguen o no por ello. Es una enfermedad haber nacido así. Me gusta hacerlo. Lo cual es aún peor. Convierte la enfermedad en un vicio. Además, quiero hacerlo mejor de lo que nadie lo haya hecho jamás. (Ernest Hemingway)

No escribo porque me sobra el tiempo, lo hago porque me hace realmente feliz. El verme esenciada en mis personajes, más humana, más cruel...realmente no tiene precio.





domingo, 29 de julio de 2012

Capítulo 6- La lápida Valente

La lápida Valente
Llegué a casa a punto de estallar. Luego de ver al sujeto esconderse al darse cuenta que noté su presencia, pagué al taxista y entré de inmediato a mi hogar.
Jacob me esperaba en la puerta, ¿Qué habría pasado?
-Problemas-dijo, como si leyera mis pensamientos-llegó papá.
¿Cómo pude olvidarlo?, los tres meses del viaje de mi padre ya habían transcurrido y aquello solo significaba una cosa: mi libertad estaba restringida en el lapso de una semana.
Mi padre viajaba siempre, en mis recuerdos siempre ha sido así. Mi progenitor, era de aquellos que con su presencia, hacía temblar a cualquier que amara su vida. Él es uno de los miembros de la corte de justicia, designados por el senado y claro está, por el presidente. Lo que lo hacía un hombre de fuerzas tomar y de temer, por supuesto. Las ciento veinte horas que la suprema justicia, creía que nos regalaba para disfrutar con nuestro padre, solo daba a la resolución de problemas.
No debíamos actuar, si no se nos pedía con anticipación. No debíamos salir si él no lo deseaba. Y sobre todo, no debíamos hablar si él no lo quería. Nunca supe, el por qué su actitud era así, pero no es algo que pueda preguntar.
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-Pasa, estabas con las notas de la universidad-susurró Jacob, quien ya tenía una cuartada para mí-no lo olvides.
Entramos firmes, poco y nos falto, hacerle una reverencia militar. La mirada imponente del recién llegado, se poso en mí. Caminamos hasta con recelo de nuestra propia respiración.
-¿Dónde estabas?-preguntó con la fuerza que hubiera utilizado, si estuviera ejerciendo el poder judicial en los estados de la nación.
-En la universidad-respondí con rapidez. No deseaba enojarlo-fui por unas notas.
-¿Te pregunte que hacías?-jactó arrogante-cuida de tus palabras, ¿entendido?
-Sí-asentí lo propuesto-sí, señor.
-A la próxima, no te quedes tan tarde por unas puercas notas-dijo sin premeditación mientras se alejaba para entrar a la cocina.
-Nos salvamos-susurramos a Tim con un gesto de victoria, mientras abordábamos las escaleras como nuestra única posible protección.
Los gritos no se hicieron esperar. De seguro, mi madre ya estaba en casa.
Insultos, injurias e injusticias salían de las bocas de mis progenitores, como si se los estuvieran vomitando con desprecio al otro. Siempre había sido así, pero la herida no cicatrizaba.
-Hola Amelia-escribí como consuelo.
-¿Qué tal tu día?-preguntó.
-Largo y sombrío-conté- mi padre ha llegado, por la siguiente semana esto será un infierno.
-Tranquila, no creo que sea así-comentó-ten calma, nada dura por siempre.
-Debo dormir, nos vemos-dije en forma de despedida. La verdad, no iba a descansar, no existía forma con el concierto de gritos que se ejecutaba abajo.
Esperé hasta que la media noche. Con el sigilo que tendría un ladrón de bancos, me escurrí silenciosamente por la ventana. Hasta el viento era mi cómplice, porque en el momento en que bajaba por un robusto ébano,  no se emitió ni el ruido de las hojas al moverse. Al poner nuevamente los pies en la tierra, no pude evitar dar una sonrisa de emancipación.
Corrí con cautela por las calles airosas, hasta llegar cerca de la biblioteca de la universidad, donde alcé mi cabeza, para que las fuertes ráfagas de vientos alzaran mis cabellos.
-Creí que bromeabas con el mensaje-admitió Jeremy, estando un par de metros cerca.
-En este caso no- dije, cabizbaja-ha llegado.
El sabía a lo que me refería, conocía a mi padre y muchas veces había sido víctima de sus atropellos. Inhalamos el aire como si fuera una acción peligrosa.
-Ve a casa-rogó preocupado-si se da cuenta que no estás, te meterás en graves problemas.
-No se dará cuenta-suspiré, volteándolo a ver-tengo todo fríamente calculado.
-No hay plan perfecto-susurró
-Debo arriesgarme-manifesté ansiosa, al saber que en una hora y media tendría que regresar.
-Creí que temías salir a hurtadillas cuando tu padre estaba en casa-se aventuró a decir.
-Parece-dije encogiendo los hombros y caminando hacia él-que ya no me importa.
-Me preocupas-admitió abrazándome con fuerza-no quiero que te suceda nada malo.
-Lo sé-asentí-pero no soy un pájaro al cual pueda apresar. Los últimos años he calculado y verificado cada uno de sus movimientos para no topármelo, pero no es una rutina que quiero llevar por siempre.
El tiempo no estuvo de mi lado, pasó más rápido que de costumbre y yo debía regresar. Después de despedirme de él, y prometerle que estaría bien, regresé a casa.  Mis deducciones eran las correctas, minutos después de que ya me encontraba en la habitación, mi padre subió a verificar que estuviéramos en nuestros cuartos.
La voz de mi madre me levantó en la mañana. Lo único que esperaba, es que no se les ocurriera salir y me estuviera invitando.
-Vamos a visitar a una amiga-escuché decir-apúrate, ¿Dónde está Jacob?-lo que me faltaba, ese se había desaparecido. Ya deberían haberse acostumbrado, pero parecía que no lo querían creer.
El transcurso en el carro fue un verdadero martirio. Al comienzo, gritos, llamadas telefónicas, conversaciones que no deseaba escuchar. Agradecí a mi inteligencia, ya que había llevado conmigo la última obra que adquirí, aunque ni eso valía. Internarme en aquel mundo que el escritor francés me  presentaba, no era del todo acogedor. A pesar de que tenía todos mis sentidos dentro del libro, los ruidos de mis padres hasta ahí llegaban.
¿Algún día se acabaría todo aquello?, siempre me había preguntado. La verdad, nunca podía saber qué pasaría con mi familia. Cierto día todo estaba color de rosas, mientras otros, que eran muchos más y en todos estaba mi estricto padre, eran una total agonía.
El regreso de nuestro viaje fue igual que el de la ida. Me inundaban las ganas de gritarles a los cuatro vientos que se callaran.
Al llegar, estaban nuestros nuevos problemas: Jacob ya estaba en casa. Me adentré a su habitación como refugio de los gritos.
Casi conciliaba dormirme cuando entró mi hermano, se tiró a la cama aturdido, como si rogase que la misma vida se le apagara. Lo miraba callada, sintiendo nuestro dolor escabullirse por las paredes, de aquel lugar al que debíamos llamar “hogar”.
-Hubieron cuatro muertos, se ahogaron-barbulló con pena, al parecer se había ido a algún complejo turístico.
-No se los digas a mis padres, ellos están que se matan de ira-acoté.
-Lo sé-susurró abriendo los ojos.
-Si te divertiste tanto como lo esperaste, si te dejo momentos gratos, te aseguro que valió la pena. El resto son cosas simples…
Mi padre había entrado a la habitación, donde la burbuja de la confidencia entre mi hermano y yo desaparecía. Agarré con mi mano su rodilla. Intentaba darle fuerzas.
Lo conocíamos, cuando comenzaba a hablar no había quien lo pare. No sabía si estar ahí o salir huyendo, después de todo, ya estaba cansada de todos esos gritos. Entré a mi cuarto con las lágrimas bordeando mis ojos.
-Suerte Jacob-susurré para mis adentros.
No tenía idea de cuánto más soportaría así. Lo único de lo que podía dar fe, era que no sería por mucho.
Me refugié en la dama del libro, intentando que mi llanto no destruyese aquellas frágiles hojas. Después de todo ella era una amiga.
-¿Todo está bien?-preguntó. Imagino que lo supuso por mi caligrafía temblorosa.
-No nada, todo está bien.
-Bien, ¿para ti que es el bien?, estaré muerta pero no soy imbécil.
Ella tenía gran confianza en sí misma, cosa que atiné que yo carecía.
-¿Nunca te sentiste tan fuera de lugar y tan parte de ello?-escribí, intentando secar las lágrimas que surcaban mi mejilla izquierda.
-Toda mi existencia.
-Creo que yo también, de verdad lo empiezo a creer-me acurruqué, y abracé al libro, como si fuera todo lo que tenía en el mundo.
-No estés triste, la vida siempre ha sido así-escribió, en un intento de animarme-mírame a mí. Pasé mi vida siendo algo y al mismo tiempo nada y finalmente al morir soy algo, pero al no poder salir de este mundo sigo siendo nada.
Me despedí de ella minutos después. Tenía que estudiar para una exposición.
Pasaron tres días hasta cuando me volvió a escribir. Entablábamos largas charlas, hasta que caía la noche. Me hubiera olvidado de la existencia del mundo, si no fuera porque los constantes gritos, peleas, y llamadas de mi novio me recordaban que seguía en la realidad.
Podía pasar horas y horas escribiendo sin cesar. Todas mis ideas y mis críticas a ciertos libros, solo descansaban cuando el dolor de mano era terrible.
-¿Acaso no escuchas el celular?-preguntó Jacob enojado. Tenía exámenes semestrales en su facultad y al parecer tomo a mal que descansara mientras mi celular sonaba sin cesar.
-Lo siento, no lo he escuchado-no mentía. Por escribir tanto me olvidaba del mundo.
-Entonces deja de vivir en la luna-le escuché decir antes de azotar la puerta.
La forma de ser de todos, cambiaba cuando nuestro padre se encontraba en casa.
Me quedé dormida y una vez más, el correr de la pluma en mi mano me despertó.
Me asusté de sobremanera al no encontrar el libro de la suicida. Revolví mi cuarto en cuestión de segundos, y ahí, debajo de mi almohada, para mi bien, se encontraba.
-Quiero que me sigas contando de libros…quiero que me hables de un fénix, no sé qué es eso, cierta vez lo leí, después de tantos años aún tengo la duda-leí.
Pasé la tarde enseñándole todo lo que alguna vez quise saber, solo faltaban cincuenta y dos horas para que mi padre se fuera, y añoraba que pasaran rápido.
-Jacob, eh…-por estar tanto con la dama, había olvidado hacer las tareas-tengo muchas cosas que hacer…sé que es un poco tarde pero, ¿Podrías ayudarme?
-Claro-abrí los ojos como platos al escuchar su respuesta, ¿Tan tarde era que ya estaba soñando?
Pasamos tres horas tipiando y marcando las innumerables páginas de mi deber, algo debía tener en mente para ayudarme, ¿Qué sería?
-Ok, ¡basta!-exclamé cansada-ya di la verdad, ¿Por qué estas auxiliándome a la una de la mañana? Y no me engañes, que bien sabes que el mentiroso cae primero que el ladrón.
-Necesito un favor-argumentó.
-Lo sabía-dije triunfante-¿Qué quieres?
-Cuando no está papá, he visto como te escapas-él si se había dado cuenta-y mi madre ni cuenta se da. Mañana tengo que salir un rato en la madrugada y con nuestro padre aquí será imposible. Ayúdame.
-Bien-no era tan difícil lo que pedía-mamá se duerme  cercano a las once, y no se despierta hasta las cuatro de la mañana. En cambio, papá se duerme a las diez, a las doce va a la cocina y se vuelve a quedar dormido hasta las dos que vuelve a levantarse, para dar una revisada nocturna por toda la casa. Tienes un par de horas para hacer tus diligencias.
-Wao-dijo admirado-¿Cómo sabes tanto?
-Ya te dije los milagros-argumenté-no te diré el santo.
El plan salió a la perfección. Burlamos la seguridad de mi padre en sus propias narices. Él ni se dio cuenta.
Sonreímos satisfechos cuando lo vimos partir. No pasó ni una hora cuando ya queríamos escapar.
-Mamá debo salir a…-dijimos sin querer al unísono, mientras nos mirábamos los rostros.
-Tranquilos, vayan, tomen un poco de aire-manifestó para nuestra sorpresa.
Tim y Jacob salieron por un lado y yo por el otro. Había descuidado la búsqueda de la hija de la suicida por la llegada de mi padre.
-Hola Osvaldo-me pasé por el mostrador como quien no quiere la cosa-¿Cómo has estado?
-Bastante bien-dijo, receloso-quieres saber más de esa mujer, ¿verdad?
-Si fuera la lotería ya hubieras dado con el premio mayor-admití complacida.
-No sé nada más, recuerda que vine dos años después aunque…
-¿Aunque?-interrogué
-El hermano de mi difunto abuelo podría saber algo-dijo guiñándome un ojo-solo cuidado te metes en algún lio.
-Tranquilo, don Germiné es un santo-apunté aliviada.
-Y tú, un demonio-murmuró.
Me despedí contenta.
Eran casi las cuatro de la tarde cuando llegué hasta donde el anciano retirada en mis pensamientos. Lo conocía desde hace un par de años.
-Don Germiné, buenas tardes-saludé.
-Hola, a los años que la escucho-sonrió cansado.
-Hoy no he venido a comprar libros, tengo una pequeña investigación que hacer.
-Claro, si puedo ayudarle estaré encantado-se sentó en un viejo banco-hasta un ciego como yo puede ayudarla.
-¿Usted conocía a Amelia?-interrogué sin dar vueltas al asunto.
-Si es de la Amelia que yo creo que hablas, la respuesta es sí-me alegré al oírlo-ella era hermosa, aunque no siempre la pude ver. Era una joven muy buena, me ayudó hasta cuando quedé ciego. Mi hermano, que es el que me ayudaba a vender los libros, me contó que ella se había suicidado. Qué pena me dio. Lo había hecho por la pérdida de su hija.
Al escuchar a Don Germiné contándome acerca de Amelia, me sentí feliz por haberme acercado a preguntar.
En aquel entonces, yo tenía casi cincuenta años. Nunca subestimes a un anciano, a pesar de que yo no veía, sentía cuando las personas andaban. Una mañana regresó Alfonso, quien era el padre de su hija. Me dijo que se iba a llevar a la niña, el siempre fue un buen chico, no le dije nada. Cuando regresó Amelia, casi muere de un infarto, parecía loca en búsqueda de su niña, pero no fue la única que se sintió así, a la semana cuando regreso Alfonso, se llevó la decepción de su vida al saber que Amelia estaba muerta.
Saber más de la vida de la dama, de alguna u otra forma, me entristecía.
-No volví a saber nada de él, hasta cuando regresó-continuó relatando- y le dejó a mi hermano una llave para que se la diera a la madre de su hija. Nos preguntábamos si estaba loco. Ya le habíamos dicho que ella ya no estaba viva. Él no quería entenderlo. Se retiró y no volvimos a saber de él. Cuando murió mi hermano, tres años atrás, pedí que enterraran la llave con él. Amelia jamás regresaría. No sé que habrá pasado con Alfonso y mucho menos de la niña, aunque me llegó el rumor de que también se había suicidado.
-¿Sabe para qué era la llave?-cuestioné.
-Hasta donde escuché, era la llave de la puerta de su casa. Había dejado algo para ella-contó-aunque no tengo idea de que era.
Luego de charlar un rato más con el anciano, me encaminé hacia mi próximo punto. No sin antes pedirle la dirección del hogar de Alfonso.
Llegué al necrópolis y busqué la lápida del difundo Valente. El cementerio tendría una pérdida y faltaban solo unas cuantas horas para el anochecer. Mi convicción era legítima, haría lo que fuese, con tal de encontrar aquella niña.
-¿Qué harás esta noche?-escuché preguntar a Jeremy al llegar a mi casa. Al parecer tendría algún plan para los dos ahora que mi padre se había ido.
-Saquear una tumba-dije entre dientes, tan bajo que no pudo deducir.
-No te entendí, ¿Qué dijiste?-preguntó.
-Que haré el trabajo antes de entrar el lunes a la universidad-manifesté-tú sabes, adelantarlo.
Me miró con recelo por un instante, y luego regreso a la normalidad. Me senté en el pórtico y sonreí, disfrutando su cambio de pareceres. Me devolvió la sonrisa cordialmente, mientras me tomaba de las manos y me guiaba hasta un parque, donde caminamos hasta entrada la noche.
La tormenta me esperó a la media noche. Los primeros relámpagos me sorprendieron al poco de tomar el taxi. Al rodear el cementerio mi memoria me recordaba, que apenas había tomado la precaución de coger una mísera pala y esconderla en un gran bolso.
-Usted tiene valor-murmuró el conductor cuando solicite la parada. Me miraba desconfiado, aunque cualquiera lo haría con aquel clima y circunstancias y sobre todo, el lugar donde nos encontrábamos.
Pasaban veinte minutos cuando logré entrar, a merced de la tormenta sin que los porteros me vieran. Conté hasta tres y me eché a correr bajo la lluvia hasta la sección donde estuve horas antes. Minutos más tarde, empapada y tiritando de frío me detuve casi sin aliento, frente a la lápida Valente. Respiré con dificultad, ante el pensar de la acción que pronto haría.
Prometí a mi alma, que haría los sueños de la dama realidad y no me echaría para atrás.
Arremetí con la pala en el húmedo suelo. Cavé y cavé, hasta que por fin divisé un extremo del armazón del ataúd. Volví a inhalar aire ante lo que hacía, la silueta de la  posible manera de pino ennegrecida por la tierra, brillaba bajo la lámina de agua que se desbordaba. Mi propio dedo señaló la abertura principal.
Me aventuré a abrirla, y cedió sin gran fuerza. La empujé y me recibió un cuerpo consumido con el tiempo y los gusanos. Tragué saliva y logré divisar la llave. Casi la tomaba en mis manos, cuando divisé una silueta acercándose con una linterna. Algún portero, se habría dado cuenta.
-¿Quién anda ahí?-escuché preguntar, a unos veinte metros de distancia.
No tenía muchas opciones. Si me encontraban, me metería en unos enormes problemas. Hice lo único que mi cerebro atinó a pensar, y me adentré a la lápida, moviendo al esqueleto con poca carne hacia un lado, y cerrando el ataúd conmigo adentro.
Mientras rogaba para que el portero no se le ocurriera abrirla, oí varias maldiciones y ofensas a quien habría abierto eso.
Escuché con horror cuando aquel hombre dijo que le tocaría volver a dejar la tierra en su lugar. Sentí como la arena caía sobre la lápida, luego los pasos del portero se hicieron cada vez más distantes. ¿Qué haría?
El aire comenzaba a escasear ahí dentro, y mis pulmones empezaban a necesitarlo con más urgencia. Roí las paredes, desesperada. ¿Me tocaba morir dentro de un ataúd ajeno?
Me encontraba mareada, casi inconsciente, cuando recordé que años atrás los ataúdes no se hacían de un buen material y ahora esperaba que realmente eso no fuera madera de pino. Empecé a patear con fuerza, hasta cuando vi que lograba romperla. Di un suspiro cuando con mis manos arrojaba la arena lejos de mí.
Cogí la llave antes de salir por completo. Definitivamente no me había internado a una aventura que casi me costaba la vida, para salir con las manos vacías.
Me tiré al piso riéndome de forma absurda. Me paré dispuesta a irme, pero el repentino recuerdo de que deje hecho todo un desastre, me hizo volver mis pasos hacia atrás. Arreglé la tierra, o lodo por la tormenta, de tal forma que nadie sospecharía que alguien había estado ahí.
Guardé la llave en el fondo del bolsillo de mi pantalón, y cogí el primer taxi que vi en el camino. La taxista, muy amablemente me paso un plástico para que me sentara sobre él.
Eran casi las tres de la mañana cuando empecé a trepar por el ébano. Entré por la ventana y me metí a bañar. Mientras el lodo se difundía con la cálida agua, tomé la llave de mi bolsillo, ¿Qué me esperaría en aquella casa?
El gruñido de mi estómago me sacó de mis pensamientos, no había probado bocado en todo el día. Me vestí y bajé hasta la cocina donde la mirada de un Tim confundido me esperaba, seguramente se había levantado por un poco de agua.
-¿Te has bañado a esta hora?-inquirió, dudoso.
-Eh…-¿Qué le podía decir?, ¿Qué tuve que mojarme porque tenía demasiado lodo de la lápida, en la que me había metido y casi me asfixiaba?-tenía mucho calor, la vida es calurosa, tu sabes, calurosa.
-Hablas, como si estuvieras muerta-aventuró consternado.
-No, no. Gracias a Dios, no-contesté, sacando lo primero que vi a la mano en la refrigeradora y desapareciendo por donde entre.
Dejé a un Tim dudoso abajo. Ahora tenía una llave de una casa, y muchas más hipótesis de las que podía imaginar. Tal vez, ¿En aquel lugar, abrían millones de secretos ocultos que resguardaba el tal Alfonso?, quizás, ¿El tenia el esqueleto de la suicida junto al de él?, definitivamente, estaba delirando. Debía dormir un poco.
Decidí asomarme un momento por la ventana, para que el amanecer me regresara un poco el aliento. Una pincelada brillante se dibujaba entre la oscuridad, el crepúsculo iba a comenzar. Bajé mi vista esperando observar otro detalle, cuando vi una sombra negra que corría hacia otra dirección. Dio la vuelta antes de cruzar a otra calle, era aquel sujeto del sombrero viejo.
Me había estado esperando.
Nota: La novela ya está terminada, el problema es que a veces no me da el tiempo de subir los capítulos :S

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