¿Por qué escribo? Escribo para ser feliz me paguen o no por ello. Es una enfermedad haber nacido así. Me gusta hacerlo. Lo cual es aún peor. Convierte la enfermedad en un vicio. Además, quiero hacerlo mejor de lo que nadie lo haya hecho jamás. (Ernest Hemingway)

No escribo porque me sobra el tiempo, lo hago porque me hace realmente feliz. El verme esenciada en mis personajes, más humana, más cruel...realmente no tiene precio.





jueves, 2 de febrero de 2012

Capítulo 1: Carta de una suicida

EL ALMA DE UNA SUICIDA
Capítulo 1: Carta de una suicida

El brillante sol, que filtraba sus rayos por los tragaluces de mi cuarto, me acababa de levantar. En un ágil movimiento me levanté de mi cama, cegada por el olor de los panqués de mi madre recién preparados, que a pesar de estar en la cocina habían llegado a mis fosas nasales.
Corrí por toda mi espaciosa habitación, para ducharme y vestirme con rapidez. El nuevo olor del chocolate caliente ya me tenía totalmente cautivada. Bajé los escalones de dos en dos, saltando, esperando llegar antes de que mis dos hermanos lo hicieran.
Sonreí como siempre y mi madre me respondió igual.
-Tu padre ha madrugado-me dijo-si no te apuras, tus hermanos no dejaran ni señas del desayuno.
-Si yo no hago primero lo mismo-reí con ironía.         
-Te he escuchado, muchachilla tonta-gritó el mayor, mientras mi hermano pequeño se refregaba los ojos intentando no dormirse en el plato.
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-Si siguen así todos se quedaran sin comer-avisó mi madre, sirviendo los panqués-no quiero gritos ahora que su padre se ha ido.
-Por cierto, estos días no estaré aquí, tengo que viajar con unos compañeros a la ciudad vecina-informó Jacob, el primerizo de mi madre-un trabajo de la universidad.
-Oh, dulce Zeus-me arrodillé al piso, actuando, con el simple afán de hacerlo enojar y causarles un par de risas a Tim y a mamá-dios del Olimpo, soberano de todos los demás. Has escuchado mis fieles plegarias y has venido en mi ayuda-ventilé mis manos-te concierne cuanto he esperado por tan agradable noticia. Atenea se pondrá contenta al saber que mis anhelos se han hecho realidad, la eternidad no me alcanzará para agradecértelo y llenarte de la gloria que te mereces.
-Sí Zeus-imitó mi voz-pero tú, dueño de los cielos, desaparece a mi hermana y cumple así mi sueño.
Los aplausos de Tim evitaron que continuáramos nuestra riña teatral.

Él apenas tenía ocho años, cursaba el tercero de básica, era muy inocente y adoraba reír con las peleas que nos gastábamos entre Jacob  y yo; mientras mi otro hermano, que estaba en su cuarto año de universidad era más reservado y vivía con un genio, que al menos yo precisaba, jamás una mujer entendería.
-Bueno se me hace tarde-dijo sacándome de mis pensamientos-Víctor y Hugo ya deben estar en la estación esperándome.
-¡Cierto!-grité eufórica-hoy empieza mi preuniversitario-recogí el periódico que nadie excepto yo leía y salí antes de que mi propio hermano pudiera, a la estación.
El año pasado acabé mi secundaria con honores, ahora yo había elegido estudiar medicina, asegurándome que leería el resto de mi existencia.
Como adoraba todo aquello.
Mi hermano me alcanzó minutos después. Iríamos en el mismo tren.
 Tal como predijo Jacob, sus amigos ya lo esperaban. Hugo a punto de quedarse dormido y Víctor que me miraba embelesado desde una banqueta próxima.
Los deje de ver y me dediqué a disfrutar del periódico. Al parecer habían llegado nuevos libros. Después de la universidad correría a comprarlos.
Nueva moda de París, el deportista con mejor empeño, el último asalto, y hasta los últimos fallecidos. Era sorprendente como las personas pudiendo tener a su alcance las noticias del mundo ni se inmutaban en conocerlas.
-Eh…-ni siquiera había notado su presencia -Elisse, tu sabes…eh…
-Hola Víctor- ¿Qué le pasaría?, desde hace meses lo notaba raro. Por ser el mejor amigo de mi hermano pasaba mucho tiempo en mi casa, pero su estancia había cambiado, cuando lo saludaba se quedaba mudo y a veces lo descubría mirándome-¿Te sucede algo?
-Es que yo…yo…-volvía a quedarse mudo.
-¿Qué pasa aquí?-interrogó Jacob irritado, ¿y a este, qué yo le había hecho?
-Nada-susurró Víctor alejándose.
Dejé de escucharlos para internarme nuevamente en el periódico.
Deportes, farándula, ciencia, tecnología, sin querer ya lo había leído todo, ¿Y ahora que leería?, había olvidado meter algún libro en mi bolso. Las personas de mi alrededor tampoco no tenían nada que leer, unos estaban concentrados en sus llamadas de celular, mientras otros simplemente dormían hasta llegar a su destino o se perdían entre el paisaje. 
La mañana estaba calurosa, los días de invierno ya habían desaparecido por completo. Como los añoraba. El calor nunca ha estado entre mis cosas favoritas, y a pesar de que me había predispuesto a vestir ropa fresca y ligera, las gotas de sudor empezaban a surcar por mi frente.
-Perfecto- había encontrado unas envolturas de distintos chocolates en mi bolso.
Ahora tenía algo que hacer. Podría medir sus gramos, su calidad, su precio, y sobre todo su contenido en grasas y nutrientes. Cuando concluí de hacerlo ya estaba llegando a mi parada.
-Justo a tiempo-manifesté para mí misma.
La mañana y parte de la tarde habían transcurrido sin darme cuenta. Las clases eran bastantes didácticas mientras visualizaba con envidia unos grandes y pesados libros que ciertos profesores se permitían llevar bajo sus regazos. Algo que hacía que yo olvidara hasta a mi propio novio que intentaba captar mi atención por todos los medios posibles.
Desaparecí entre los jardines, dispuesta a leer el libro que le acababa de prestar a la maestra de embriología. Mi gran imaginación volaba por entre las flores, mientras disfrutaba pensando cómo era un niño creciendo en el vientre materno. Regresé a entregar la enciclopedia al recordar los libros que habían llegado a Book Friess.
Al entrar al tren, recordé con horror que nuevamente no poseía nada para leer.
Pasé el viaje escribiendo fragmentos literarios de obras que leía en mi infancia. Corrí como una niña cuando llegué cerca de mi destino, pero el lugar que tanto ansiaba recorrer como días pasados, estaba cerrado. Lástima, volvería al día siguiente.
-¿Qué tal el pre?-preguntó mi madre al verme entrar por la puerta.
-De maravillas-era cierto, pero aunque no hubiese sido así, de mi boca hubieran salido las mismas palabras.
-¿Deseas?-me ofreció el café que tenía entre sus manos.
-No, gracias-manifesté-la cafeína altera mis nervios.
Subí las escaleras suavemente, mientras pensaba como abriría el cuarto de Jacob y me sustraería los nuevos libros que compró para el semestre.
-¿A dónde vas?-interrogó mi hermanito al ver como fallaba en mi intento de abrir la puerta con un alambre.
-Eh…es que Jacob me pidió que recogiera algo en su cuarto, pero olvidó darme la llave-esa había sido una pésima mentira, con suerte Tim se la creería.
-Si vas por sus libros no hagas tanto revuelto-dijo con orgullo ajeno-mamá compró mis textos del nuevo año escolar. Ven, están en mi cuarto.
Mi pequeño hermano ya conocía mis debilidades por leer cualquier cosa que llegara a mis manos. Pasé el resto de lo que quedaba de la tarde leyendo sus horarios y todo lo que encontré a mi paso. No era gran cosa, apenas eran nueve libros de no menos de cincuenta páginas, pero al menos calmaría mis ansias hasta el siguiente día.
-Si le digo a unos de mis amigos que mi hermana es una obsesiva por la lectura-manifestó cuando me escabullía para intentar de nuevo abrir la puerta del cuarto de Jacob-de seguro me tildarían de loco.
Me acababa de encontrar infraganti. Emití una risa nerviosa mientras dejaba en su lugar todas las herramientas que había encontrado para abrir la habitación.
-Ve al refrigerador-mencionó Tim-mamá trajo las compras esta mañana. Las etiquetas están intactas.
-Ya los leí-admití cabizbaja.
-Tú ya eres un caso perdido-susurró, entrando a su cuarto.
Ya era casi medianoche, seguramente no habría ningún lugar abierto, excepto…
-Buenas noches amor-saludó Jeremy sorprendido al verme-¿No es un poco tarde para hacer…espera, espera, espera-había dado con el motivo-vienes por algún libro?
Asentí avergonzada, al parecer nuevamente lo estaba dejando a un lado por el motivo de siempre: leer.
-¿Y tu abuelo?-pregunté  intentando cambiar de tema.
-Está durmiendo, cosa que por cierto también deberías hacer tú-reprochó aún ofendido.
-Lo siento, me conoces, sabes que me agrada leer-dio un largo suspiro, que pareció una eternidad-lo siento.
-A veces me pregunto cómo sales de tu casa a esta hora, sin que nadie se dé cuenta-manifestó entre dientes.
-La verdad cierta vez leí un libro, de cómo escapar como un espía. Así que…-no terminé de responder.
-No sé para qué pregunté-dijo pegándose con la pared-soy un tonto.
-Oye, no seas malo-manifesté inflando mis mejillas.
-¿Yo, malo?-preguntó con sarcasmo-al menos yo no me olvido de mi novia por un objeto que carece de vida.
-Por favor-rogué sonriente, siempre conseguía lo que deseaba.
-Espera-bien, lo había logrado-pero te traeré solo uno. Así por lo menos me aseguro de que duermas lo que queda del amanecer.
-¿Te he recordado que te amo?-inquirí abrazándolo.
-Sí, aunque para mi poca suerte, frecuentemente lo haces cuando estamos en medio de esta clase de situaciones-dijo, sin soltar el abrazo.
-Pero si tú lo sabes, eres mi vida-admití depositando un beso en su mejilla, mientras sacaba el libro de sus manos.
-Sí, pero lo comparto con textos-reprochó- o mejor dicho, los textos la comparten conmigo.
-No digas eso-pedí. No me agradaba verlo así.
-Está bien, ya es tarde-me recordó-ve a casa.
Me alejé de la casa de Jeremy envuelta de alegría. Aunque, él se vengó dándome un pasaje de pocas páginas, pero no importaba, al menos tenía algo que leer.
La negra noche y el pequeño libro fueron mis compañeros por pocos minutos.
Una vez más, ya había acabado de leer. Sin darme cuenta, poco a poco, al fin el sueño me adormeció.
-Ñaña-los suaves golpes en la puerta acababan de despertarme-levántate, se te hará tarde.
Ya hasta lo había olvidado. Por acostarme a las dos de la mañana ahora no podía ni levantarme.
Si hubiese podido, hubiera volado para no demorarme tanto. Desayuné a medias y llegué justo a tiempo a la estación del tren.
Me iba a subir cuando,  un momento, ¿Era lunes?, ¡No tenía que ir a la universidad!, Tim de seguro me pagaría por la broma.
Ya que estaba afuera, decidí caminar un poco para tomar aire fresco.
El cielo se encontraba un poco nublado, al parecer en cualquier momento llovería. No era para menos, en segundos las gotas de lluvias ya estaban cayendo. Me refugié en un restaurante para poder desayunar. Un batido y una tostada no me caerían nada mal. Le pedí a la camarera un recetario para entretenerme mientras desayunaba.
¿Cómo pasaba el tiempo? Cuando regresé a la realidad eran casi las dos de la tarde.
Mi madre se encontraría trabajando aún, y mi padre no regresaría hasta en tres meses. Así que sin lugar a dudas no tendría gran problema.
El sueño me invadió. Decidí continuar las horas de sueño pérdidas, descansando un rato en la mesa del comedor.
-¿Elisse?-esa voz la conocía.
-Hola Jeremy-perfecto, mi novio me acababa de encontrar durmiendo.
-Te dije que no trasnocharas- regañó, sutilmente enfadado.
-Eh…-mascullé.
-Fue un error darte ese libro-argumentó.
-Ya es hora de almorzar, ¿vienes a mi casa?-inquirí, cambiando de tema-debo asegurarme de que ese demonio coma.
No esperé a que respondiera. Lo arrastré del brazo para coger un taxi y cuando nos dimos cuenta ya habíamos llegado.
-Tú, pequeño demonio-ya sonaba a programa infantil.
-Lo siento, olvidé que los domingos no vas a clase-comentó burlón-hola Jey.
-Te he dicho que no me digas así-reclamó Jeremy.
-¿Quién me va a obligar?-interrogó irónico.
-Pues, ¡yo!-amenazó mientras yo no podía dejar de reír.
-¿Tú y quienes más?-rió ante sus propias palabras.
-Iré a cocinar y por favor-siempre ocurría lo mismo. Así que debía dejárselos bien claro-espero que no se maten en mi ausencia.
Entre a la cocina, dispuesta a cocinar, lo que había visto en uno de los recetarios que había leído en el día. Una ensalada, papas a la francesa, sopa caliente, arroz  y un delicioso postre los llenaría de seguro.
-Eh ñaña-trago saliva-no es que yo quiera despreciar tu comida, la que con solo verla se ve riquísima, pero…
-Pero-interrumpió Jeremy-con tanta cosa, nos vamos a llenar demasiado.
-No es mi culpa. Además me esmeré preparando esto, así que no pienso aceptar un no por respuesta-advertí.
-Te lo dije-mencionó en voz baja Tim, nada suficiente como para que yo no pudiera escucharlos.
Comieron todo. Como se los pedí. No cocinaba del todo estupendo, pocas veces lo hacía.
Luego de ello, decidimos que lo mejor sería pasear un rato. Lastimosamente Tim se tuvo que quedar porque comenzó otra vez a llover.
-Que les vaya bien-nos deseó-y por favor Elisse, esta vez no te traigas la librería entera.
Mi novio empezó a reír ante el comentario del risueño de mi hermanito.
Las perladas gotas de lluvia nos recibían complacidas. Me había soltado del abrazo de Jeremy para poder disfrutar, sin aquel molestoso paraguas, de la hermosa lluvia.
-Te vas a resfriar-recalcó abrumado. Siempre ocurría lo mismo.
-No actúes como mi padre-pedí cerrando el paraguas haciendo que también se mojara.
-Dios-lo oí barbullar.
Sonreí complacida mientras lo abrazaba.
-Si agarramos una pulmonía te mataré-advirtió situando un beso en mi cabello.
-Las posibilidades son pocas-dije-tú tienes una excelente salud y yo puedo afirmar lo mismo.
-Sí, claro. Dejaré todo en manos de la experta-manifestó en un falso intento de adulación.
-Tu falta de confianza me resulta insultante-admití sin pensarlo.
-Yo confío en ti, pero no en tus locuras-razonó, abrazándome con más fuerza.
-Nadie me ha tildado de loca. Bueno, excepto tú y mi familia-me solté de su mimo, cuando vi al local de Book Friess cerca.
-Por qué ese lugar se llama frezadero?-preguntó, al observar un comedor marino recién inaugurado.
-Pues me imagino porque a un frezadero acuden los peces, pero no a comer, sino a desovar-expliqué-y desovar es soltar…
-No sé para qué pregunté. Yo y mi gran boca-se regañó a sí mismo-y bueno, ¿En búsqueda de un nuevo libro?
-Como si no me conocieras-mencioné.
-Creo que algún día me cambiaras por un libro-continuó al ver que no respondía-no te apures tanto, pronto llegaremos.
-Hace una eternidad que no leo-me volvía loca por las ganas de leer.
-Anoche te di un libro-reprochó como un niño- de ayer a hoy no hay una eternidad.
-Para mí sí-repliqué, como tantas veces.
Me exalté cuando vi que solo faltaban pocos metros para llegar. ¿Por qué me dejaría seducir esta vez? Ciencia ficción, pasión trágica, leyendas urbanas, filosofía, biología, romanticismo, ¿literatura infantil?
No tenía idea de que leería esta vez, cualquier cosa estaría bien, seguiría quedando maravillada.
-Llegamos-susurré emocionada.
-Y aquí vamos de nuevo-bajó la cabeza frustrado.
-Buenos días –saludó Vicky, la encargada de venta de libros del turno vespertino de la librería.
-¿Algo nuevo?-interrogué de inmediato.
-Mucho-sabía a qué me refería –sorpréndeme.
Recorrí las estanterías cual ratón de biblioteca. Libros, manuscritos, enciclopedias, diccionarios en muchos idiomas. Conocía más que a mi propia mano aquella librería, cada sección, cada nuevo libro, ¡Viva! Me alegre de inmediato al ver una obra francesa: Los tacones de la muñeca.
-Está en francés-escuché decir a Vicky, desde la caja registradora.
-Se las ingeniará-respondió por mí, Jeremy.
Continué andando de arriba para abajo en busca de algún otro libro. Existían de todos los tamaños, de todos los grosores. Había comprado un ejemplar de todos ellos tiempo atrás, y por el exceso de libros tenía que donarlos a la biblioteca. Lo que me recordaba que debía ir de nuevo, tenía unas muy grandes pilas de libros que había leído mínimo seis veces.
 Me alegré de inmediato al divisar otro en la parte más alta de una estantería. No perdí tiempo y trepé por la escalera.

Estaba un poco empolvado. Soplé de inmediato su portada. La imagen era de una joven mujer sentada al fondo de unos edificios, escribiendo un libro. El resto del fondo era las variantes del tono rojo, perfilado con un poco de blanco y sobre la cima, al través, podía divisarse su título: La carta de una suicida.
Perdí el equilibrio y caí al piso. Vicky en compañía de Jeremy corrieron en mi ayuda, pero me levanté antes de que ellos llegaran.
-¿Tiene polvo?-se estremeció Vicky, al observar el libro en mis manos.
-Sí, estaba ahí arriba-afirmé, olvidando por completo mi caída.
-Es extraño-murmuró confundida-ese libro lo encontré ayer, juraría que lo limpié.
-Lo compraré-dije al instante. El titulo me atraía aunque no debía guiarme solo por un nombre.
-No te lo recomiendo-dudó unos segundos-ese libro está vacío.
Lo abrí, era cierto.
¿Quién traería un libro vacío? Lo deje en una mesa, mientras llevaba la obra francesa a cancelar.
-Gracias por tu compra-sonrió con gentileza mientras nos íbamos.
-¿Estás bien?-Jeremy sonaba verdaderamente preocupado.
-Sí, no me golpeé tan fuerte-mentí, no deseaba turbarlo más de la cuenta.
-Pero si estas cojeando -manifestó al ver mi forma de caminar.
-No hay problema, no te inquietes-rogué con la mirada.
-Como si pudiera no hacerlo-admitió pasando su brazo por debajo del mío, para ayudarme a caminar.
En todo el camino a mi casa no pude dejar de pensar en aquel libro. ¿Por qué estaría vacio?, ¿Por qué no tenía el editor, autor y la marca de imprenta?
Tantas preguntas me comenzaban a causar dolor de cabeza.
-¿Segura que estarás bien?-preguntó intranquilo, cuando abrí la puerta.
-Sí, ya te dije que no te alarmes-inflé de nuevo mis mejillas-además voy a leer, y hasta donde recuerdos ese hábito no está entre tus pasamientos deseados.
-Y bien sabes el porqué-susurro con tristeza, me sentí mal por haberle recordado a su madre.
Se fue cabizbajo por la estrecha acera, inundado en sus pensamientos. Con sosiego dentro de su nebulosa, lo vi alejarse.
Cerré la puerta con dificultad, la verdad me costaba mucho caminar. Había tratado de reprimir el dolor que sentía, para que Jeremy no se intranquilizara, pero ahora que ya se había ido, era diferente.
Subí los escalones con problema, el malestar aumentaba rápidamente. Me tiré a mi cama, como último recurso, mientras Tim me miraba de soslayo.
-Estoy bien. Tú película está a punto de comenzar, ve a verla-pedí.
Lo que me faltaba, otro preocupado.
Busqué mi bolso, quería leer, eso sin duda me haría olvidar la dolencia.
Tragué saliva del susto. Ahí estaba la obra francesa, por supuesto, pero también aquella que dejé.
¿Cómo habría llegado a mi bolso?, ¿La habría metido ahí sin querer?
Abrí el libro con recelo, pero no estaba igual que antes. En su interior estaba una pluma dorada. Sentí la necesidad de escribir con aquellas pluma en el, pero, ¿Qué escribiría?
 ¿Un hola, quizás?
 

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