El alma de una suicida
Capítulo 10: El
sujeto del altillo
No
quería dar credibilidad ante lo que mis ojos presenciaban. No existía duda
alguna, ese hombre era mi padre y estaba engañando a mi madre. Era un error
pensar que mi vida no se iría directo al
precipicio.
Corrí
a gran velocidad para dar la vuelta, y que el par de tórtolos no se dieran
cuenta de mi existencia. Cuando al fin sentí la puerta de mi casa, los dos amantes continuaban abrazados. Entré
llena de un sinfín de emociones, pero sobre todo, la ira, rabia y tristeza.
-Gracias
a Dios que has llegado antes que papá-dijo Jacob al verme-hubiera sido un
problema si te encontraba afuera.
No
pude balbucear palabra alguna. Le entregué el comprado y subí de inmediato a mi
habitación.
No
quería saber nada. No podía soportar la imagen que acababa de presenciar en mi
cabeza, pero lo había visto, podía dar fe de ello.
Los
gritos no se hicieron esperar, de seguro mi padre estaba enojado por mi falta
de presencia. Bajé los escalones, dudosa de la forma en que debía tratar a ese
traidor.
-Yo
vengo cansado de trabajar y resulta que la estúpida de mi mujer no está y tu
hermana está en su cuarto-gritó a Jacob-¿Acaso no pueden recibirme como es
debido?
¿Quién
se creía él para hablar de esa forma?, seguramente tenía esa amante desde hace
tiempo, ¿Acaso no le bastaba engañarnos?
-Tú,
chiquilla, ¿qué no sabes saludar?-me apuntó furioso.
-No.
Yo no saludo a una porquería-aventuré a decir. No podía calmar la adrenalina
que circulaba en mis venas.
-¿Perdón?-preguntó
alzando su mano, apunto de golpearme.
-¡Papá!-exclamó
Jacob tomando su mano-no la tomes en cuenta, debe estar enojada porque debiste
venir hace unos meses atrás.
-¿Desde
cuándo ves a esa prostituta?-pregunté ofendida-¿Desde cuándo te ríes a nuestras
espaldas mientras nos mientes?
Él
sabía que lo había descubierto, su rostro lo mostraba claramente. No dejaría
que nos engañara ni un momento más. Jacob y Tim me miraban confundidos.
-Niña
estúpida, he estado trabajando duro para mantenerlos-gritó-¿Quién te crees para
hablarme de esa manera?
-No-elevé
mi rostro-¿Quién te crees tú para desnaturalizar nuestra vida?
El
golpe sonoro no tardó en llegar a mi cara, Jacob lo agarró antes de que
volviera hacerlo, mientras Tim temblaba del miedo. Agradecía porque mi madre
estuviera trabajando, al menos ella no tenia que presenciar esas desagradables
escenas. Su marido con otra, era el colmo.
Subí
a mi cuarto con rabia. La única persona con la que deseaba hablar era la dama
del libro, ella de seguro me entendería y me haría sentir mejor. El correr de
la pluma apareció en mi mano antes de que pudiese abrir la puerta.
-¿Estás
bien?-leí-tu corazón se ofusca demasiado, lo estoy sintiendo. Una emoción debe
ser muy fuerte, como para que yo pueda sentirlo.
-Es
el sentimiento de la traición-escribí con rabia-no quiero saber nada de esta
maldita vida.
-Cuéntame
lo que ha pasado-pidió-no hagas cosas de las cuales podrías arrepentirte.
Le
conté todo sin guardarme detalle. Las lágrimas desbordaban por mi mentón y
caían en las frágiles páginas del libro de la suicida. Me lancé a la cama y
oculté mi cara para evitar llorar más.
No
podía creer la forma en que la felicidad podía desvanecerse de mi existencia.
Amelia
no respondió. Seguramente porque alguien tocaba con suavidad en mi puerta. Eran
mis hermanos. Tim me abrazó y se acurrucó a mi lado mientras Jacob miraba hacia
la nada.
-Se
fue dando un gran portazo-contó melancólico-comprueba que tienes razón.
Lo
abracé con fuerza.
Tim
ya estaba dormido. Al menos ninguno de ellos tuvieron que ver la escena de la
cruda realidad.
-¿Crees
que deberíamos decírselo a mamá?-pregunté llorosa.
-No
lo sé-susurró golpeando a puño cerrado la pequeña mesa que estaba al lado de mi
cama.
-No
sé cómo pudo hacernos esto-las gruesas lágrimas inundaban nuevamente mis ojos.
Me
quedé dormida abrazada a mis dos hermanos. Nuestras vidas estaban dando un
giro, que no podíamos evitar.
Cuando
me levanté, mi madre ya se había ido a trabajar. No le habíamos dicho nada de lo
ocurrido la noche anterior, nadie tenía el valor para hacerlo.
-¿No
deberías estar en la universidad?-interrogó Jacob almorzando.
-No
tengo ánimos para ir-comenté con tristeza.
-Tim
tampoco-informó-casi lo he obligado a ir a la escuela.
-Si
seguimos así, mamá se dará cuenta de que algo nos ocurre-murmuré.
-Lo
sé-asintió-pero no encuentro la forma de decírselo. No es nada fácil.
-Me
imagino-susurré, tomando la taza de café que me acababa de preparar.
-Te
has tomado diez desde esta mañana-reprochó-si crees que eso es desayunar y
almorzar vuelve a leer algún libro de nutrición.
-No
te preocupes-pedí con cariño-solo quería sentir el sabor amargo.
-Deberías
visitar a Jeremy-mencionó-hace meses que no lo visitas, a duras penas y lo ves
en la universidad, está preocupado…
-Lo
vi anoche, parecía feliz-comenté.
-Me
alegra. Lo mejor será que intentes pensar en otras cosas-murmuró, quitándome la
taza de las manos-empieza por comer mejor y divertirte un poco.
-Suena
muy fácil lo que dices-informé apesadumbrada-pero, hacerlo es otra cosa, ¿Lo
puedes hacer tú?
Negó
con la cabeza y se sirvió una taza del oscuro líquido. Ninguno de nosotros
podía hacer como si nada hubiera sucedido.
-Sé
a lo que te refieres-advirtió-pero preocupando a todo el mundo, no se
arreglarán los problemas.
-Si
fuera tan fácil como decirlo-suspiré arrebatando la jarra de café de su
poder-ni siquiera tengo idea de que hacer. Nuestra madre no es estúpida, no
tardará en darse cuenta.
-Eso
es lo que más me preocupa-palideció repentinamente-no quiero que ella sufra.
Apenas hace unos días, estaba preocupada porque él no llegaba, creía que algo
malo le había pasado. Se suponía que en pronto le tocaba venir de nuevo y mira,
tenemos toda esta odisea.
Rompí
a llorar mientras él me abrazaba con fuerza. No podía imaginar la desazón que
le esperaba a mi progenitora. Tim también sufría mucho al igual que nosotros,
¿Podíamos caer aun más?
-Tranquila.
Sin importar lo que suceda, saldremos de ello-prometió, como leyendo mis
pensamientos-recuerda que cuando estas al fondo de algo, lo único que queda es
subir y subir.
Los
siguientes días fueron iguales o peor de dolorosos. No podía encajarme la idea
en la cabeza.
Por
años, él siempre había sido la sombra de mi casa, el señor poderoso del senado,
al cual debía respetar y hacer cualquier cosa mientras él lo deseara, ¿La
nación sabría que un mentiroso ayudaba a liderarlos?
No
tenía ánimos ni para ir a la universidad, ni para hablar con nadie, ni siquiera
con mi amiga la suicida. La búsqueda de su hija, debería posponerse hasta que
las heridas de mi alma cicatrizaran un poco.
-El
timbre de la puerta no deja de sonar-avisó mi madre-¿Podrías ir a ver quién es?
Bajé
agotada. Mis ánimos no estaban nada buenos en aquellos días. ¿Quién podría
tocar con tanta urgencia?
-Aleluya,
¡estás bien!-exclamó abrazándome-como no te he visto desde hace días, me
preocupé.
-Tranquilízate
Víctor-pedí soltando el agarre-estoy bien.
-Jacob
me contó todo-manifestó-no te sientas mal por algo que no es tu culpa.
-Víctor
no quiero hablar de eso -pedí-no tengo ánimos para hablar, tal vez otro día,
¿Sí?
-Cla…claro-titubeó-no
hay problema.
Caminó
entumecido como robot. Cerré la puerta y el timbre no tardó en sonar.
-Víctor
te dije que-no pude continuar. El que tocaba ya no era él.
-Creo
que muchos somos los preocupados-comentó con una sonrisa de medio lado.
-Yo,
Jeremy, eh-¿Qué podría decirle?
-Hey,
devuélveme a mi chica-pronunció en tono burlón
-¿Eh?
-Solo
quería hacerte reír-manifestó-he estado preocupado, ¿Olvidaste que tienes un
novio que se intranquiliza por ti?
-Lo
siento-me disculpé-creo que tus informantes, perdón, tus pajaritos no te han
cantado lo que ha pasado.
-¿Sucedió
algo en este tiempo?-preguntó-considero que se me ha perdido suficiente la
historia de nuestras vidas.
-Para-interrumpí-a
decir verdad, lamento siempre quitarte la atención pero no quiero hablar de
nada.
-Como
siempre-murmuró.
-Yo…
-No,
no digas nada-pidió.
La
escena de siempre se repitió.
Se
alejó cabizbajo, su rostro envuelto de preocupación. Y ahora más que nunca, sin
rumbo fijo.
Subí
a mi cuarto un poco contrariada, empezaba a tener la vaga impresión de que la
situación se me estaba saliendo de las manos. Mi vida se estaba revolviendo
cada vez más y más, y al parecer, ni yo misma podía controlarlo.
-¿Te
sucede algo?-interrogó Tim al verme sin ánimo.
-Nada
que no pueda arreglar-aseguré, aunque ni yo mismo lo creía así.
-Mamá
aun no lo sabe, ¿verdad?-preguntó, acostándose en mi cama.
-Aún
no-comenté-pero…
-¿Se
puede saber que no sé?-interrumpió mi madre, entrando a la habitación.
-Creo
que reprobaré el semestre-mentí, intentando convencerla.
-Estudia
más, y no se porten misteriosos-pidió sonriente-me asustan.
Tomé
mi bolso y salí lo más rápido que me fue posible de mi casa.
No
soportaba verla así. Sentía que en cualquier momento, cuando descubriera la
verdad, aquella sonrisa se esfumaría y una mueca de dolor aparecería en su
lugar.
Caminé
y caminé sin rumbo alguno. Ingresé al primer supermercado que vi, necesitaba
comprar algo para refrescarme del exagerado calor que gobernaba las tardes de
la gran ciudad.
-Desearía
leer tu mente-escuché a una voz susurrarme-adoraría saber que misterios se
encuentran en las entrañas de tus pensamientos.
-Nada
sorprendente-le aseguré, aunque sin duda no era nada cierto.
-Elisse,
no puedes guardarte todo tanto tiempo-rogó entristecido.
-Jamás
lo entenderías-susurré, intentado no verlo.
-Si
no me lo explicas, no lo entenderé-aseguró.
-Jeremy…
-Lo
sé, aun no quieres hablar de nada-murmuró. Él me conocía demasiado pero al
mismo tiempo no tenía idea de con quién trataba-debo irme.
Intenté
detenerlo. Tuve que correr tras de él
para poder estar a una distancia considerable como para que el me escuchara,
pero lo suficiente para que la opresión que aguardaba en mi interior no se
disipase.
-¿Por
qué no salimos juntos?-pregunté en últimos recursos-algún restaurante, cine.
-¿Para
qué?-barbulló enfadado-¿Para qué no llegues a la cita y encuentres innumerables
llamadas perdidas de mi parte?
-Yo…-¿Qué
podría decirle?, el estaba en lo correcto, en los últimos meses ocurría a
menudo.
-Tú
no me dejas entenderte-refirió-y no tengo capacidades de adivino o algo por el
estilo. Lo siento, pero no puedo entenderte si tú no me ayudas.
-Suena
muy fácil-susurré melancólica-no negaré que me entenderías, pero, ¿Imaginas el
dolor que me ocasionarías con solo contarte?
No
pude hablar más, recuerdos nefastos embargaban mi mente.
¿Cómo
hablar de que sentía sufrimiento recordar a su abuelo muerto?, en aquel momento
yo lo había dejado solo. Mi padre engañando a mi madre, una amiga que por
razones que aun no entendía se fue casi huyendo a otro país, y otra muerta que
vivía en un libro, ¿Era posible contar todo sin llorar, sin sufrir?
Sentí
su fuerte abrazo. Aún no le había contado nada, sin embargo, mis ojos ya
estaban humedecidos por las lágrimas.
-Quiero
entenderte-susurró en mi oído-eres mi mundo, quiero entender mi mundo.
Las
palabras se quedaban presas en mi garganta, no pude articular ningún monosílabo
que calmara la intranquilidad que lo acosaba.
Un
agudo y gran dolor me obligo a caer. Jeremy me agarró con sus blancos brazos
para evitar que me golpeara en el suelo.
-¿Estás
bien?-preguntó preocupado.
-Sí,
no sé qué paso-balbuceé-nunca sucedió antes.
-¿Ya
has estado comiendo bien?-interrogó.
Esa
era justamente la pregunta que no deseaba responder. Mi alimentación se había
reducido al amargo café y comidas chatarra, ¿Una mala nutrición podía producir
semejante punzada de dolor?
-Vamos
por algo de comer-informó casi arrastrándome a un comedor.
-Una
sopa miso, por favor-pedí al darme cuenta que era un restaurante japonés.
-Yo
deseo el norimaki-avisó a la camarera.
-Siempre
me he preguntado cómo puedes comer tremenda repugnancia-aseguré-eso sí que es
asqueroso.
-Al
menos es mejor que la pasta de habas-refirió
-Hey,
a mi me gusta-refunfuñé acogiendo el plato que me entregaba la camarera-ni que
comiera ese arroz frito, verduras y el pescado envuelto en algas secas.
-No
mires mi platillo de esa forma, además no intentes cambiar de tema hablando de
la comida-él ya se había dado cuenta de lo que trataba fallidamente de
conseguir-¿se puede saber qué ocurre?, hablo en serio, me preocupas.
-Siempre
terminamos en lo mismo, ¿verdad?-recordé malhumorada.
-Si
no te excusaras tanto, tal vez las cosas fueran distintas-contestó comiendo las
algas secas-en estos últimos meses he tenido que seguir trabajando y estudiando
a pesar de que ahora vivo solo, sin embargo, siempre te llamo y te busco pero
por extrañas razones siempre estás haciendo alguna otra cosa.
-Yo…-¿Qué
podía decirle?, de seguro se enojaría si le daba otra excusa.
-Tú…-retomó.
-Yo
he estado ocupada, muchas cosas han pasado-conté.
-Has
faltado varios días a la universidad-recordó-sin mencionar que estuviste casi
un mes ausente e inventaste una enfermedad.
-Voy
a aniquilar a tus informantes-resoplé al ser descubierta-además solo fueron
casi tres semanas.
-No
es solo eso, déjame recordarte que te despediste de la forma más rara del mundo
y desapareciste por algunas semanas y para rematar de males siempre andas como
perdida en tus pensamientos. He deseado saber que ocultas más de lo que
imaginas.
-¿Ocultar?-pregunté
perpleja-¿Crees que te oculto algo?
-No
lo creo-replicó haciendo gestos para que comiera-puedo dar fe de ello.
-No
exageres-pedí-solo he estado un poco…
-¿Perdida
en la luna?-inquirió burlón-Tim me ha dicho que te ha visto leyendo mucho un
libro, ¿Tan largo es?
-No,
ya lo terminé hace tiempo-ese pequeño demonio de seguro me las pagaría.
-Ah,
me tenías preocupado-murmuró-suposiciones mías.
El
dolor no volvió a aparecer en los siguientes días, mi alimentación seguía
igual, con la diferencia de que Jacob se esmeraba llevándome comida a mi
habitación. Asistí a la universidad con la misma excusa: una rara enfermedad.
Mi enfermedad tenía solo un titulo: “La carta
de una suicida”, aquel libro me mantenía despierta en las madrugadas y me
cegaba ante la bruma de aquellos días.
-Debo
irme-conté a la suicida luego de estar toda la tarde hablando con ella.
-Suerte-leí antes de cerrar el
libro.
No
había podido evitar contarle que seguía con la búsqueda de su hija. Pronto
seria medianoche y era buena hora para escabullirme con un único destino: la
casa de Alfonso, tenía que abrir aquel relicario y leer la carta que guardaba
en su interior.
Salté
del prominente árbol sin ningún problema. Corrí por las calles, llena de
alegría, esperando divisar algún taxi que me llevará al lugar que deseaba
visitar.
-Infraganti-leí
en mi teléfono. El mensaje era de Jeremy, de seguro me habría visto en el taxi.
Con seguridad al día siguiente me preguntaría los motivos.
Llegué
al lugar en poco tiempo, la taxista me miró confundida al ver donde nos
encontrábamos. Dejé de mirarla para encaminarme a la casa. Adentré las manos en
los bolsillos de mi chaleco de cuero cuando subí las frágiles escaleras y tomé
la llave dispuesta a abrir la puerta.
Tragué
en seco al encontrarla abierta, ¿Alguien estaría adentro?
Mi
corazón empezó a latir fuertemente. Estaba segura que en mi última visita había
dejado la puerta cerrada, ¿Qué podría haber pasado?, el recuerdo de las hojas
que habían desaparecido retomó mis pensamientos. Mi cuerpo empezó a temblar,
¿Debería entrar y buscar el relicario o regresar a mi casa y volver otro día?
La
valentía no era una de las acciones que yo frecuentaba a realizar. Me sorprendí
a mi misma adentrándome por el sombrío y angosto pasillo, seguía tan maltrecho
y polvoso como la última vez. Todo parecía estar igual, la mesa con el lirio
seco en el jarrón de porcelana, el taburete.
Seguí
hacia la oficina, intentando creer que las hojas volverían a estar ahí.
-Maldición-susurre
al ver fallidas mis esperanzas.
Me
adentré a una de las innumerables puertas. No lograba recordar con exactitud el
lugar en que había visto aquel cofrecito. La habitación contaba con una gran
cama y un pequeño escritorio. Entré sin timidez, dispuesta a abrir aquellos
cajones. Estaban cerrados.
Tragué
saliva al ver una taza de café humeante en una pequeña mesita al otro extremo
de la cama. Si se suponía que nadie residía en la casa, ¿cómo era posible
semejante escena?
Tomé
la taza en mis manos, intentando pensar que era solo una alucinación de mi
cabeza; el platillo cayó en acto reflejo de mis manos, por la calentura del
oscuro líquido.
Pasos
repentinos se escucharon en la casa. Prefería pensar que la vivienda estaba
embrujada, antes que pensar que no era la única que se encontraba ahí. Corrí
por los pasillos intentando ocultarme en algún lugar.
El
miedo se apoderó de mí, me encontraba perdida.
Me
oculté en un pequeña cuartito, las paredes casi deshechas me parecieron la
mejor protección en aquel instante, me senté aferrando mis fríos brazos en mis
piernas, ¿Alguien me habría visto entrar?
-Dios-barbullé
secando mis lágrimas.
-¿Quién
demonios esta por ahí?-preguntó una voz a lo lejos, con una linterna.
Rodé
hasta una pequeña cama, me oculté debajo de ella al ver que los pasos se
acercaban.
-¿Alguien
está ahí?-volví a escuchar, mas esta vez podía ver un par de zapatos en el
cuarto.
Yo
conocía esa voz, la había escuchado antes sin duda alguna. Era la voz de una
mujer, ¿Quién era la dueña?, saqué mi cabeza intentando visualizar la cara de la persona, pero solo vi su
espalda salir por la habitación
Retomé
mi posición inicial para salir. Regresé por varios pasillos sin encontrar
salida o algún lugar conocido. Vislumbré un halo de luz cerca, me acerqué
temiendo, ¿Aquella sería la mujer de la que me había hablado el señor de la
librería?
Encontré
una larga escalera y no dudé en subir por allí.
Antes,
para salvar a Melinda también había encontrado unas que me habían guiado a un
altillo, sin embargo, la casa tenía tres pisos, sin contar el húmedo sótano.
Llegué a un tercer piso, en el que nunca antes había caminado. Titubeante,
acorté mis pasos por si encontraba a alguien que intentara hacerme daño.
Me
estaba metiendo en grandes problemas, no existía duda alguna.
-¿Hay
alguien aquí?-me atreví a preguntar.
Mi
voz fue tan débil, que nadie podría haberme escuchado ni aunque lo hubiera
deseado, y rogaba porque así fuese. El gran pasillo era igual al de los
anteriores, largo y oscuro, ¿Cuántas habitaciones tenía esa casa?, a mi derecha
existían tres y a mi izquierda posiblemente más, sin contar que eran solo los
que mis ojos, que aún no se acostumbraban a la oscuridad, habían divisado.
-¿Hay
alguien aquí?-era inútil, mis preguntas morían en mi propia boca.
Una
sombra corrió por delante de mí, aquella persona ya me había visto. Corrí tras
ella, en un repentino ataque de adrenalina.
-¿Tú?-interrogué
al ver a la joven que acababa de acorralar.
Esa
larga cabellera negra, esos ennegrecidos ojos empequeñecidos por el delineado
exagerado. Era la muchacha que había conocido tiempo atrás, nadie podría decir
lo contrario.
-Aléjate
de todo esto-gritó, dándome un golpe con su puño cerrado.
Salió
corriendo por algún lugar mientras yo intentaba quitarme la sangre de mí ahora,
labio roto. Intenté seguirla sin éxito, ¿Por qué ella estaba en aquel lugar?,
sin duda era la dueña de la linterna de minutos antes, ¿De verdad su abuela
estaba muerta?, ¿Qué razones ella tenía para estar en ese lugar?
Camine
rápidamente por todas las habitaciones, estaba más perdida que antes. Subí por
unas nuevas escaleras que me guiaron hacia otro pasillo, este era pequeño y
guiaba hacia una sola puerta. Yo ya había visto antes esa puerta, Melinda casi
experimenta una gran caída en esa habitación.
Toqué
la puerta, estaba entreabierta.
Continué
esperando ver de nuevo a la pelinegra. Había demasiado polvo, suficiente como
para llenar varios sacos. La única diferencia desde la última vez, es que un
mueble se encontraba frente a la ventana.
-¿Quién
es usted?-pregunté de lejos al hombre que estaba sentado ahí.
No
me respondió, y ni siquiera estaba segura si aquella persona no era el que me
seguía siempre, ¿Y si era Alfonso?, de todas formas, necesitaba encontrar
respuestas de una buena vez.
Aquel
hombre veía entre la neblina, era lo único que podía asegurar. Se levantó,
tenía la misma estatura del que me seguía, no tenía ni el sombrero, ni el
chaleco de cuero pero podría ser él.
-¡Tú!-gritó
una voz detrás de mí, jaloneándome del brazo.
Me
guió por varias escaleras y cuando por fin pude salir de mi trance, me
encontraba en la puerta.
-¿Qué
demonios crees que haces?-preguntó enojada.
-¿Quién
es él?-inquirí.
-Nadie
que te incumba, no vuelvas a venir aquí-gritó.
-Eres
una mentirosa-balbuceé.
-Mira
idiota, solo quiero que cojas y desaparezcas de aquí-pidió clavando sus uñas en
mis hombros.
-Como
si fuera a hacerlo-murmuré.
Caminamos
por el zaguán y me enseño la puerta abierta.
-Por
favor-pidió melancólica-no deberías volver.
Me
disponía a entrar de nuevo, hasta que las luces del alba me tomaron por
sorpresa, ¿Cuánto tiempo habría estado pérdida en la gran vivienda?
Caminé
por las calles esperando encontrar algún taxi que me llevara antes de que Jacob
reparara en mi ausencia.
¿Que
ocultaba aquella joven como para mentirme de aquella forma?
Mi
celular empezó a sonar cuando me acosté en mi cama. Era un mensaje de Jeremy,
me había visto regresar en el taxi.
-Elisse
levántate- repetía Jacob intentando despertarme-llegaras tarde a clases.
-Voy-balbuceé-
cinco minutos más.
-¡Oye!
-Ok,
ok-anuncié refregando mis ojos. Mi escapada del día anterior me había agotado
por completo.
Me
cambié con rapidez y bajé a la cocina intentando no caer por las escaleras, mi
hermano me esperaba con un gran desayuno en la mesa. Me acerqué a la cafetera
por un poco de la oscura infusión.
-Me
esmeré demasiado como para que tomes eso-regaño quitándome la taza.
-Está
bien-pedí quitándole mi bebida y cogiendo un par de tostadas-debo irme, tú lo
has dicho, llegaré tarde.
-¿Se
puede saber que tienes el labio roto?-interrogó inspeccionando la herida.
-Me
caí de la cama anoche-mentí intentando que se comiera semejante cuento.
-Ah,
ten más cuidado, a la próxima podrías sacarte media cabeza-manifestó dudoso.
Mi
ida a la estación fue de lo más aburrida. Me encontraba demasiado somnolienta
como para fijarme en mi alrededor.
-Oye,
¿viste lo que yo vi?-preguntó Víctor al verme.
-Creo
que no-susurré intentando no caerme del sueño.
-Podría
jurar que vi al sujeto de la otra vez, seguirte hace un momento-aseguró.
Mis
sentidos se alertaron de inmediato, vi varias veces hacia todas las
direcciones, pero el sujeto del chaleco hasta el suelo no se veía por ningún
lado.
-¿Estás
seguro?-interrogué.
-Podría
jurar que sí-afirmó.
Necesitaba
respuestas. Si él era el sujeto del altillo, deseaba saber porque me seguía.
-Oye
eso… ¿Es un labio roto?
-Me
resbalé anoche-argumenté, mientras veía todo a mi alrededor.
Subí
al tren y no tardé en ver la sombra a lo lejos.
Víctor
no mentía. Aquel hombre se ocultaba detrás de unos puestos de periódicos, y
como siempre, me observaba.
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