¿Por qué escribo? Escribo para ser feliz me paguen o no por ello. Es una enfermedad haber nacido así. Me gusta hacerlo. Lo cual es aún peor. Convierte la enfermedad en un vicio. Además, quiero hacerlo mejor de lo que nadie lo haya hecho jamás. (Ernest Hemingway)

No escribo porque me sobra el tiempo, lo hago porque me hace realmente feliz. El verme esenciada en mis personajes, más humana, más cruel...realmente no tiene precio.





lunes, 11 de marzo de 2013

Capítulo 10: El sujeto del altillo


El alma de una suicida
Capítulo 10: El sujeto del altillo

No quería dar credibilidad ante lo que mis ojos presenciaban. No existía duda alguna, ese hombre era mi padre y estaba engañando a mi madre. Era un error pensar que mi vida no se iría directo al  precipicio.
Corrí a gran velocidad para dar la vuelta, y que el par de tórtolos no se dieran cuenta de mi existencia. Cuando al fin sentí la puerta de mi casa,  los dos amantes continuaban abrazados. Entré llena de un sinfín de emociones, pero sobre todo, la ira, rabia y tristeza.
-Gracias a Dios que has llegado antes que papá-dijo Jacob al verme-hubiera sido un problema si te encontraba afuera.
No pude balbucear palabra alguna. Le entregué el comprado y subí de inmediato a mi habitación.
No quería saber nada. No podía soportar la imagen que acababa de presenciar en mi cabeza, pero lo había visto, podía dar fe de ello.
Los gritos no se hicieron esperar, de seguro mi padre estaba enojado por mi falta de presencia. Bajé los escalones, dudosa de la forma en que debía tratar a ese traidor.
-Yo vengo cansado de trabajar y resulta que la estúpida de mi mujer no está y tu hermana está en su cuarto-gritó a Jacob-¿Acaso no pueden recibirme como es debido?
¿Quién se creía él para hablar de esa forma?, seguramente tenía esa amante desde hace tiempo, ¿Acaso no le bastaba engañarnos?
-Tú, chiquilla, ¿qué no sabes saludar?-me apuntó furioso.
-No. Yo no saludo a una porquería-aventuré a decir. No podía calmar la adrenalina que circulaba en mis venas.

-¿Perdón?-preguntó alzando su mano, apunto de golpearme.
-¡Papá!-exclamó Jacob tomando su mano-no la tomes en cuenta, debe estar enojada porque debiste venir hace unos meses atrás.
-¿Desde cuándo ves a esa prostituta?-pregunté ofendida-¿Desde cuándo te ríes a nuestras espaldas mientras nos mientes?
Él sabía que lo había descubierto, su rostro lo mostraba claramente. No dejaría que nos engañara ni un momento más. Jacob y Tim me miraban confundidos.
-Niña estúpida, he estado trabajando duro para mantenerlos-gritó-¿Quién te crees para hablarme de esa manera?
-No-elevé mi rostro-¿Quién te crees tú para desnaturalizar nuestra vida?
El golpe sonoro no tardó en llegar a mi cara, Jacob lo agarró antes de que volviera hacerlo, mientras Tim temblaba del miedo. Agradecía porque mi madre estuviera trabajando, al menos ella no tenia que presenciar esas desagradables escenas. Su marido con otra, era el colmo.
Subí a mi cuarto con rabia. La única persona con la que deseaba hablar era la dama del libro, ella de seguro me entendería y me haría sentir mejor. El correr de la pluma apareció en mi mano antes de que pudiese abrir la puerta.
-¿Estás bien?-leí-tu corazón se ofusca demasiado, lo estoy sintiendo. Una emoción debe ser muy fuerte, como para que yo pueda sentirlo.
-Es el sentimiento de la traición-escribí con rabia-no quiero saber nada de esta maldita vida.
-Cuéntame lo que ha pasado-pidió-no hagas cosas de las cuales podrías arrepentirte.
Le conté todo sin guardarme detalle. Las lágrimas desbordaban por mi mentón y caían en las frágiles páginas del libro de la suicida. Me lancé a la cama y oculté mi cara para evitar llorar más.
No podía creer la forma en que la felicidad podía desvanecerse de mi existencia.
Amelia no respondió. Seguramente porque alguien tocaba con suavidad en mi puerta. Eran mis hermanos. Tim me abrazó y se acurrucó a mi lado mientras Jacob miraba hacia la nada.
-Se fue dando un gran portazo-contó melancólico-comprueba que tienes razón.
Lo abracé con fuerza.
Tim ya estaba dormido. Al menos ninguno de ellos tuvieron que ver la escena de la cruda realidad.
-¿Crees que deberíamos decírselo a mamá?-pregunté llorosa.
-No lo sé-susurró golpeando a puño cerrado la pequeña mesa que estaba al lado de mi cama.
-No sé cómo pudo hacernos esto-las gruesas lágrimas inundaban nuevamente mis ojos.
Me quedé dormida abrazada a mis dos hermanos. Nuestras vidas estaban dando un giro, que no podíamos evitar.
Cuando me levanté, mi madre ya se había ido a trabajar. No le habíamos dicho nada de lo ocurrido la noche anterior, nadie tenía el valor para hacerlo.
-¿No deberías estar en la universidad?-interrogó Jacob almorzando.
-No tengo ánimos para ir-comenté con tristeza.
-Tim tampoco-informó-casi lo he obligado a ir a la escuela.
-Si seguimos así, mamá se dará cuenta de que algo nos ocurre-murmuré.
-Lo sé-asintió-pero no encuentro la forma de decírselo. No es nada fácil.
-Me imagino-susurré, tomando la taza de café que me acababa de preparar.
-Te has tomado diez desde esta mañana-reprochó-si crees que eso es desayunar y almorzar vuelve a leer algún libro de nutrición.
-No te preocupes-pedí con cariño-solo quería sentir el sabor amargo.
-Deberías visitar a Jeremy-mencionó-hace meses que no lo visitas, a duras penas y lo ves en la universidad, está preocupado…
-Lo vi anoche, parecía feliz-comenté.
-Me alegra. Lo mejor será que intentes pensar en otras cosas-murmuró, quitándome la taza de las manos-empieza por comer mejor y divertirte un poco.
-Suena muy fácil lo que dices-informé apesadumbrada-pero, hacerlo es otra cosa, ¿Lo puedes hacer tú?
Negó con la cabeza y se sirvió una taza del oscuro líquido. Ninguno de nosotros podía hacer como si nada hubiera sucedido.
-Sé a lo que te refieres-advirtió-pero preocupando a todo el mundo, no se arreglarán los problemas.
-Si fuera tan fácil como decirlo-suspiré arrebatando la jarra de café de su poder-ni siquiera tengo idea de que hacer. Nuestra madre no es estúpida, no tardará en darse cuenta.
-Eso es lo que más me preocupa-palideció repentinamente-no quiero que ella sufra. Apenas hace unos días, estaba preocupada porque él no llegaba, creía que algo malo le había pasado. Se suponía que en pronto le tocaba venir de nuevo y mira, tenemos toda esta odisea.
Rompí a llorar mientras él me abrazaba con fuerza. No podía imaginar la desazón que le esperaba a mi progenitora. Tim también sufría mucho al igual que nosotros, ¿Podíamos caer aun más?
-Tranquila. Sin importar lo que suceda, saldremos de ello-prometió, como leyendo mis pensamientos-recuerda que cuando estas al fondo de algo, lo único que queda es subir y subir.
Los siguientes días fueron iguales o peor de dolorosos. No podía encajarme la idea en la cabeza.
Por años, él siempre había sido la sombra de mi casa, el señor poderoso del senado, al cual debía respetar y hacer cualquier cosa mientras él lo deseara, ¿La nación sabría que un mentiroso ayudaba a liderarlos?
No tenía ánimos ni para ir a la universidad, ni para hablar con nadie, ni siquiera con mi amiga la suicida. La búsqueda de su hija, debería posponerse hasta que las heridas de mi alma cicatrizaran un poco.
-El timbre de la puerta no deja de sonar-avisó mi madre-¿Podrías ir a ver quién es?
Bajé agotada. Mis ánimos no estaban nada buenos en aquellos días. ¿Quién podría tocar con tanta urgencia?
-Aleluya, ¡estás bien!-exclamó abrazándome-como no te he visto desde hace días, me preocupé.
-Tranquilízate Víctor-pedí soltando el agarre-estoy bien.
-Jacob me contó todo-manifestó-no te sientas mal por algo que no es tu culpa.
-Víctor no quiero hablar de eso -pedí-no tengo ánimos para hablar, tal vez otro día, ¿Sí?
-Cla…claro-titubeó-no hay problema.
Caminó entumecido como robot. Cerré la puerta y el timbre no tardó en sonar.
-Víctor te dije que-no pude continuar. El que tocaba ya no era él.
-Creo que muchos somos los preocupados-comentó con una sonrisa de medio lado.
-Yo, Jeremy, eh-¿Qué podría decirle?
-Hey, devuélveme a mi chica-pronunció en tono burlón
-¿Eh?
-Solo quería hacerte reír-manifestó-he estado preocupado, ¿Olvidaste que tienes un novio que se intranquiliza por ti?
-Lo siento-me disculpé-creo que tus informantes, perdón, tus pajaritos no te han cantado lo que ha pasado.
-¿Sucedió algo en este tiempo?-preguntó-considero que se me ha perdido suficiente la historia de nuestras vidas.
-Para-interrumpí-a decir verdad, lamento siempre quitarte la atención pero no quiero hablar de nada.
-Como siempre-murmuró.
-Yo…
-No, no digas nada-pidió.
La escena de siempre se repitió.
Se alejó cabizbajo, su rostro envuelto de preocupación. Y ahora más que nunca, sin rumbo fijo.
Subí a mi cuarto un poco contrariada, empezaba a tener la vaga impresión de que la situación se me estaba saliendo de las manos. Mi vida se estaba revolviendo cada vez más y más, y al parecer, ni yo misma podía controlarlo.
-¿Te sucede algo?-interrogó Tim al verme sin ánimo.
-Nada que no pueda arreglar-aseguré, aunque ni yo mismo lo creía así.
-Mamá aun no lo sabe, ¿verdad?-preguntó, acostándose en mi cama.
-Aún no-comenté-pero…
-¿Se puede saber que no sé?-interrumpió mi madre, entrando a la habitación.
-Creo que reprobaré el semestre-mentí, intentando convencerla.
-Estudia más, y no se porten misteriosos-pidió sonriente-me asustan.
Tomé mi bolso y salí lo más rápido que me fue posible de mi casa.
No soportaba verla así. Sentía que en cualquier momento, cuando descubriera la verdad, aquella sonrisa se esfumaría y una mueca de dolor aparecería en su lugar.
Caminé y caminé sin rumbo alguno. Ingresé al primer supermercado que vi, necesitaba comprar algo para refrescarme del exagerado calor que gobernaba las tardes de la gran ciudad.
-Desearía leer tu mente-escuché a una voz susurrarme-adoraría saber que misterios se encuentran en las entrañas de tus pensamientos.
-Nada sorprendente-le aseguré, aunque sin duda no era nada cierto.
-Elisse, no puedes guardarte todo tanto tiempo-rogó entristecido.
-Jamás lo entenderías-susurré, intentado no verlo.
-Si no me lo explicas, no lo entenderé-aseguró.
-Jeremy…
-Lo sé, aun no quieres hablar de nada-murmuró. Él me conocía demasiado pero al mismo tiempo no tenía idea de con quién trataba-debo irme.
Intenté detenerlo. Tuve  que correr tras de él para poder estar a una distancia considerable como para que el me escuchara, pero lo suficiente para que la opresión que aguardaba en mi interior no se disipase.
-¿Por qué no salimos juntos?-pregunté en últimos recursos-algún restaurante, cine.
-¿Para qué?-barbulló enfadado-¿Para qué no llegues a la cita y encuentres innumerables llamadas perdidas de mi parte?
-Yo…-¿Qué podría decirle?, el estaba en lo correcto, en los últimos meses ocurría a menudo.
-Tú no me dejas entenderte-refirió-y no tengo capacidades de adivino o algo por el estilo. Lo siento, pero no puedo entenderte si tú no me ayudas.
-Suena muy fácil-susurré melancólica-no negaré que me entenderías, pero, ¿Imaginas el dolor que me ocasionarías con solo contarte?
No pude hablar más, recuerdos nefastos embargaban mi mente.
¿Cómo hablar de que sentía sufrimiento recordar a su abuelo muerto?, en aquel momento yo lo había dejado solo. Mi padre engañando a mi madre, una amiga que por razones que aun no entendía se fue casi huyendo a otro país, y otra muerta que vivía en un libro, ¿Era posible contar todo sin llorar, sin sufrir?
Sentí su fuerte abrazo. Aún no le había contado nada, sin embargo, mis ojos ya estaban humedecidos por las lágrimas.
-Quiero entenderte-susurró en mi oído-eres mi mundo, quiero entender mi mundo.
Las palabras se quedaban presas en mi garganta, no pude articular ningún monosílabo que calmara la intranquilidad que lo acosaba.
Un agudo y gran dolor me obligo a caer. Jeremy me agarró con sus blancos brazos para evitar que me golpeara en el suelo.
-¿Estás bien?-preguntó preocupado.
-Sí, no sé qué paso-balbuceé-nunca sucedió antes.
-¿Ya has estado comiendo bien?-interrogó.
Esa era justamente la pregunta que no deseaba responder. Mi alimentación se había reducido al amargo café y comidas chatarra, ¿Una mala nutrición podía producir semejante punzada de dolor?
-Vamos por algo de comer-informó casi arrastrándome a un comedor.
-Una sopa miso, por favor-pedí al darme cuenta que era un restaurante japonés.
-Yo deseo el norimaki-avisó a la camarera.
-Siempre me he preguntado cómo puedes comer tremenda repugnancia-aseguré-eso sí que es asqueroso.
-Al menos es mejor que la pasta de habas-refirió
-Hey, a mi me gusta-refunfuñé acogiendo el plato que me entregaba la camarera-ni que comiera ese arroz frito, verduras y el pescado envuelto en algas secas.
-No mires mi platillo de esa forma, además no intentes cambiar de tema hablando de la comida-él ya se había dado cuenta de lo que trataba fallidamente de conseguir-¿se puede saber qué ocurre?, hablo en serio, me preocupas.
-Siempre terminamos en lo mismo, ¿verdad?-recordé malhumorada.
-Si no te excusaras tanto, tal vez las cosas fueran distintas-contestó comiendo las algas secas-en estos últimos meses he tenido que seguir trabajando y estudiando a pesar de que ahora vivo solo, sin embargo, siempre te llamo y te busco pero por extrañas razones siempre estás haciendo alguna otra cosa.
-Yo…-¿Qué podía decirle?, de seguro se enojaría si le daba otra excusa.
-Tú…-retomó.
-Yo he estado ocupada, muchas cosas han pasado-conté.
-Has faltado varios días a la universidad-recordó-sin mencionar que estuviste casi un mes ausente e inventaste una enfermedad.
-Voy a aniquilar a tus informantes-resoplé al ser descubierta-además solo fueron casi tres semanas.
-No es solo eso, déjame recordarte que te despediste de la forma más rara del mundo y desapareciste por algunas semanas y para rematar de males siempre andas como perdida en tus pensamientos. He deseado saber que ocultas más de lo que imaginas.
-¿Ocultar?-pregunté perpleja-¿Crees que te oculto algo?
-No lo creo-replicó haciendo gestos para que comiera-puedo dar fe de ello.
-No exageres-pedí-solo he estado un poco…
-¿Perdida en la luna?-inquirió burlón-Tim me ha dicho que te ha visto leyendo mucho un libro, ¿Tan largo es?
-No, ya lo terminé hace tiempo-ese pequeño demonio de seguro me las pagaría.
-Ah, me tenías preocupado-murmuró-suposiciones mías.
El dolor no volvió a aparecer en los siguientes días, mi alimentación seguía igual, con la diferencia de que Jacob se esmeraba llevándome comida a mi habitación. Asistí a la universidad con la misma excusa: una rara enfermedad.
 Mi enfermedad tenía solo un titulo: “La carta de una suicida”, aquel libro me mantenía despierta en las madrugadas y me cegaba ante la bruma de aquellos días.
-Debo irme-conté a la suicida luego de estar toda la tarde hablando con ella.
-Suerte-leí antes de cerrar el libro.
No había podido evitar contarle que seguía con la búsqueda de su hija. Pronto seria medianoche y era buena hora para escabullirme con un único destino: la casa de Alfonso, tenía que abrir aquel relicario y leer la carta que guardaba en su interior.
Salté del prominente árbol sin ningún problema. Corrí por las calles, llena de alegría, esperando divisar algún taxi que me llevará al lugar que deseaba visitar.
-Infraganti-leí en mi teléfono. El mensaje era de Jeremy, de seguro me habría visto en el taxi. Con seguridad al día siguiente me preguntaría los motivos.
Llegué al lugar en poco tiempo, la taxista me miró confundida al ver donde nos encontrábamos. Dejé de mirarla para encaminarme a la casa. Adentré las manos en los bolsillos de mi chaleco de cuero cuando subí las frágiles escaleras y tomé la llave dispuesta a abrir la puerta.
Tragué en seco al encontrarla abierta, ¿Alguien estaría adentro?
Mi corazón empezó a latir fuertemente. Estaba segura que en mi última visita había dejado la puerta cerrada, ¿Qué podría haber pasado?, el recuerdo de las hojas que habían desaparecido retomó mis pensamientos. Mi cuerpo empezó a temblar, ¿Debería entrar y buscar el relicario o regresar a mi casa y volver otro día?
La valentía no era una de las acciones que yo frecuentaba a realizar. Me sorprendí a mi misma adentrándome por el sombrío y angosto pasillo, seguía tan maltrecho y polvoso como la última vez. Todo parecía estar igual, la mesa con el lirio seco en el jarrón de porcelana, el taburete.
Seguí hacia la oficina, intentando creer que las hojas volverían a estar ahí.
-Maldición-susurre al ver fallidas mis esperanzas.
Me adentré a una de las innumerables puertas. No lograba recordar con exactitud el lugar en que había visto aquel cofrecito. La habitación contaba con una gran cama y un pequeño escritorio. Entré sin timidez, dispuesta a abrir aquellos cajones. Estaban cerrados.
Tragué saliva al ver una taza de café humeante en una pequeña mesita al otro extremo de la cama. Si se suponía que nadie residía en la casa, ¿cómo era posible semejante escena?
Tomé la taza en mis manos, intentando pensar que era solo una alucinación de mi cabeza; el platillo cayó en acto reflejo de mis manos, por la calentura del oscuro líquido.
Pasos repentinos se escucharon en la casa. Prefería pensar que la vivienda estaba embrujada, antes que pensar que no era la única que se encontraba ahí. Corrí por los pasillos intentando ocultarme en algún lugar.
El miedo se apoderó de mí, me encontraba perdida.
Me oculté en un pequeña cuartito, las paredes casi deshechas me parecieron la mejor protección en aquel instante, me senté aferrando mis fríos brazos en mis piernas, ¿Alguien me habría visto entrar?
-Dios-barbullé secando mis lágrimas.
-¿Quién demonios esta por ahí?-preguntó una voz a lo lejos, con una linterna.
Rodé hasta una pequeña cama, me oculté debajo de ella al ver que los pasos se acercaban.
-¿Alguien está ahí?-volví a escuchar, mas esta vez podía ver un par de zapatos en el cuarto.
Yo conocía esa voz, la había escuchado antes sin duda alguna. Era la voz de una mujer, ¿Quién era la dueña?, saqué mi cabeza intentando visualizar  la cara de la persona, pero solo vi su espalda salir por la habitación
Retomé mi posición inicial para salir. Regresé por varios pasillos sin encontrar salida o algún lugar conocido. Vislumbré un halo de luz cerca, me acerqué temiendo, ¿Aquella sería la mujer de la que me había hablado el señor de la librería?
Encontré una larga escalera y no dudé en subir por allí.
Antes, para salvar a Melinda también había encontrado unas que me habían guiado a un altillo, sin embargo, la casa tenía tres pisos, sin contar el húmedo sótano. Llegué a un tercer piso, en el que nunca antes había caminado. Titubeante, acorté mis pasos por si encontraba a alguien que intentara hacerme daño.
Me estaba metiendo en grandes problemas, no existía duda alguna.
-¿Hay alguien aquí?-me atreví a preguntar.
Mi voz fue tan débil, que nadie podría haberme escuchado ni aunque lo hubiera deseado, y rogaba porque así fuese. El gran pasillo era igual al de los anteriores, largo y oscuro, ¿Cuántas habitaciones tenía esa casa?, a mi derecha existían tres y a mi izquierda posiblemente más, sin contar que eran solo los que mis ojos, que aún no se acostumbraban a la oscuridad, habían divisado.
-¿Hay alguien aquí?-era inútil, mis preguntas morían en mi propia boca.
Una sombra corrió por delante de mí, aquella persona ya me había visto. Corrí tras ella, en un repentino ataque de adrenalina.
-¿Tú?-interrogué al ver a la joven que acababa de acorralar.
Esa larga cabellera negra, esos ennegrecidos ojos empequeñecidos por el delineado exagerado. Era la muchacha que había conocido tiempo atrás, nadie podría decir lo contrario.
-Aléjate de todo esto-gritó, dándome un golpe con su puño cerrado.
Salió corriendo por algún lugar mientras yo intentaba quitarme la sangre de mí ahora, labio roto. Intenté seguirla sin éxito, ¿Por qué ella estaba en aquel lugar?, sin duda era la dueña de la linterna de minutos antes, ¿De verdad su abuela estaba muerta?, ¿Qué razones ella tenía para estar en ese lugar?
Camine rápidamente por todas las habitaciones, estaba más perdida que antes. Subí por unas nuevas escaleras que me guiaron hacia otro pasillo, este era pequeño y guiaba hacia una sola puerta. Yo ya había visto antes esa puerta, Melinda casi experimenta una gran caída en esa habitación.
Toqué la puerta, estaba entreabierta.
Continué esperando ver de nuevo a la pelinegra. Había demasiado polvo, suficiente como para llenar varios sacos. La única diferencia desde la última vez, es que un mueble se encontraba frente a la ventana.
-¿Quién es usted?-pregunté de lejos al hombre que estaba sentado ahí.
No me respondió, y ni siquiera estaba segura si aquella persona no era el que me seguía siempre, ¿Y si era Alfonso?, de todas formas, necesitaba encontrar respuestas de una buena vez.
Aquel hombre veía entre la neblina, era lo único que podía asegurar. Se levantó, tenía la misma estatura del que me seguía, no tenía ni el sombrero, ni el chaleco de cuero pero podría ser él.
-¡Tú!-gritó una voz detrás de mí, jaloneándome del brazo.
Me guió por varias escaleras y cuando por fin pude salir de mi trance, me encontraba en la puerta.
-¿Qué demonios crees que haces?-preguntó enojada.
-¿Quién es él?-inquirí.
-Nadie que te incumba, no vuelvas a venir aquí-gritó.
-Eres una mentirosa-balbuceé.
-Mira idiota, solo quiero que cojas y desaparezcas de aquí-pidió clavando sus uñas en mis hombros.
-Como si fuera a hacerlo-murmuré.
Caminamos por el zaguán y me enseño la puerta abierta.
-Por favor-pidió melancólica-no deberías volver.
Me disponía a entrar de nuevo, hasta que las luces del alba me tomaron por sorpresa, ¿Cuánto tiempo habría estado pérdida en la gran vivienda?
Caminé por las calles esperando encontrar algún taxi que me llevara antes de que Jacob reparara en mi ausencia.
¿Que ocultaba aquella joven como para mentirme de aquella forma?
Mi celular empezó a sonar cuando me acosté en mi cama. Era un mensaje de Jeremy, me había visto regresar en el taxi.
-Elisse levántate- repetía Jacob intentando despertarme-llegaras tarde a clases.
-Voy-balbuceé- cinco minutos más.
-¡Oye!
-Ok, ok-anuncié refregando mis ojos. Mi escapada del día anterior me había agotado por completo.
Me cambié con rapidez y bajé a la cocina intentando no caer por las escaleras, mi hermano me esperaba con un gran desayuno en la mesa. Me acerqué a la cafetera por un poco de la oscura infusión.
-Me esmeré demasiado como para que tomes eso-regaño quitándome la taza.
-Está bien-pedí quitándole mi bebida y cogiendo un par de tostadas-debo irme, tú lo has dicho, llegaré tarde.
-¿Se puede saber que tienes el labio roto?-interrogó inspeccionando la herida.
-Me caí de la cama anoche-mentí intentando que se comiera semejante cuento.
-Ah, ten más cuidado, a la próxima podrías sacarte media cabeza-manifestó dudoso.
Mi ida a la estación fue de lo más aburrida. Me encontraba demasiado somnolienta como para fijarme en mi alrededor.
-Oye, ¿viste lo que yo vi?-preguntó Víctor al verme.
-Creo que no-susurré intentando no caerme del sueño.
-Podría jurar que vi al sujeto de la otra vez, seguirte hace un momento-aseguró.
Mis sentidos se alertaron de inmediato, vi varias veces hacia todas las direcciones, pero el sujeto del chaleco hasta el suelo no se veía por ningún lado.
-¿Estás seguro?-interrogué.
-Podría jurar que sí-afirmó.
Necesitaba respuestas. Si él era el sujeto del altillo, deseaba saber porque me seguía.
-Oye eso… ¿Es un labio roto?
-Me resbalé anoche-argumenté, mientras veía todo a mi alrededor.
Subí al tren y no tardé en ver la sombra a lo lejos.
Víctor no mentía. Aquel hombre se ocultaba detrás de unos puestos de periódicos, y como siempre, me observaba.

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