Siempre fuiste mejor escribiendo historias que yo.
Probablemente sea porque has vivido más años o quizá
simplemente el que tengas más imaginación, ese siempre será otro de tus
misterios.
Siempre podías endulzar tus verdades y mentiras, difamarte a
ti mismo y descomponerte hasta reducirte a la nada. Escalar y luego hundirte,
hacer promesas con la esperanza sincera de conseguirlas y la agonía perpetua de
que no te dejarían volverlas real.
Nunca quise mentir, no con un propósito al menos, nuestra
única carta a usar siempre fue la honestidad, aunque esta pudiera ser dolorosa
o demasiado emotiva algunas veces. ¿Si iba a herirte, por qué no con la verdad?
No, nunca fuiste parte de mis alegrías, nunca fuiste parte
de mis tristezas, nunca te dejé serlo y no hay forma de que sienta
remordimientos por ello. Te quería para todo pero no te necesitaba para nada y
no hay forma en este mundo en que realmente me hubiera aferrado cuando siempre
supe que tendría que soltarme y que la caída iba a dolerme.
Ódiame tanto como prefieras, incluso de conocernos. Culpa a
la vida si deseas, cúlpame a mí, probablemente solo sea mi culpa de todas
formas.
Te conozco, reconozco tus medias tintas, tus medios sueños,
tus medias verdades todas retocadas con tu imaginación. Nunca me engañaste. Tú
solo fuiste el mejor de los farsantes, pero también siempre he sido la mejor
lectora de mentiras.
Siempre fuiste el mejor inventando historias, fue esa la
razón de que me hicieras amarte.
Fue precisamente esa la razón por la que decidí amarte.
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